Yo quiero llevar una vida sana, por eso me compré una bolsita de bayas de goyi, en uno de esos lugares nuevos que vende semillas y frutos secos a granel. Me preguntaron si las quería orgánicas o no.
Las orgánicas eran más caras, así que elegí las otras. Al otro día, se lo conté a una compañera del gimnasio. Me preguntó con horror cuántas había comido. Yo le contesté que unas treinta. Su cara lo dijo todo. “Noooo”, solo hay que comer cinco por día.
Quedé perpleja. Yo había comprado las bayas para incorporar algo nuevo a mi dieta. Se habla por ahí que la mejor dieta es 0 azúcar, 0 harina de trigo, 0 leche y 0 felicidad.
Dicen que los alimentos procesados traen veneno y el pescado, que siempre pensé que era sano, hace mal por el mercurio. Ergo, se puede comer solo una vez por semana pescado. El salmón es dañino porque tiene colorante. Hasta la gelatina está fuera de toda consideración.
La coca light en el mundo de hoy se visualiza como menos sana que la marihuana. Decir “carne” en determinados ámbitos es una “mala palabra”. Hace 10 años dejé la harina, el azúcar y muchas otras cosas en pos de verme bella. Pero fue una etapa. Con el tiempo volví a una vida de goce que incluía carrot cake y fainá de Costa Azul. ¿Se puede pasar la vida mirando y leyendo etiquetas? ¿Cómo se hace para desayunar un vaso de agua tibia con el jugo de medio limón y empezar el día con alegría? Hoy estoy en una encrucijada, con más de 50 años y con una balanza que sube sin ton ni son. Yo quiero adelgazar y estar sana. Todo tiene un precio. ¿Acaso estoy dispuesta a pagarlo?
