En comunidad

Un Seder especial

Por Roberto Cyjon

Este próximo Seder será muy diferente a los conocidos, no lo hubiésemos imaginado tan solo unas semanas atrás. Transcurrirá con “aislamiento físico” obligatorio, pero no con “aislamiento familiar”. Todos estarán en nuestro corazón, los ausentes de ocasión y los ausentes de por siempre. Los últimos ocuparán, ineludiblemente, un lugar iluminado en el centro medular de nuestras emociones. Su legado sublime trasciende y se resignifica en cada Pesaj.

Se trata del encuentro familiar más importante para la mayoría de los judíos, aun no siendo el único. Cada quien ocupa su lugar en la mesa “ordenada” más divertida de todas las desordenadas. Lecturas prolongadas, atenciones dispersas, risas escondidas, cantos hermosos y desafinados, ansiedad por comenzar a comer, vino tomado y vino desparramado. Cuanto más “desprolija” y desgastada esté, y más hojas sueltas tenga una Hagadá, mayores recuerdos representa. Son las más “sagradas”, pese a que, en los últimos años se han convertido en objetos de culto de editoriales, en libros magníficos.

¿Qué mensaje transmitiremos a nuestra familia en este Seder con once plagas, y la peor de ellas sobre todos nosotros, “liberados” y “esclavizados” por igual? Ya se “abrieron las aguas del Mar Rojo”, “salimos de Egipto”, llegamos a la Tierra de Israel… ¿Y? ¿Un virus de 1 micrón nos obliga a centrar nuestro mensaje milenario recibido y transmitido por generaciones en un “nuevo mensaje”? Pues sí. Deberemos meditar y reformular nuestras vidas como seres humanos, judíos, vivamos donde vivamos, y como ciudadanos de un solo mundo. La esclavitud tiene mil caras y la libertad que pregonamos en el Seder cambia de año en año, de generación en generación.

Metafóricamente, el Covid-19, que deberemos descargar de nuestra copa de vino con un onceavo tintineo rítmico, es, “quizás”, la concreción final de múltiples advertencias que no supimos oír ni quisimos entender. No compartimos un planeta para devastarlo impunemente, no se destruyen los bosques selvas y arrecifes coralinos sin sobrellevar consecuencias dramáticas. Los virus “también existen” y metafóricamente, insisto, vinieron a decir “presente” o “basta”.

Asumo la simplificación del planteo anterior, pero ¿no se podría interpretar, en otro sentido, que la soberbia de “todo saberlo y poderlo”, o la irracional ambición de “todo quererlo”, lejos están de significar “libertad”? ¿Fue necesario que un microrganismo nos tuviese que golpear de esta manera para asumir que la humildad, la humanidad, el reconocimiento “del otro” no se deben perder? Sí lo fue, y aquí hemos de detenernos para evaluar cómo posicionarnos de ahora en más. ¿Este es el fin o es el principio?, ¿es un impulso de fuerza centrífuga al final de los tiempos, o un retorno vertiginoso al Bereshit?

En este Seder de Pesaj, la enseñanza debería centrarse en una reflexión profunda personal, familiar y colectiva. Hemos perdido la libertad de celebrarlo en conjunto. Probablemente no se derrame ninguna copa, estemos más serios, comamos más despacio y no habrá afikomán. Es un precio muy alto a pagar en un 2020 con naves espaciales acercándose al sol, otras escalando el espacio hasta perderse en la lejanía, y nosotros confinados. La clave es entenderlo como un desafío. ¿Reconfortarnos con nuestros éxitos?, por supuesto que sí. Es imperioso celebrar el haber aprendido ciencias, logrado achicar el mundo en información, viajes y tiempos. Y a su vez, debemos sincerar nuestros excesos y avasallamientos.

La Hagadá nos enseña una leyenda plena de valores. Rescatémoslos. No solo enseñemos a nuestros niños a preguntar, también aprendamos de ellos. Dejémoslos que interpelen a los mayores, asumamos nuestra responsabilidad. En este Seder, nos deberían cuestionar: ¿Al shum má?, que significa simultáneamente: ¿para qué, por qué, con qué sentido nos reunimos hoy, noche especial en que, además, no podremos estar presentes?

Juntos debemos reconstruir nuestra identidad, hemos de escribir nuevas leyendas, ilusiones, conocimientos y experiencias. Superándonos y procurando ser plenos en otros formatos de vida. La paz no puede ser una quimera, la solidaridad no es pasajera, no se puede esquivar el dolor ajeno, si el virus no tiene fronteras, repensemos las que hemos erigido. En este Seder especial, elevemos una nueva copa dedicada a todo el personal sanitario que nos cuidan como bomberos ante un voraz incendio. Unifiquemos una consigna de “metamorfosis” para procurar una verdadera emancipación.  Transformemos esta plaga universal en “oportunidad” para resignificarnos, de la mano de tradiciones milenarias, pero conminándonos a sanar este mundo desigual, compartimentado y oprimido.

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