Janet Rudman

Janet Rudman

Me gusta leer y escribir. Encontré en la lectura y la escritura una forma de canalizar mi esencia. Leo con la misma pasión con la que tomo café. Me gusta escribir sobre historias mínimas. He trabajado en varios proyectos editoriales uruguayos que construían identidad judía: Kesher, TuMeser, Jai y ahora formo parte del staff de SemanariohebreoJai.

Columna de opinión

El café y la oma

Mi abuela solía prepararme un delicioso café acompañado de galletitas de canela caseras. Hoy en día, estas galletitas se conocen como cookies y se encuentran en cafeterías como la de Ximena Torres, o en lugares que adoptan el hashtag #CaseroEsMejor.

Recuerdo que comprábamos el café en el Palacio del Café y lo preparábamos en la vieja y querida cafetera italiana que había heredado de su madre. Era una tradición casi ceremonial reunirnos para tomar café, como un pequeño secreto compartido. Mi mamá solo me permitía tomar café con leche, sostenía que el café era para los hombres y las mujeres adultas. A pesar de tener diez años, ya sabía que me gustaba todo lo prohibido.

Cuando era niña, no me interesaban las muñecas ni jugar a tomar el té. A medida que crecía un poco más, nos aventurábamos a recorrer la ciudad en busca de lugares donde sirvieran buenos "completos". En algunas confiterías, incluso me preguntaban por mi abuela tras su fallecimiento. Llegábamos y preguntábamos por las marcas de café y las tazas que utilizaban. Teníamos nuestras marcas favoritas y, para nosotras, lo más importante era la calidad del café. Preferíamos tazas antiguas o decoradas, nada de tazas blancas sin dibujos.

Nunca llegamos a ir juntas a Starbucks, pero en retrospectiva, me imagino lo que hubiera disfrutado mi abuela si gritaran su nombre a viva voz. No habría entendido todas las variedades que ofrecen allí. Hubiera considerado que los precios eran un robo a mano armada. Sin embargo, habría disfrutado de la centralidad del café en ese ambiente.

El café y yo tenemos un diálogo constante. Es más que una simple bebida; me despierta y me inspira a soñar. Siento que con cada taza de café puedo elevarme, no por los efectos de la cafeína, sino en un viaje placentero y consciente.

He explorado prácticamente todas las cafeterías de la ciudad. Las visito, pido mi café, tomo una foto y la guardo en una carpeta en mi computadora con una contraseña complicada que apunto en mi agenda.

Tengo una amiga que me acompaña en esta "locura" por el café, aunque más por hacerme la pierna que por ser una apasionada como yo. Quizás debería considerar formar un club de fans del café, ¿quién sabe? Tal vez conoceré a mejores candidatos que los que encontré en Tinder.
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Janet Rudman
(21 de Agosto de 2023 a las 16:26)

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