Recuerdo tardes, noches y mediodías de pasión sudorosa.
Veranos calientes e inviernos helados atravesamos.
Extraño mis labios paspados de tanto beso mojado.
Jugábamos con el sushi como si fuéramos los protagonistas de “Nueve semanas y media”,
No nos parecíamos a Michael Rourke y Kim Bassinger.
Vos con tu cara regordeta y ojos saltones,
Yo con mis rollos era la señora de las cuatro décadas de Arjona, toda grasa abdominal.
Nos tomamos todos los cafés que Montevideo nos ofreció.
Teníamos una dieta a puro sexo, no nos cansábamos de hacer piruetas.
Yo no me animaba a compartir con mis amigas lo que me pasaba y mentía.
Les inventaba historias de ayuda a gente necesitada, y la necesitada era yo.
Me decías que sentías que eras mi primer hombre. No fuiste el primero pero si el mejor.
Nunca entendí esa necesidad de los hombres de sentirse primeros, cuando lo importante es ser el último.
Éramos dos cuarentones rememorando la adolescencia perdida.
No sé si te conocí en el mejor momento de mi vida.
Pero sé que cada instante valió la pena.
Nunca estábamos de acuerdo. Yo amaba eso y vos lo odiabas.
No éramos el uno para el otro. A mí me encantaba pelearte.
Un día te dije que quería estar tirada al lado tuyo la vida entera.
Y te asustaste. Me inventaste mil excusas y yo te dije que te creía.
Y me dejaste plantada en un café que ya no existe, como lo nuestro,
¿O será que lo nuestro nunca fue?
