Esas cosas le faltaban.
Esas cosas pequeñas que le habían acompañado durante los veinticuatro años que estuvieron casados. Porque ese año hubieran cumplido sus bodas de plata.
Cuando él se terminaba de vestir y salía del baño, muy despacio le iba abriendo la persiana como para que los primeros rayos de sol no perturbaran el despertar pero que a la vez ella pudiera saber que ya era hora de comenzar una nueva jornada.
Durante los años que los chicos tenían que despertarse para ir al colegio él era quien la despertaba siempre puntual nunca había necesidad de usar el despertador.
Preparaba el desayuno mientras ella luchaba para que los niños se apuraran.
Cuando tenían que madrugar un poco más por alguna razón en especial no tenía problemas en levantarse más temprano para dejarles a todos el baño libre bien limpio con el jabón y las toallas arregladas en su lugar, la ropa usada en el canasto,todo listo para que ninguno perdiera tiempo.
Luego del infaltable beso de la mañana para irse a su trabajo junto con una caricia y el "chau" luego de sentir el sonido de la cerradura de la puerta de calle, ella sabía que su día comenzaría nuevamente después de esa lujosa siestita de media hora en la tranquilidad que le daba la casa solitaria y silenciosa.
Luego de que los chicos habían marchado a sus actividades diarias aprovechando el transporte de su padre y ahora que...
Ya no había niños no había ruidos no había desayunos que preparar.
El dinero del día que le daba la tranquilidad de siempre estar sobre la cómoda se había cambiado por una suculenta suma en una fría cuenta de banco precio que le habían pagado por su compañía durante los servicios prestados a la familia.
De ahora en adelante y a los cuarenta y cinco años ella sola tendría que abrir la persiana porque su marido perdón, su ex marido como tenía que empezar a llamarlo, estaría abriéndola en otro lado.
Cuando el cura pronunció las palabras:
Hasta que la muerte los separe siempre estuvo segura de que así iba a ser.
Nunca imaginó que sería abandonada de esa forma en la mitad del camino.
Su vida matrimonial era la envidia de todos los que la conocían y ejemplo para sus hijos ya casados.
¿Qué pasaría ahora y cómo empezar todo otra vez a mi edad? - pensaba.
Cuando salió de la ducha envuelta en una toalla se dirigió a la cocina puso un filtro en la cafetera mirando el café molido dudó sobre la medida. Luego de llenarlo y sacar la mitad agregó el agua a ojo.
El teléfono sonó, era la hija.
¿Cómo estás, mamá?
-Bien, comenzando una nueva vida.
Se prolongó la conversación escuchando cantidad de consejos de lo que debía hacer de ahora en más.
Luego de cortar, inmediatamente llamó su hijo más chico.
-Estoy en el celular mamá ¿Estás bien?
-Si estoy bien... otra vez consejos mientras ella se congelaba envuelta en su toalla húmeda.
-Bueno después te vuelvo a llamar desde la oficina chau.
Sintió olor a quemado eran sus tostadas que las habían puesto en una sartén porque la tostadora hacía dos meses su marido digo su ex, la había llevado a arreglar.
Pensó entonces:
¿Dónde habrá dejado la boleta del taller? Tendré que llamarlo y preguntarle como si esa estupidez fuera así de fácil.
Cuando se estaba poniendo la pollera sonó nuevamente el teléfono con un gesto de fastidio lo levantó y escuchó una voz muy triste casi por llorar diciendo
- ¿Cómo estás, nena?,
Hola mamá.
¿Se sufre verdad?... Cuando yo perdí a tu padre, blá, blá, blá...
-Un momento mamá que yo no quedé viuda me divorcié y con otro gesto de fastidio le dijo después te llamo y cortó.
Se miró al espejo, estaba con el pelo mojado tratando de abrocharse esa falda preparándose como para ir a trabajar y se iba a vestir con ropa formal como siempre cuando pensó
¿Qué estoy haciendo?
Comenzó por desconectar el teléfono por un rato y se empezó a sacar toda la ropa nuevamente hasta quedar totalmente desnuda.
Así como estaba se sentó comenzando a maquillarse y se cambió el peinado.
Se probó un conjunto de ropa interior negro que había comprado para una ocasión especial con su marido que nunca usó porque no se animó y su esposo no supo ni siquiera que lo tenía.
Se miró al espejo con ojo clínico y le gustó lo que vio.
Puso música, buscó una caja de cigarrillos olvidada por su hermana, prendió uno, aguantó el humo, ya que ellos habían dejado de fumar hacía como quince años.
Se fue a servir café y con la taza comenzó a bailar por toda la sala festejando la nueva vida que le esperaba en los próximos años.