Con Martín eramos amigos de la adolescencia, nos conocimos en un grupo de chicas y chicos de una institución judía. Nos hicimos muy compinches y nuestras juntadas tenían sabor a café con leche. Tuvimos muchas meriendas frente a la tele cuando daban la comedia de la seis de la tarde..Los sábados salíamos con el grupete al cine, a bailar y a comer pizza a Rodelú en el Parque Rodó. Los años pasaron y el grupo se desarmó. Yo conocí a mi marido y nos dejamos de ver. De todas formas, siempre nos invitamos a los cumpleaños.
La fiesta de cumpleaños de Martín de treinta fue un hito memorable en mi vida adulta y no precisamente por la comida. Visualizo la mesa puesta con falafel calentito, el hummus casero con comino y las mejores pitas que comí en mi vida, .con los bohios de espinaca con mucho queso rralllado que la madre de Martín hacía. La comida árabe no era tendencia en el Uruguay de finales de los noventa.Yo estaba vestida con campera, botas y zapatos de jean. Tenía los labios bien rojos y las pestañas con mucho rimmel. Me habían dado un cargo de Jefa en una revista y todavía no tenía treinta.
Llegué muy puntual, no había nadie salvo Ernesto, que lo conocía porque teníamos un pariente en común. Su ex esposa era prima de mi primo. No sabía nada de que se había separado hacía poco. Nunca entendí qué pasó por mi cabeza cuando le pregunté:
—¿Cómo están tus tres hijos? Hace mucho tiempo que no los veo.
—¿Mis tres hijos? Me parece que estás mal informada, yo tengo dos hijos que se llaman Carlos y Felipe y mi ex Juani tiene una hija. No tengo nada en contra de la niña, sus hermanos la quieren mucho. Yo no tengo nada que ver con ella, no es mi hija.
Pensé que la tierra se iba a rajar en ese momento y yo iba a caer en un precipicio. Nunca había metido tanto la pata. Le podría haber preguntado por sus hermanas o sus perros. Solo Dios sabe que no tenía perros, y si los tenía, dudo que hubiera un conflicto de ADN con ellos. ¿Acaso yo tenía idea que Ernesto pensaba que Antonia no era su hija? Carecía de espejos en su casa, Antonia se parecía mucho a Ernesto y a sus hermanos.
—Perdón, no me contestaste, ¿cómo están Carlos y Felipe? ¿A qué escuela van?
—Carlos está en primero de escuela y Felipe en jardinera de 5. Van al Latino y están muy aclimatados a la nueva escuela.
Antes que contestara, me pasó la idea de que podría haberla embarrado otra vez. Por un instante, imaginé a una institutriz inglesa que les daba clases en su casa. El cumpleaños de Martín pasó a ser el día de la pregunta fatal. Es terreno menos resbaladizo conversar sobre las probabilidades de lluvia para el fin de semana. ¿Acaso a mí me importaba si Juani le había metido los cuernos a Ernesto? Ni un poquito. Yo no quise meter el dedo en el ventilador. Cuando yo era niña, me decían el “diario de Pocitos”. Me faltaba poco para los treinta e hice la metida de pata de mi vida.
Juani se casó con el otro y fue muy feliz. Antonia nunca tuvo padre, a las reuniones de padres de la escuela, Juani siempre fue sola. El nuevo matrimonio tuvo dos hijas y el nuevo marido fue un padre presente y afectuoso. Juani siempre sufrió la diferencia que hacía entre sus hijas y Antonia a pesar de haberlas criado a las tres.