Parece un niño, pero no lo es. Tiene 12 años y muchas ganas.
La madre está leyendo. En la reposera, al sol. Tiene las manos aceitosas por el bronceador. El sombrero y los lentes la protegen del sol. Tarde ideal para estar en la playa. Por fin unos días para estar tranquilos y que cada uno haga lo tenga ganas. Diego y ella están en la playa. Martin prepara la carne para el asado. Julieta duerme la mona después del baile de anoche.
Le pregunta a su madre si puede ir a caminar por la orilla.
Ahora Leticia levanta la vista, se ve rodeada de cangrejos muertos, aguas vivas y pedazos de caracoles.
— Diego, saca todo esto de aquí.
— Si, luego lo llevo todo a casa.
— A casa ni pensarlo.
— ¿Puedo ir?
— ¿A dónde?
— Hasta allí, a ver los veleros.
— Bueno, no te alejes. No hagas nada raro. No hables con nadie.
— No…
Va mojándose los pies con el agua fría del mar hasta que pierde de vista a su madre y se acerca a unas niñas. Son hermanitas, rubias y tiernas.
Ya se conocen.
Las tardes de playa son especiales para hacer amigos nuevos.
Las saluda y se sienta en la arena junto a ellas. La arena es gruesa, es una playa agreste. Allí todos se conocen. Hay libertad y tranquilidad.
Las niñas como llevadas por una señal se ponen en pie y juntan sus baldes y palas.
Con Diego siempre salen por ahí a caminar y encontrar cosas.
— ¿Saben que apareció un nido de gaviotas allí atrás de la duna? ¿Vamos a verlo? Se le entrecorta la voz al decirlo.
La niña grande hace un gesto afirmativo con la cabeza, mientras que la menor uno negativo.
Se ponen a caminar por la arena caliente. Los primeros pasos son lentos porque hay que empujar a Beatriz, la más chica de los Berrueta.
Van uno detrás del otro. Siguen al varón en silencio.
Cuando ya casi no hay nadie a la vista, Diego se afloja el short. Se le puede ver el poco vello púbico que con orgullo intenta crecer en su cuerpo. Un pequeño gesto exhibicionista ante un público formado por dos pequeñas personas.
— Miren, allí está. Un nido enorme.
— ¿Dónde?
— Allí arriba del pino ese.
Al señalar para arriba, contiene la respiración, mete panza y el short se resbala hasta sus tobillos.
Desnudo se deja observar por las hermanas.
Nadie dice nada.
Beatriz da unos pasos para adelante para ver mejor el nido o para no verlo.
La mayor se queda inmóvil. Quieta de emoción.
¿Por qué no lo tocas? Le pregunta a la mayor.
Ninguno de los dos se anima a moverse.
Ya se imagina los gritos de su madre si lo viera así, desnudo frente a las hermanas.
Pero las madres nunca se dan cuenta de esas cosas. Seguro que con las manos aceitosas le cuenta dar vuelta la página.