Lea y su primer contacto con el otro Dios
En el tren Lea miraba todo con temor, pero con alegría.
Tener a papá solo para ella y quizás para siempre porque como mamá ya tenía otro bebé a lo mejor se los habrían repartido entre ellos uno para cada uno.
Pero no importaba porque a ella le había tocado la mejor parte y estaba viajando por primera vez. Era tanta la emoción que hasta sentía ganas de llorar, pero no lo haría porque todos pensarían que le daba miedo el ferrocarril.
Por la ventana los árboles corrían en sentido contrario y Lea preguntaba cosas tales como… ¿son los árboles que se mueven? y si así fuera ¿por qué están volviendo? quizás Montevideo no les gustó o extrañaban a la madre.
Caminaba por el vagón saludando a todos y observando qué comían.
Un señor viajaba con una ovejita muy chiquita a la que pudo acariciar, pero cuando el animalito se sacudió Lea corrió asustada al lado de papá y ya no se movió por un rato hasta quedar dormida sobre la pierna de Agustín quien la cubrió con un saco y acariciando su pelo, también se durmió.
A la mitad del camino, en un pueblo llamado Nico Pérez el tren se detuvo un buen rato.
Agustín y Lea bajaron a estirar las piernas caminando por la estación.
Sus ojitos no paraban de mirar todo.
¡Qué cantidad de gente!
Preguntó a su papá si todas esas personas irían a tomar el mismo tren a lo que Agustín le contestó que no, que para esa gente la única diversión era ir a ver el ferrocarril que pasaba y se detenía allí un buen rato.
Cuando se marchaba el tren la gente retornaba a sus casas hasta el otro día en que a la misma hora volvían a hacer lo mismo.
Muy inteligentemente Lea le comentó si esto no se transformaba en algo aburrido, pero Agustín le dijo que la gente del pueblo era siempre la misma pero los que viajaban y bajaban un rato como ellos lo estaban haciendo en este momento, eran todas caras nuevas.
Para los que allí vivían era algo así como ir al cine a ver otra película diferente cada día o escuchar canciones distintas en la radio o ver vidrieras llenas de ropas que cambiaban constantemente de moda y de colores.
Lea comprendió allí algo de la necesidad que tienen las personas de conocer cosas diferentes. La niña decidía allí de forma inconsciente a irse un día de la casa, escapar de su pueblo, de su madre, de su nueva hermana, de su abuela Juana que siempre estaba enferma y no terminaba nunca de morirse.
Cuando nuevamente el bólido comenzó a marchar papá Agustín abrió un paquete con pan y fiambre, recién comprado a un señor que vendía en el andén.
Luego de cenar y pasar por el baño a hacer pis, recostó nuevamente la cabecita en la pierna de su padre durmiéndose casi hasta llegar a un par de estaciones antes del destino.
Montevideo la gran ciudad la estaba esperando con nuevas aventuras y Lea ya estaba lista para disfrutarlas.
Era ya entrada la noche cuando se subieron a un auto que era manejado por una persona desconocida muy amable que para conducir se puso un gorro como de policía.
Nosotros íbamos en el asiento de atrás pero adelante nadie, contaría en su historia una vez regresaron al pueblo Lea a sus tías y a sus muñecas.
También en la parte de adelante del inmenso coche del otro lado de adonde manejaba el señor de gorro de policía, había un inmenso aparato que tenían números que cambiaban constantemente, continuaría diciendo Lea abriendo sus ojos bien grandes.
Lea siempre se distinguió por su capacidad de relato y exagerar las cosas de tal forma que quienes la escuchaban quedaban atrapados con sus cuentos.
Se alejaron así de aquella grandiosa casa adonde dormirían los trenes que llegaban de todos los rincones lejanos para descansar y así al otro día volvían a transportar otra cantidad de personas de aquí para allá.
Antes de salir del andén papá le mostró que los ferrocarriles no solo llevaban gente, sino que tenían más carros que transportaban animales, otros iban con troncos de árboles los que después de cortados servirían para fabricar, por ejemplo, muebles de madera o columnas por donde iban los cables de la luz que ella había visto en el camino yendo para el lado contrario junto con los árboles.
También le mostró que en ese mismo tren había vagones cerrados adonde llevaban los paquetes que la gente mandaba y que se llamaban encomiendas.
Tomaron por una avenida llena de vidrieras con luces y colmada de gente que corría de un lado para otro.
Grandes ómnibus también llenos de gente sentada y también parada.
Le llamó mucho la atención que los buses estaban también iluminados por dentro como si fuera una casa.
Lea conocía el cine de la calle principal pero nunca imaginó que en Montevideo en cada cuadra podría encontrar uno o dos juntos.
Los ojitos no dejaban de mirar con asombro y deseos ya de no volver nunca más a su pequeño y triste pueblo tan oscuro y vacío a la noche.
Llegaron a una calle que esta sí era más parecida a su calle.
Paró el coche en la puerta de un edificio parecido a una iglesia, un poco más chico que las iglesias que ella conocía y adelante en lugar de una virgen iluminada había en la pared dibujada algo parecido a una estrella.
De la casa de al lado salió a recibirlos la tía Esther con la prima Sarita.
Ella miró a Sarita con alegría porque hacía mucho tiempo que se habían venido a vivir a Montevideo.
Le llamó la atención de que era mucho más bajita que ella a pesar de llevarse muy poca diferencia de edad. Esto la dejó muy contenta ya que se sentía la mayor de las dos.
Continuará