Fuente: tumeser.com
La dimensión trágica del desastre en Meron en 5781, veinte siglos más tarde, es que en este Lag BaOmer han muerto hasta ahora cuarenta y cinco alumnos de Ieshivot. Por si no fuera suficiente, la “plaga” que hoy llamamos pandemia, parecía estar bajo control. Milagrosamente o a fuerza de recursos humanos y científicos, como sucediera en los albores del siglo II EC, en Israel una ola de contagios llegó a su fin. Como entonces, decenas de miles de ávidos estudiantes de Torá buscan en ella, a través de sus rabinos, la revelación. Tristemente, la tragedia de Meron pone de manifiesto la vigencia y la atemporalidad de algunos valores. En términos modernos, cuarenta y cinco muertos en una avalancha es una tragedia de proporciones mitológicas como la de los veinticuatro mil.
Los Rabinos (Jazal) acuñaron también la expresión del “odio gratuito” u odio irracional entre “hermanos” (judíos) para explicar la caída del Templo de Jerusalém, que da origen a esta saga de la cual todavía somos parte. Estoy seguro que todos los que se dieron cita en la víspera de este Lag BaOmer en Meron sentían un amor fraternal uno por otro, aun cuando para el resto del país o del pueblo judío ellos son la causa de algunos de los males más endémicos que aquejan a nuestro pueblo: desde el desprecio mutuo con las corrientes liberales e incluso con algunas ortodoxas, hasta la fobia que despiertan en el judaísmo de corte secular y tradicionalista, más ajeno a los rituales que nos conectan con Dios, y de Dios mismo. Su obstinación, su rigidez, la prevalencia de las leyes de la Torá por sobre las leyes nacionales, han ubicado a muchos de ellos, para muchos de nosotros, casi fuera del sistema. De alguna manera, nos espejamos por la negativa: eso que tu sos, yo no soy.
Por eso lo sucedido en Meron adquiere tanta relevancia. Porque por un lado lleva al paroxismo y de allí directo a la muerte a demasiados judíos, mientras que por otro lado nos obliga, a todo el resto, a repensarnos. La contracara del odio gratuito no es el amor; ¿por qué no pensar en empatía incondicional? ¿Quién no estuvo en medio de multitudes que superaban cualquier predicción y lógica en la hora de Neilá en Iom Kipur en cualquier templo de cualquier denominación? ¿Quién no pensó por un momento que no sucediera algo imprevisible? Son momentos breves e intensos, porque si no fueran tan breves no podríamos darnos el lujo de vivirlos. Pasada la pandemia, será un tema que nadie pasará por alto.
En Meron la prudencia fue sepultada por la intensidad mística y el fervor religioso. Pudo no haber sucedido, pero sucedió. También podría haber un nuevo brote de Covid en quince días. Desde el punto de vista de coherencia racional, todo el evento fue mal concebido y peor implementado. Pero miro alrededor y todos los días veo, en todo el mundo, pequeños episodios tipo Meron. Las responsabilidades quedan en mano de la soberanía nacional israelí, sus instituciones, sus autoridades. En nuestro entorno quedan la condolencia, el asombro, la impotencia, y más o menos tristeza; pero sobre todo debería quedar una señal, un llamado de atención que nos lleve a la introspección. Seamos como los peregrinos de Meron o seamos otro tipo de judío, de Egipto salimos todos a pie y la Torá la recibimos todos de pie. Sucederá otra vez, en pocos días, en Shavuot. Si Dios quiere.
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