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La importancia de transmitir el recuerdo de la Shoá. Un legado familiar.

Por Alain Mizrahi

Hoy hace 75 años, el oficial soviético Anatoli Pavlovich Shapiro fue el primero en entrar a Auschwitz al mando de una brigada de asalto. Detrás de él, a las 3 de la tarde, entró la 100ª división de infantería comandada por el General Fedor Krasavin. El horror que vieron ellos y sus soldados está registrado en un documental que tuve oportunidad de ver cuando visité Auschwitz en 1986. Solo quedaban unos pocos miles de sobrevivientes de los 1.3 millones de seres humanos que fueron asesinados allí en las cámaras de gas en apenas más de 4 años, como parte de la macabra “Solución Final” que la dirigencia nazi había decidido en la Conferencia de Wansee. Entre ellos mi bisabuelo Mordejai y mi tía abuela Ety con su familia.

Cada año van quedando menos sobrevivientes de ese y de los cientos de guetos, campos de concentración y campos de exterminio que fueron construidos para la aniquilación lisa y llana de judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados y disidentes del régimen nazi. Cada año quedan menos testigos de primera mano de la Shoá (nombre en hebreo del Holocausto). En mi familia la última, mi abuela Irene, nos dejó hace pocos meses. Entonces nos corresponde a los hijos y a los nietos, que nacimos gracias a que ellos lograron sobrevivir, transmitir el testimonio a las generaciones futuras para que esta masacre nunca vuelva a ocurrir ni caiga en el olvido.

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Irene (z"l) y sus tres nietos. Alain, autor de estas líneas, a la derecha. 

 

Todo el tiempo aparecen negacionistas que afirman que los campos de exterminio nunca existieron. Hace poco más de dos años, aquí en Montevideo, alguien pintó en el Memorial del Holocausto en la rambla de Playa Ramírez “El Holocausto al pueblo judío es la mentira más grande de la historia”; “solo murieron 300.000 judíos de tifus, las cámaras son falsas, el Zyklon B solo se usó para desinfectar contra el tifus”. Nosotros, los hijos y nietos de sobrevivientes, somos los nuevos responsables de mantener viva la memoria de la Shoá.

Desde hace 3500 años los judíos de todo el mundo recordamos la liberación de la esclavitud en Egipto, en la noche de Pésaj (Pascua). Y parte del significado de Pésaj, tanto para los más religiosos como para los totalmente laicos, está escrita en la Hagadá, el libro que leemos esa noche: “En cada generación la persona está obligada a considerarse a sí misma como si ella hubiera salido de Egipto”. Creo que los mismo es válido para la Shoá: los judíos tenemos la obligación de considerarnos a nosotros mismos como sobrevivientes de Auschwitz. Y transmitir esto a nuestros hijos.

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De generación en generación. Irene, de bendita memoria, con su bisnieto, el hijo de Alain
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