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Alejandra Okret: el periplo de una artista

Esta entrevista implica un gran honor para mí, porque Alejandra y yo fuimos compañeras del liceo Suárez, su nombre me sonaba y se lo pregunté en Montevideo cuando vino a inaugurar una biblioteca  en la NCI, en honor a su mamá Ría Okret Z"L.

Hace poco nos reencontramos via internet  y sigo con fascinación su carrera, sus exposiciones y todo lo que hace esta maravillosa mujer que hoy nos convoca.

¿De qué te acordas especialmente de tu época del liceo Suárez? ¿Hiciste el liceo en dictadura?¿Cómo fue eso para vos? Conta tu relación con Enrique Aguerre, hoy Director del Museo de Artes Visuales.

¡¡Ah el Suarez!!

Risas, carcajadas, lagrimas, adolescencia…amistades para toda la vida, aprender a estudiar, a maquillarse, a estar a la moda o a resignarse a que no, complicidades, el primer beso, pasar mucho frio con las piernas descubiertas en invierno y calor con la corbata que sofocaba en verano.

Mis recuerdos del liceo son lindos y conflictivos.  Me suben como burbujas de exaltación, el placer de estar entre una masa de chicos- azules y grises con manchitas rojas. Las medias pingüi, las cadenitas varias de santos/cruces o estrellas de David/jai que se enredaban en el cuello.  Medir las faldas a la entrada al liceo, los botones abiertos y el largo de los cabellos en los varones que no tocaran el cuello de la camisa. El ser rapado por la directora en caso de que el corte de pelo no fuera decente, porque los cabellos largos era subversivos. Rondas de amigos en los recreos y los limpiadores parando las orejas tratando de escuchar lo que decíamos.  El miedo era un compañero continuo, una sombra siempre presente. Cuidábamos las palabras  los estudiantes y los profesores. Era un juego de adivinar, de leer entre líneas lo que la gente pensaba realmente. Ser consciente que en la clase había hijos de milicos y saber desasociar a los hijos de los padres. El enemigo no era imaginario ni lejano. Mientras tanto cuando descubríamos quien la pensaban como nosotros había una hermandad, una complicidad. Pienso que me ayudo a desarrollarme como artista, ese texto y subtexto. Lecturas semánticas y semióticas como herramientas de vida diaria, saber leer los símbolos pequeños que nos insinuábamos unos a los otros, profesores y alumnos.

Con Enrique Aguerre éramos compañeros, amigos. Ambos amábamos historia, la llenábamos de preguntas a la profe, él era brillante con las palabras, nos hacía reír con mucha finesa.  Siempre había una guiñada.  Era un genio en ponerle preguntas que tenían doble sentido sobre la libertad, la democracia, el pensamiento libre. Lo recuerda a Enrique como una luz, una bola de energía y de alegría.

Respecto al arte, ¿de dónde sale tu gusto por el arte? ¿Era algo que compartías con tus padres?

¿Cuándo te diste cuenta que te gustaba  visitar museos?

Mi mamá contaba como la llamé a mostrarle el dibujo que hice con su lápiz de labio robado en el sillón nuevo que apenas habían comprado tapizado de tercipopelo ocre. No sabia si rezongarme o felicitarme; decidió por sonreír, llorar y aplaudirme. Tenía dos años y medio, yo no me acuerdo, pero solo pensarlo me dan ganas de hacerlo, la sensualidad de deslizar el rouge sobre la suavidad del terciopelo, rojo o rosa sobre ocre dejando trazos…mmm,¡qué ganas!

Mis padres apreciaban el  arte, tenían una gran colección de libros de arte, de reproducciones y artesanías. Mis abuelos maternos también apreciaban el  arte y  las antigüedades. Dibujaba todo el tiempo, creaba historias complicadas con las muñecas y experimentos varios como gotear tinta azul sobre el piso de terracota marcando el camino como Hansel y Gretel. Cocía, bordaba, tejía, cerámica, pintaba, observaba. Mi hermana Patricia dice que hasta me cambiaba la respiración mientras la miraba hacer manualidades.

Mamá, Ria Okret era Licenciada en letras, amante de la literatura, de la cultura. Papá, actor, Enrique Okret fue uno de los fundadores de El Galpón. Crecí detrás de los telones. Escuchando las charlas intelectuales con sus amigos. Absorbía. Disfrutaba del saber, de entender. Cine, teatro, arte, libros, filosofía, idiomas. Muy temprano lo descubrieron, y al ser la más chica me llevaban con ellos.

Ría Okret con sus tres hijas en su cumple de 70 años

 

Las visitas de los museos en los fines de semana eran lo máximo para mí. Con mucha paciencia me explicaban, me preguntaban y me escuchaban. Hacia los 12 me empecé a dar cuenta que era un bicho raro, que no había mucha gente que se divertían tanto en los museos. A los 13 descubrí en el diario una profesión nueva llamada “Museología Pedagógica” decidí que esa iba a ser mi profesión. Hacer los museos más divertidos para todos. En el Uruguay de entonces era algo imposible de estudiar, Bellas Artes y Letras estaban cerrados por la dictadura.

Contanos qué recuerdos tenes de la tnua y qué vínculos estableciste en esa época de tu vida.

Primero fui al Ajcisu y entre en la NCI, JazitHanoar a los 11. Fue un inicio tímido, y de a poquito tomó mi vida. Paso a ser mi espacio, realmente un nido el ken, donde uno se alimenta espiritualmente, crece seguro y aprende a volar. Un lugar de encuentro, de trabajo, de identidad, de desarrollo, de libertad, de disciplina, de amistad, de creatividad. La tnua era todo, y me preparo para ser adulta. Hasta hoy las amistades de la tnua son como familia, algunas más cercanas y otras más lejanas.

La aliá. ¿Cómo se dio? ¿Tus padres te apoyaron?

Vine por un año al majon de madrijim en 1984, lo soñé durante años y la emoción cuando finalmente llegó el momento, fue inmensa. Crecí en una casa muy sionista el llegar a Israel era realmente una meta.  Llegamos en febrero al frio jerosolimitano, éramos todos de hemisferio sur: uruguayos, argentinos, brasileros, sudafricanos, australianos, neozelandeses. Había algunos mejicanos e ingleses que se sumaron. Entre ellos estaba Paul, mi marido que vino de Inglaterra. Fue un flechazo, pero ni el ni yo pensamos que iba a ser ni serio ni duradero. Nos equivocamos; estamos juntos desde entonces.Hicimos alia un año después, como estudiantes. A mis padres se les termino el sionismo por un tiempo. Difícil separarse de los hijos. Difícil dejar a Uruguay.Cada vez que vuelvo es inhalar el aire de Montevideo y sentir que llegue a casa.

¿Cómo conociste a tu marido? ¿Cómo es tener un hogar dónde se mezclan varios idiomas? 

A Paul lo conocí en el majon. No teníamos ninguna clase juntos, los cursos estaban divididos por idiomas y hebreo, estudiábamos por niveles. En las noches charlábamos en los pasillos, en los cuartos. Paul hacía reír con actuaciones en ingles y yo traducía para los de habla hispana. Así desde entonces entraron en mi vida los tres idiomas, castellano, ingles y hebreo; juntos, paralelos mezclados. Hoy en día la dificultad es que ninguno es perfecto, me faltan palabras y hago errores gramaticales aun en español. Pienso en todos y sueño en todos, pero es como que agranda el alma y la complica.

Universidad: ¿cuándo decidiste lo que querías estudiar, y cuánto te diste cuenta que te gustaba ser parte activa de ese arte que tanto amabas?

A los 10 años estudie pintura con Miguel Ángel Parejas en la galería Aramayo. Colgaron mi arte con los grandes, fue una gran emoción.  ¿Todos me preguntaba que se siente ver  tu obra colgada? Y yo decía, no soy yo, es mi cuadro.  Mis padres me llevaron a Europa y me hice una panzada de arte.  Puedo cerrar los ojos y recordar los recorridos por museos, galerías y palacios mientras ellos me guiaban. Llegue a estudiar a Israel. Estudié en la Universidad Hebrea Historia del Arte y B.A. General donde tomé cursos en Educación, Comunicación, Literatura Latinoamericana, Feminismo y Arte Japones. Luego hice el Master en Historia del Arte, lo dejé a mitad. Había vuelto a dibujar, a pinta ry viajamos a Italia. Dudaba entre hacer doctorado en Historia del Arte o dedicarme del todo a ser artista. Estudié pintura en Milano, en la academia de arte NABA. La duda me acompaño el primer año, la pregunta era si tenía suficiente talento o no. Mi profesor Claudio Olivieri, me dijo: el talento no es nada, el arte es trabajo. Así que con ese mantra me volque a trabajar, a entender que es una disciplina. En Israel se dice “Omanut o lamut” “Arte o muerte”, es una necesidad básica, como la sed, el hambre o respirar. El crear, llevar a plasmar ideas, fantasías, conceptos. Uno las ve claras en la mente y hasta que no se convierten en realidad no se para.

Contanos que haces hoy y cómo ser artista uruguaya israelí. 

Hoy en día vivo el sueño, hago arte, enseño arte, escribo sobre arte, curo exposiciones. Pinto, hago instalaciones, fotografía, video arte, objetos.El sueño no es fácil. 96 % de los que estudian arte en las academias abandonan. Es vivir con muchas frustraciones y angustias. Las obras no siempre salen como uno quería, hay veces son aún mejores, pero hay que saber renunciar a la proyección inicial para enamorarse de la final. Hay que lidiar con rechazos y aun éxitos. Es siempre andar sobre la cuerda floja, haciendo equilibrio.

Alejandra en familia Foto: Ortal Shukron Goldfarb

 

Como artista uruguaya, casada con un inglés físico, hija de austrohúngaros, amante del arte japones, educada como artista en Italia y habitante de Israel una tiene muchas vertientes. Mi gran sorpresa fue en un viaje a Uruguay en 2011 que estuve en la ColeccionEngelmanOst que encontré un lenguaje artístico muy cercano. ¡Me emocione mucho! Uno es más uruguayo de lo que piensa. Los primeros años se ve que marcan fuerte como percibimos el mundo.

 ¿Cómo conociste a Lucy Buka? ¿Cómo se dio la circunstancia que no te dieras cuenta de que era uruguaya y que tenían conocidos en común?

Alejandra y Lucy 

 

A Lucy (Buka) Elkivity la conocí hace años exponiendo juntas en colectivas. Nuestros diálogos comenzaron en charlas sobre la exposición, que eran en hebreo. Nos gustó mucho a cada una el trabajo de la otra.Un día me dijo que ella era de latinoámerica, pero en hebreo y pensé que era chilena. Después de años de mutuo aprecio la invite a participar en una exposición que yo curaba “La hora de la mimosa”, 2017. Ahí charlando más a fondo nos dimos cuenta que las dos éramos uruguayas. Un tiempo más tarde a través de Facebook vimos que teníamos amigos en común, que habíamos ido  a la misma tnua. La amistad artística creció. En el 2018 me invito a exponer con ella en su taller en Ohavim Omanut Osim Omanut (Estudios abiertos en Tel Aviv) que tiene lugar en noviembre. Pasamos a trabajar intensivamente en una propuesta de instalación juntas. Nos divertimos muchísimo y la amistad artística se profundizó. Trabajamos sobre las cosas que teníamos en común y decidimos concentrarnos sobre el papel. La llamamos “El papel contiene todo”. Lucy trabajaba sobre cianotipos, que en hebreo se llaman grabados solares y yo estaba planeando una instalación amarilla sobre el plexo solar, que termine llamándola “Regálame un sol” era la época del mundial y la canción me llegaba a las tripas. Hice un videoarte que lo llamé “Cielo de un solo color” y Uruguay entró fuerte en nuestra muestra.

Regalame un sol

Hacia fines de noviembre viajé a Montevideo se casaba mi sobrino, un momento muy conmovedor. Dialógabamos  con Lucy por mensajes de imágenes en WhatsApp. Un día estoy frente a la escuela Grecia y veo un cantero con hortensias celestes y Lucy se me hizo muy presente. Le saqué foto y le escribí preguntándole si en su casa en Montevideo tenía hortensias. Me dijo que sí.  Luego le pregunté donde había vivido en Montevideo y me dijo en Leyenda Patria, me di vuelta y vi al Gaucho avanzando fuerte cabalgando hacia mí, escapándose del edificio a la entrada de calle Leyenda Patria. Y ahí sumé, y a qué escuela ibas, lo cual me contesto: La Grecia.  ¡¡¡¡Fue muy fuerte!!!! Esas sincronizaciones que uno tiene con cierta gente en el cosmos, erizan. Yo sentí la presencia de Lucy en esas hortensias, quedó suspendida su energía en ese punto, un momento de convergencia en el espacio. Más allá de los tiempos.

Contanos sobre la exposición que hicieron juntas, cómo se llama y qué significa.

Esa colaboración en Tel Aviv, llevó a una exposición a dúo de Lucy y mía en la Beit Gordon London, la galería Municipal de Rishon Letzion- “Itinerantes nómades entre la luz y los tiempos”, curada por Efi Gen. Una exposición a dos espacios paralelos, uno con una instalación de Lucy y otro con una instalación mía, conectados por una puerta. Un solo concepto. Cada una con su instalación, pero nos vistamos mutuamente

Mi instalación de Alejandra

 

Alejandra y familia en el taller de Lucy. Foto: David Silverman 

Este video cuenta en hebreo con subtítulos en inglés de que se trata la exposición.

“El Gran Arrastre”, la instalación de Lucy Elkivity recorría las paredes en forma de friso hecho de cianotipos de memorias de Lucy, recortados, reciclados. Son imágenes tomadas de fotos familiares de la infancia uruguaya y de naturaleza caída en las veredas, flores, hojas, ramas. Trozos que se suman, se unen en un arrastrarse por las paredes, avanzando paralelamente al antiguo friso de flora pintado de azul que fue reciclado en la casa histórica, que es la galería. Una caminata, que arrastra memorias, un trayecto desde lo alto subiendo al cielo raso y goteando una línea de obra hecha de papel teñida de azul por el sol inundando de cianotipos a un camalote negro. Sin querer llegamos a Tabaré.

La línea de imágenes azules de Lucy varían en grosor y en altura sube sobre sus cuadros, se convierte en otros cuadros y se une a la tierra en esa flor nacida en pantanos.

Obra de Lucy con frutillas de Alejandra

Instalación de Lucy

Las gotitas de obra que unen al cielo y  la tierra hacen parecer como que la memoria baja y al mismo tiempo parece que sube como un chorro de una fuente. Una corriente que conecta los dos puntos y fluye por las cuatro paredes, sobre ventanas y puertas. Una casa antigua que recuerda las casas viejas de Montevideo con claraboyas, marcos de madera y cuartos conectados alrededor de patios internos. Las obras que estaban en el taller, en un espacio limpio e institucional, se ven más claras, más sobrias, más fuertes. Pilas de libros de la enciclopedia “Lo se todo”, “El tesoro de la Juventud” quedan depositadas en el piso dentro de pequeños camalotes negros como pedestales, convirtiéndose al final en barriletes. Del charco negro, uno de esos que nos encantaba saltar y salpicar de niños, se remontan cometas. El elemento lúdico toma un rol muy importante en toda la composición de la instalación. El charco que hace de espejo, pero es también agua sucia, de historias que pesan y se depositan en el fondo, de vereda mojada y baldosa rota, levantada por raíces de árbol o de puro descuido. Las veredas también están presentes en los cianotipos ya sea en flores, hojas y ramas que Lucy recoge en el camino, que se mezclan bajos los rayos de sol en la cadena de imágenes; como en la obra“ Foto Urbana” que fue marcada directamente por las sombras de los árboles.

Nuestro trabajo se desarrolla en una composición de forma de rizoma. Descubrimos que ambas vemos a la poesía como un arte de enlaces y el trabajo material la manifestación plástica de la misma. Uno de nuestros temas es la memoria y el registrarla, plasmarla en algo visible y sensorial.

Las abuelas matriarcas se vuelven imágenes dentro de servilletas, pañuelos y la niña Lucy con sombrero de cumpleaños dentro de una carpetita bordada. Yo la visito en su espacio con un retrato de mi mamá Ría Okret, sonriente, joven, recién casada, bañada en oro, iluminada. Queda apoyada sobre la pila de libros.

Un libro abierto en el alfeizar de la ventana, con instrucciones de juegos (nombre) tesoro de Lucy que cruzó el océano con ella viene visitado por objetos frutillas mías que se tiñeron del azul Elkivity, como gotas de mar. Y en el otro alfeizar un trozo de sábana con una fiesta de cumpleaños, un barco en la playa donde unos minutos antes fue avistado Palito Ortega. Las imágenes de cianotipos en la tela tienen apoyadas mis objetos frutillas rosadas bazooka con semillitas blancas y de hoja de oro.

No hay intención de verdad, es una memoria procesada, una memoria común, de allá, de Uruguay y de abuelos europeos. Cadenas de emigrantes, de itinerantes. De canciones de niños, de enciclopedias llenas de sabidurías y fantasías. Nos nutrimos de lo mismo Lucy y yo.

“Oro desvaído”es el nombre de mi instalación. En vez de charco camalote hay una mesa vitrina  donde los trozos de memoria la desbordan. Mi espacio es de oro y rosas. En mi cuarto el friso original de la casa es ocre, y le hago eco con tiras de oro desvaído y rosa transparente, muy claro. Entre las tiras objetos frutillas negras, se quemaron con el frio, se congelaron en el tiempo. Todos los objetos frutilla son esculpidos a mano de cera y coloreados con pigmentos. Me refiero a las rosadas y a las azules del espacio de Lucy, pero aquí en la mesa vitrina, las negras pasaron por un baño de tinta china. Las semillitas de carbonilla. Cada frutilla se podria tomar y con ella dibujar, dejar trazos, marcar nuevos trayectos.

El trabajo es una abstracción de la visita a Montevideo en el 2018, donde recorriendo las calles con mi familia, contando historias algunas en voz alta y otras dentro del corazón, los años se mezclaban. El tiempo se hacía fluido, con agujeros profundos de túneles al pasado y retornos veloces al presente.

Los trozos de papel rasgados están pintados en oro desvaído y rosa clarito, aguado. Uno a uno se convierte en bosquejos del viaje en el tiempo en una luz radiante que fluye y se evade. La sensación que se recibe es suave y armónica. Como un arroyo, un rio que corre, y donde el agua se desborda en ambas puntas. La retina  ve una nebulosa, una neblina como en cine noir francés, donde el próximo paso es incierto. Tal vez pueden ser también las entrañas de una mujer, una experiencia intrauterina donde la luz se percibe lejana fuera de la piel. Entre las líneas de tiempo reposan frutillas. Fresas hechas de cera blanca y con pepitas de pedacitos de carbonilla, bañadas de tinta negra. Las frutillas son un símbolo central en mi obra. Simbolizan la belleza de la vida y del arte a pesar de las dificultades. El gusto dulce que nos queda y nos salva. Tienen su raíz en recuerdos que marcaron nuestra infancia, una fruta cara en nuestra niñez y preciosa como un rubí. 

Eso me llevó a concientizarme que en mi casa había una “Ceremonia de Frutillas’, una añoranza a ese bosque de hadas europeo, un paraíso perdido del cual mi familia fue expulsada. La conciencia que nada es seguro ni permanente desde temprana edad. El crecer en la dictadura, donde los malos amenazaban y la gente desaparecía nuevamente.  Todo eso se condensó en muchísimas obras y se convirtió en un libro de artista comparando la niñez de sol y playa uruguaya y la alpina europea austriaca de mis padres. En el 2012, fue expuesto en Venecia y una de las 8 copias es parte de la colección del Departamento de Arte en Papel del Museo de Israel.

Las frutillas que son una fruta delicada, vulnerable sin cáscara reciben aquí perfil de algo congelado en el tiempo, de fósil.  El  artista señala lo que entra y sale en el espacio del recuerdo, registro histórico de sus sensaciones. Anécdotas de sucesos lejanos se vislumbran en un segundo, simbolizando las frutillas negras esos portales del tiempo. Saltos vertiginosos al pasado y retornos al presente. Imágenes nítidas y borrosas, olores, sonidos de voces, de hamacas, de motores, de pasos de piecitos corriendo, jugando en las plazas. Un trabajo meditativo y de precisión manual.

La instalación reposa dentro de una mesa vitrina iluminada de museo y como una explosión de ideas/memorias hechas papel de calco, se curvan al ser pintadas y vibran con los reflejos de luz tomado en  profundidad en las zonas de sombras.

En las paredes, una trilogía de fotos de ventanillas de avión, marcando el vuelo, el viaje. Una obra en pergamino “LejiLaj” juego de palabras con la paraya “Lej Leja’, la orden de Abraham de dejar la tierra de sus padres, pasada al femenino. Es una niña la que toma el camino con una valija llena de frutillas. Esta obra la hice después de la muerte de mamá y de mi hermana Arianna, cuando tuvimos que vaciar la casa de la niñez. Fue un partir nuevamente, dejar la tierra en la cual había nacido y ser consciente que lo único que realmente me puedo llevar son las frutillas, osea las memorias.

Lucy me visita en mi espacio con fotos en transparencias de sus vestidos de beba, que parecen de muñeca, una marioneta simple casi renacentista y un caballo de cabeza de trozos de obra de cianotipos y cuerpo de palo de escoba. Ese caballito que descansa esperando a la niña que lo retome y salga al trote para Belén.  Jugando juntas recorriendo las lomas del arte.

Poema

En los prados

crecían toda clase de frutas silvestres

como moras, frambuesas, cerezas

frutillas...

Nosotros

nos llenábamos las pancitas

de calafates

hasta que nuestras pequeñas bocas

quedaban totalmente azules.

En cuanto a las frutillas si no hubiera sido por mi hermana

Lucy jamás hubiera recogida ninguna ya que soy daltónico,

lo que hasta el día de hoy me impide

diferenciar entre ciertos tonos

de verde y rojo,

cosa que no sabía entonces...

En fin…para mí era lo que podemos llamar

el paraíso.

Enrique Okret

 

Muchas gracias Alejandra, por haber compartido estas palabras con nuestros lectores.

Las fotos, menos las familiares son de Doron Adar, un lujo de fotógrafo. Desde esta página, un cálido agradecimiento por habernos permitido utilizar su maravilloso arte para ilustrar esta nota.

Janet Rudman
(15 Enero 2020 , 09:19)

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