Entrevistas

Adriana Loeff: soy una persona que cuenta historias

 ¿Cuál fue el momento de tu vida que recordas que te inspiró a hacer cine? Nombrame 3 películas inspiradoras de tu juventud.

 

Te menciono películas de mi niñez: Mary Poppins, que en mis recuerdos fue la primera que vi en una sala de cine siendo una niña muy chiquita —no podría afirmarlo porque en realidad se estrenó en salas en los años 60, mucho antes de que yo naciera, pero a mí me retrotrae directamente al olor a butaca y a pop—. Y luego diría La historia sin fin y El jardín secreto, no soy muy original. Creo que ninguna de ellas me inspiró a hacer cine, pero todas estimularon mi fantasía, me hicieron viajar a otros mundos y volver convencida de que algo había cambiado, como si hubiera vivido una experiencia muy fuerte. Hace poco le estaba leyendo un libro a mi hijo, que tiene cinco años. Nos llevó varias noches y cuando terminamos, me dijo: “¿cómo sigue?”. Entonces le expliqué que no seguía, que se había terminado ahí. Mi hijo quedó con una cara de desazón tremenda, como si acaba de decirle que no iba a ver nunca más a dos de sus mejores amigos. Los protagonistas se habían convertido en nuestros compañeros cada noche, vivíamos con ellos sus aventuras. Lo miré y le desee secretamente que sintiera algo parecido muchas veces en la vida, mucho libros que lo hagan viajar, muchas películas que lo conmuevan, muchos personajes que se le metan debajo de la piel.

 ¿Cuál fue la reacción de tu familia cuando les contaste? Estudiaste Ciencias de la Comunicación y Periodismo, trabajaste en esa área. ¿Cuándo fue que decidiste poner tu energía en hacer cine? 

En mi caso, hacer cine no fue una meta que me hubiera planteado o un sueño que hubiera tenido desde chica. Entré a estudiar Comunicación pensando en especializarme en Periodismo. Una vez dentro amplié un poco el panorama, pensé que el trabajo creativo puede encontrar diferentes caminos. Con Claudia Abend, mi amiga y mi codirectora en las películas, empezamos a fantasear con hacer algo juntas desde el comienzo de la carrera. Yo me especialicé en Periodismo y ella en Audiovisual, así que nos pareció que el documental era el camino para plasmar todos esos intereses. Ahí fue desarrollándose la semilla de nuestro primer largometraje, Hit. Hoy, después de haber dirigido dos largos que se estrenaron en salas y recorrieron festivales, yendo por nuestro tercero, además de una miniserie, sigo considerándome una persona que cuenta historias. El cine es el ámbito que más me apasiona, seguramente, el que más me compromete y al que me gustaría dedicarle más energías. Pero divido mi tiempo entre el cine y mi trabajo comoproductora de contenidos, haciendo proyectos audiovisuales pero también escribiendo, haciendo cómics, ilustraciones, hasta un podcast... Así que hoy mi vida laboral navega entre esas aguas.

 ¿Cuál es el contraste entre el glamour que tenemos asociados al cine: la red carpet, los festivales y el minucioso trabajo diario de guionar, editar, conseguir fondos que conlleva hacer cine?

Trabajo en cine independiente y además documental. No sé si la palabra “glamour” aplica. Sí tuvimos la suerte de viajar a muchos festivales, una experiencia que sí, es un poco la frutilla de la torta: conocés gente muy interesante, podés ver tu película en salas con un público muy variado, te encontrás con sus reacciones y sus preguntas, tenés prensa, en fin. Es la parte placentera y gratificante, es divertido, normalmente te sentís muy cuidada y bien tratada. En nuestro caso, que hacemos películas documentales con procesos muy largos, de muchos años —el último llevó siete años, por ejemplo—, es un disfrute particular, además de que son instancias importantes para la película porque es donde te contactás con posibles compradores y con otros festivales. Pero dicho esto, hay muchas otras etapas o momentos de una película que para mí son un disfrute profundo. Escribir y editar la película son procesos que me apasionan y que vivo con mucha intensidad. Con sufrimiento también, porque en un documental es muchas veces donde se juega el partido. Pero es el momento más creativo, en el que me siento más libre, en el que exploro y encuentro nuevos caminos. 

 Vos con Claudia Abend son un binomio. El cine es algo colectivo. ¿Qué requisitos tiene la gente que forma parte de tu equipo?

Con Claudia nos conocemos hace 25 años –qué fuerte, tanto tiempo—. Fuimos compañeras de estudio en el bachillerato y en Facultad, y desde hace más de 15 años hacemos cine juntas. Funcionamos muy bien, y además de colegas y socias, somos amigas, tenemos hijos de la misma edad y compartimos muchas cosas. En general trabajamos en equipos muy pequeños, por la naturaleza de lo que hacemos. Nosotras absorbemos muchas tareas, capaz demasiadas: somos productoras, directoras, guionistas y montajistas. En el rodaje trabajamos con una directora o director de fotografía y un sonidista, además de un asistente de producción. Y buscamos siempre instancias para incorporar otras miradas. Por ejemplo, paraLa flor de la vida hicimos una consultoría con una montajista brasileña que nos encanta, JordanaBerg, que es quien editó la mayor parte de las películas de Eduardo Coutinho, un referente de nuestro cine. Trabajar en dupla te ofrece la posibilidad de tener siempre alguien con quien intercambiar ideas, desatar nudos y discutir. Pero igual es fundamental encontrar otras personas con otras cabezas que nos aporten una mirada fresca. Siempre tiene que haber una afinidad con la gente con la que trabajamos, sea intelectual, sensible o espiritual, te diría. Los rodajes, por ejemplo, son momentos muy intensos, tenemos que estar todos en la misma sintonía.

¿Cómo es el proceso de trabajo de hacer una película en vuestro caso? ¿Los textos son siempre vuestros?

El proceso arranca con la definición de un tema, cosa que nos lleva bastante: tardamos varios años en hacer cada película, así que tenemos que estar bastante convencidas de que estamos haciendo lo que queremos. Nuestro próximo largo, por ejemplo, es sobre maternidad, un tema que está atravesando nuestras vidas en este momento. Le sigue un año de investigación, lectura, escritura, entrevistas preliminares, búsqueda de personajes y postulación a fondos y otras fuentes de financiación, hasta que sentimos que llegó la hora de filmar. El rodaje depende de cada película —en Hit fue bastante controlado, en La flor de la vida se extendió por tres años y medio—. Las nuestras son películas esencialmente de montaje, en las que la historia se escribe a partir del material filmado. Y como nosotras editamos nuestras propias películas, hacemos allí nuestra escritura.

 ¿Cómo es el tema de la financiación de las películas que ustedes realizan?

En nuestro caso recurrimos principalmente a fondos, en Uruguay y en el exterior. Por ejemplo, para La flor de la vida tuvimos apoyos del Instituto de Cine, de la Intendencia y de los canales de televisión. Y luego tuvimos dos becas muy grandes del Instituto Sundance, que fundó Robert Redford para apoyar al cine independiente. Eso nos permitió salir de fronteras y ponernos en contacto con productores, fundaciones y agentes de venta en Estados Unidos, lo que nos abrió un montón de puertas, no solo para financiarnos sino también para llegar a festivales y pantallas en todo el mundo.

 ¿Qué cambio trajo al mundo del cine las plataformas como Netflix, Amazon Prime, Hulu, Apple?

Una transformación gigantesca: cualquiera puede comparar su forma de ver cine hoy y hace 10 años y notar las diferencias. Cambió el panorama en muchos sentidos, para los espectadores y para los directores. A los espectadores nos amplió mucho las posibilidades de ver más cine. Al mismo tiempo, son plataformas con una penetración tan gigantesca que también corremos el riesgo de ignorar todo lo que ocurre fuera de ellas. Para los directores, un arma de doble filo: quienes no entran pueden sentirse fuera del partido. Y quienes entran quedan en manos de un solo jugador, y pueden sentir que sus películas se hunden en un mar infinito de películas de perfil más alto. Hay directores que por eso prefieren no estar ahí. Por suerte, además de las que mencionás, que son monstruos de grandes, aparecieron muchas otras plataformas alternativas, que nos permiten llegar a un cine al que de otro modo sería muy difícil acceder. En la pandemia fue particularmente interesante eso. Visité mucho, por ejemplo, la IDFA Collection, del festival de cine documental más importante del mundo, el IDFA. Me di una panzada de documentales maravillosos. De paso, la recomiendo.

 ¿Te imaginas “Una casa de Papel” hecha en Uruguay?

Me imagino cosas mucho mejores hechas en Uruguay…

 Después de “La flor de la vida” cambió tu manera de pensar acerca de la gente de esa edad. ¿Cuándo se te acerca alguien de esa edad, no pensás en la historia detrás de esa expresión del rostro? Fue conocimiento que sumaste para tu vida personal. 

Para mí, La flor de la vida no es una película sobre la vejez: es una película sobre el amor, los desafíos de las relaciones, el paso del tiempo, las decisiones y los arrepentimientos. Solo que el universo que elegimos para reflexionar sobre estas cosas fue el de los adultos mayores. Claro que zambullirnos en ese mundo dejó su huella. Siempre cuento que durante el rodaje de las entrevistas, en el que pasamos varios días encerradas en el auditorio del Sodreconversando uno tras otro con decenas de veteranos, cada noche llegaba a casa y me sentía como si estuviera volviendo de un viaje: le contaba a mi esposo todo lo que había vivido, lo que había conocido y había sentido, y parecía que me hubiera transportado a un universo paralelo. Con todas las diferencias entre cada persona que íbamos entrevistando, había algo en común, una mirada del mundo, una forma de relacionarse con el otro, no puedo explicarlo. Pero claramente sentí que estaba frente a una generación diferente a la mía, y también sentí la humildad de reconocer que teníamos mucho que aprender de ella. Nuestra fotógrafa, por ejemplo, estaba con una libretita en mano anotando frases y reflexiones que le parecían inspiradoras o que encerraban enseñanzas.

 ¿Qué pensas del feminismo y del lenguaje inclusivo, qué papel juega en el lenguaje cinematográfico?

Estamos en un momento bisagra en ese sentido. Todos los movimientos que se dieron en estos últimos años en torno a los temas de género y feminismo impactaron también en el cine en Uruguay. Se creó, por ejemplo, un colectivo de mujeres del audiovisual que entre otras cosas recopiló estadísticas en Uruguay. Encontraron que de todas las películas nacionales estrenadas en los últimos 10 años, algo así como el 20% estaban dirigidas por mujeres. Y el número de guionistas mujeres era menor. ¿Por qué esto es importante? Porque la escritura y la dirección son los roles donde se construye una voz. Y eso significaba que eran muy pocas las mujeres cuyas voces se estaban expresando a través de esta forma de arte. Como espectadora, me parece que me beneficio cuando hay más variedad de voces, más diversidad no sólo de género sino también de edad, de generación, de posturas ante el mundo. Espero que todos estos movimientos nos lleven un paso más en ese sentido y tengan un impacto positivo y constructivo.

¿Cómo ha sido ser mujer en esta tarea? ¿Te ha afectado a la hora de concursar fondos o de presentar una película?

Trabajo en un área dentro del cine donde ser mujer no es una excepción a la regla: hay muchas directoras haciendo películas documentales en Uruguay. Personalmente no sentí que haya afectado mi trabajo de un modo negativo. 

¿Cómo se vive la maternidad en una carrera tan exigente?

No sé si hacer cine es una carrera más exigente que otras. Lo que puedo decirte es que la maternidad la vivo con una alegría y gratitud inmensas. Y en tren de compatibilizar ambos mundos, nuestra próxima película con Claudia es justamente sobre maternidad. Ya sabemos a quiénes va a estar dedicada.

 

 

 

 

 

Janet Rudman
(12 Agosto 2020 , 14:16)

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