Friedrich Perschak

Friedrich Perschak

Lector, muy lector.  Desde hace años participo de talleres de escritura y lectura.  Estudiar Tora me lleva de la mano a mi identidad judía. Desde que me acuerdo, he leído.  En un verano, cuando tenía 9 años, mi padre nos dio a mis hermanos y a mí, libros para leer en la hora de la siesta;  ese fue el verano de Stefan Zweig. Desde ese momento mi relación con la literatura nunca se rompió. Todos los libros son buenos para ser leídos, todo lo vivido para ser narrado y para ser visto en el cine. La comunicación literaria como mi forma de vida.

Columna de opinión

Nina de noche

Las noches son lo peor. Después de darles la cena a los niños, bañarlos y acostarlos,  el silencio abruma mi estado de ánimo.

Me siento siempre en la misma silla, siempre en la ubicación exacta, para que no le ocurra nada a él. Me sirvo un poco de té, cada noche uso la misma taza. Sé que si cada vez hago lo mismo no pasara nada malo. Llevo al balcón el cuaderno gris que traje desde Montevideo y el lápiz negro. Trato de escribir algo, de olvidarme que está allá lejos, imagino que está de viaje  al otro lado de la frontera. Es que lo extraño tanto.

Escribo, tengo unas ideas, es lo que siento y veo desde la quietud del balcón. Tacho, borro y vuelvo a escribir sobre lo borrado. Los nervios y la ansiedad lo opacan todo. No me permito llorar.  Seguro luego, en otro momento, en el futuro encontraré estas hojas y al leerlas sonreiré, se que las encontraré y serán testimonio de parte de mi vida.  Los primeros versos quedaron así:

“El cielo se tiñe de negro azabache, su sombra implacable ya ha vencido al sol,

navega la luna cual límpido oasis que irradia a la arena ocre resplandor.

Puntos luminosos nos guiñan de lejos, los grillos entonan un desafinado son,

las luces se opacan el negro que es intenso,

es que ya ha acabado un día de labor”.

Me levanto, dejo la silla en su lugar exacto, no quiero que por mi culpa, no vuelva. Pongo mi disco preferido. Trato de escucharlo en el volumen más bajo posible, no sea que los niños se despierten también por mi culpa. Nina Simone canta Od Yesh homa y Eretz zavat chalav. Imagino que lo hace solo para mí, cómo habrá aprendido esa canción, me dejo abrazar por su voz regordeta y mullida, me arrulla su melodía y por un rato no pienso nada, transcurren las canciones y me tranquilizo.

Siempre pasa lo mismo, cuando llega el turno de Feeling Good, no lo tolero. Me levanto y apago con furia el tocadiscos. Cómo me puedo sentir bien, ella sabe cómo me siento y no es good…

Vuelvo al balcón, el resto del té está frío. La taza es una mancha marrón sucia de restos de limón.  Recostada en mis brazos sobre la mesa pienso en él, cómo estará, qué venga pronto, por favor. Y la noche gana una vez más.

Sueño que vuelve.

Esperé todo el día y no supe nada. Israel es un desierto infernal. Niños que vienen de la escuela hambrientos.  Rumores inexactos que me hacen mal.  Trabajo. Cartas que no son de él. Preocupación. Después de nuevo me siento en el lugar exacto para que no sea una tragedia. La noche me castiga y trato de volver a escribir.

Muy bajo como un murmullo Nina vuelve a abrazarme. Escribo:

 “Se extiende la calma, la brisa ya fresca da tregua al calor

la recia figura de bloques inmensos se vuelve imponente desde mi balcón…

Mis ojos se cierran, el sueño los vence, espero a mi amado con gran desazón.

Mi vaga mirada escruta a lo lejos, abriéndose paso entre la negrura que hay en derredor…”

Otra noche que duermo sentada esperándolo. Otra mañana que la tristeza y la angustia me dominan. Otro día en que repito cada una de las cosas que siempre hago de manera idéntica.

¿Volverá para Shabat?

No lo soporto más. Voy a morir si no vuelve.

David llora y me despierta. Corro desesperada hacia el dormitorio. Solamente es una pesadilla. Se asustó con un perro grande que ladraba en su sueño de niño.

Hoy es jueves, paso todo el día más nerviosa que nunca.  Creo verlo en todos lados.  A cada minuto una nueva decepción.

De noche, sentada en la misma silla, en el lugar correcto, escribo:

“Se entreabren mis párpados, en estoico esfuerzo,

buscando el retorno de mi gran amor, más en mis pupilas sólo se refleja

una hermosa noche en Ashquelon.”

Es de noche y duermo en el balcón escondiendo mis pensamientos con el cuerpo. Siento que alguien me abraza. Entre sueños sé que no es Nina, ella hoy no canta. Son manos reales, conocidas, manos de hombre; como una niña buena dejo que me lleven a la cama.

Despierto junto a él. Respiro y doy gracias; volvió. Los dos niños saltan a la cama. Estamos todos felices.

Apoyado detrás de la puerta está su ametralladora, su casco y su uniforme. Fueron seis horribles días.

Dicen que los milagros de Israel tienen tres culpables, la tecnología, los judíos y la plegaria, pero hay que agregar mi exactitud.

Gracias Nina por preocuparte por mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Friedrich Perschak
(22 de Julio de 2022 a las 11:18)

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