Janet Rudman

Janet Rudman

Me gusta leer y escribir. Encontré en la lectura y la escritura una forma de canalizar mi esencia. Leo con la misma pasión con la que tomo café. Me gusta escribir sobre historias mínimas. He trabajado en varios proyectos editoriales uruguayos que construían identidad judía: Kesher, TuMeser, Jai y ahora formo parte del staff de SemanariohebreoJai.

Columna de opinión

Soy un hombre

Siempre creí que era un ganador.  Hasta que Liliana me echó.  Nunca pensé que me iba a dejar de una.  

 Yo podía haber tenido un día terrible en el negocio, las nenas gritaban en casa, me metía en la cama con Liliana y me olvidaba de todo. Cómo disfrutábamos en el sexo. Al lado de ella, me sentía vivo.  Ella decía que era un alma libre. Yo la dejaba hablar, siempre creí que a las mujeres había que dejarles la cuerda floja, para que se sintieran libres y ahí valoraran más al marido. Nunca le dije que no saliera con amigas ni que no trabajara. Sus amigas le llenaron la cabeza. ¿Qué mujer deja a su marido por una infidelidad? Los hombres somos infieles por naturaleza. Es tan sencillo entenderlo.  

Estuvimos casados 20 años. Ya pasaron 6 meses desde la separación y volvería con ella  sin dudarlo un segundo.  Siempre para mí la familia fue lo más importante.  Le perdonaría que se haya quedado con el dinero de la cuenta bancaria conjunta y me olvidaría de ese fulano que anda con ella.  Piensa que las chicas no me cuentan, habla bajito por teléfono. Vuelve tarde a “casa”, no sé llamarla de otra forma.  Maia me cuenta que no se aleja del celular un minuto, que está siempre de punta en blanco. El otro día la espié. Qué ganas de abrazarla tuve. Salió de su consultorio y se metió en el auto que yo le regalé y cuyo seguro sigo pagando.

Yo no soy un tipo culposo, nunca lo fui, no estoy  arrepentido de haberle sido infiel con Alicia.  Me sentí atraído por ella desde el primer día que la vi.  Pienso en ella y aún hoy tengo una erección: sus labios rojos, su pelo desordenado, sus  escotes que dejaban entrever su busto. Alicia me visitaba en el negocio como vendedora de un mayorista de pinturas.  Soy hombre y no pude perder la oportunidad de tener sexo con  ella. Era una mina independiente, que se partía, disponible y nunca hacía drama por nada.

No fue una buena idea ir a Buenos Aires con Alicia. Insistió mucho y la verdad es que nunca me pedía nada. Estaba siempre de buen humor.  Fuimos hasta Colonia en mi auto y lo dejé allí. Nos tomamos el Buquebus y nos sentamos en el piso de arriba. Parece cosa de mandinga, apareció Irene,  una cosmetóloga colega de Liliana. Fue un momento muy incómodo. La remé lo mejor posible. Le dije que íbamos a una feria de productos de ferretería.  No me creyó nada.

Me puse de mal humor. Llegué al hotel y protesté por la habitación. Al salir a la calle, miraba para atrás a ver si no me seguía nadie. Me porté como un salvaje. Le hablé mal a Alicia, que no entendía nada. Ni siquiera disfruté del sexo esa noche.

Volvimos a Montevideo. No sé si Irene le comentó algo, pero a mí Liliana no me dijo ni una palabra. Yo seguí mi rutina de encuentros con Alicia. Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Un día llego a casa, a la que era mi casa, ya no sé cómo llamarla y había una valija en el living.

Liliana me dijo que me fuera,  que no quería que durmiera esa noche allí. Me dijo que estaba harta de ser una cornuda, que no era ninguna estúpida y que ya había hablado con un abogado.  Le rogué que me dejara dormir esa noche. Me quedé toda la noche con la televisión prendida. Cuando amaneció me fui a Flores, a la casa de mi amigo Juan. No hay un día de mi vida que no piense en mi mujer y en mis hijas.

Janet Rudman
(23 de Septiembre de 2020 a las 09:32)

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