En comunidad

Una historia de vida desde el Hogar Israelita

Manolo Rozentraub, de Montevideo a Polonia, y entre Uruguay e Israel

Fotos: Yoni Kurlender

Manolo Rozentraub, que acaba de cumplir 91 esta semana,  hace ya 10 años que vive en el Hogar Israelita. Tiene muchos recuerdos para compartir de una vida plena durante la que tuvo la fuerza de cruzar fronteras, buscar nuevos destinos, y de volver luego a Uruguay, donde nació.

Sus padres llegaron de Polonia. El padre en 1925 y la madre dos años más tarde. Al hablar de ellos, resulta ineludible preguntar si todos los familiares que quedaron en Europa murieron en la Shoá, a lo cual Manolo responde positivamente, con el rostro serio.

Nos cuenta una situación singular. En 1928, su madre, su hermana y él viajaron a Polonia. El padre no, ya que había eludido el servicio militar y no podía volver a Europa. No sabe explicar exactamente la razón del viaje, pero dado que recordaba que a su madre le había costado aclimatarse en Uruguay, estima que la idea era intentar volver a establecerse en Polonia. Pero dado que no halló la forma de que también su padre pudiese volver, en 1934 la familia volvió a Montevideo. La condición de Manolo, de nacido en Uruguay, fue clave para hacerlo posible, así lo recuerda hoy.

Recientemente visitamos el Hogar y conversamos con Manolo, al que fue un placer poder abrazar. Esta es una oportunidad para agradecerle públicamente lo que ya hicimos personalmente, por el monedero que nos regaló, hecho por él mismo.

Con Manolo en el Hogar de Burgues
Con Manolo en el Hogar de Burgues

 

P: Manolo, me contás de aquel viaje de tu familia y no puedo dejar de pensar qué habría pasado si no se hubieran ido de Polonia a tiempo. Mirando hacia atrás, ¿te sentís afortunado de haber nacido en Uruguay?

R: Indudablemente me salvó la vida el hecho de ser uruguayo.

P: ¿Cómo era crecer en un hogar de inmigantes?

R: Es un poco difícil responderlo. Tuve una infancia bastante complicada. Cuando llegué a Polonia de niño me había contagiado la polio, y mi madre me salvó la vida, pero indudablemente me quedaron secuelas. Cuando volvimos a Uruguay, de los 6 años a los 10 anduve del hospital a casa y de casa al hospital con operaciones. Una niñez relativamente difícil.

Mi padre era sastre y a mis 8 años me sentó en la máquina y me dijo: “Aprendé a coser en la máquina”. Lo primero que hice fue pasarme la aguja de la máquina de lado a lado… entonces mi padre me dijo: “Bueno, ahora vas a ser sastre”. Se equivocó de punta a punta [se ríe]. Estuve hasta los 20 años trabajando de sastre y a los 20 años me fui a la hajshará  en Migues. En 1949 hice aliá. Estuve 9 años en Israel.

 

La vivencia israelí

P: Recuerdo que la vez pasada que visité el Hogar, me contaste que viviste en el kibutz Ein Hashlosha. Era por cierto muy distinto del hermoso kibutz de hoy. Carpas en medio del desierto, más o menos…

R: El lugar era como tú decís, desierto. Estuvimos en distintos lugares mientras se construía Ein Hashlosha.

P: ¿Por qué fuiste?¿Ideología?

R: A mí lo único realmente, lo que me llamó, fue ir a un kibutz.Puedo decir que con mi señora fuimos los constructores de Ein HaShlosha. Ella también está en el Hogar, Sara Grinberg.

P: ¿Y por qué ese ideal? ¿Para construir un mejor modelo de sociedad en el mundo?

R: Ese era mi ideal, eso era lo que buscaba. Estuvimos cinco años en Ein HaShlosha. Hubo circunstancias que nos llevaron a irnos de ahí. Hasta el día de hoy lo extraño.

P: ¿Qué influencia tuvo para ti el haber vivido esos años en Ein HaShlosha, con todo lo que significaba el esfuerzo en la vida diaria?

R: Significó mucho. En aquel momento las dificultades no las sentíamos. Trabajábamos y vivíamos pensando justamente en mejorar, en construir un lugar bueno y decoroso para poder vivir y criar a nuestros hijos. Hasta el día de hoy, como te dije, extraño Ein HaShlosha. Fue parte de mi vida, es donde puse todo lo que pude. Trabajé en el refet, el tambo,  con las vacas,  en cuya construcción participé. Empecé con cuatro vacas y lo entregué con más de 50.

P: El tambo de Ein Hashlosha es de los más productivos de Israel.

R: Sí, lo supe. Teníamos buen ganado, la verdad que nos habían entregado vacas de muy buen origen hispano.

P: ¿El peligro de estar frente a Egipto, no los amedrentaba?

R: Yo no recuerdo que vivíamos con la sensación de peligro, aunque éramos conscientes de que existía.  Las cosas eran puntuales. Lo sentimos cuando nos robaron el toro y dos vacas. Lo sentimos cuando mataron a un compañero David Volpin, que había llegado de Argentina, cuando  pastoreaba frente a la frontera; lo mataron a él y se llevaron las ovejas. Lo sentimos cuando el camión subió a una mina en un camino interno, que salió a recoger los caños de riego; por suerte el camión subió con la rueda trasera y no hubo víctimas, pero nos quedamos sin camión. Pero eso realmente, no influyó en mi vida. No fue por eso que nos fuimos, sino porque desde el punto de vista del manejo social había cosas con las que no estábamos plenos, con las que no congeniábamos, más que nada mi esposa.

P: Era siempre la sociedad por sobre el individuo, y eso no era para todos.

R: Yo era idealista del kibutz. Pero nos fuimos, estuve trabajando afuera como peón, estuve trabajando en un establecimiento donde se criaba terneras para distribuir entre los nuevos inmigrantes, pero se fundió y yo me quedé sin trabajo. Mi señora estaba embarazada de ocho meses. La solución fue ingresar al kibutz Tel Itzjak donde ya me conocían porque había trabajado allí una época como tambero. Allí nació mi segunda hija, estuvimos ahí dos años, pero en aquel entonces los niños no dormían con sus padres sino en la casa colectiva de todos los niños, y mi señora no pudo tolerar no tener a sus hijas consigo.

P: Claro, lo que dijimos antes…el sistema no era para todos.

R: En ese entonces en todos los kibutzim era así. No pudo resistirlo y me pidió que nos fuéramos. No tuve argumento para negarme y bueno, nos fuimos. Me contrataron en un moshav, Ramot Meir, no sé si existe todavía. También ahí fui a trabajar como tambero. Pero no me sentía a gusto, añoraba el kibutz, y no era fácil ser peón en aquel momento.

P: Eran años muy difíciles, con mucha carencia.

R: Durísimos. No era fácil. No estábamos mal, tenía un sueldo bastante decoroso, pero no funcionó. Mi señora quería volver y yo también me decidí. Hubo circunstancias que influyeron. Mi padre tuvo dos infartos, en cierto modo eso me decidió a volver.

P:¿Quisieras transmitir algo hoy a la gente del kibutz?

R: Claro que sí. Quisiera que sepan que mi vida y mis pensamientos nunca dejaron de estar ligados a Israel y a Ein HaShlosha. El ivrit, el hebreo, es para mí un idioma que espero jamás olvidar, lo uso con mi señora casi permanentemente. Y bueno…ya estoy grande. Hago  lo que mi físico me permite y deseo éxito a  los compañeros que siguen manteniendo Ein HaShlosha, a pesar de que el modelo del kibutz cambió y no es hoy como eran mis ideales. De cualquier manera, a la distancia estoy pendiente. Supe ue un misil cayó en la casa de los niños hace unos años, que Hamas estaban construyendo un túnel en dirección a Ein HaShlosha, y a pesar de todo eso siguen manteniendo el kibutz, siguen avanzando, y espero que sigan siempre así, como ellos puedan y quieran, hacia adelante.

Y después…

P:  ¿A qué te dedicaste al volver a Uruguay?

R: Entré en Conaprole. Primero como peón, pero con lo que aprendí en Israel, porque había hecho un curso de administración y cría de ganado lechero, tenía preparación. En Conaprole llamaron a concurso para ayudantes de veterinario, me presenté y saqué el primer puesto. Me jubilé como tal, trabajé más de 30 años como ayudante de veterinario en la cuenca lechera, en campaña casi todo el tiempo.

 P: La vida es una mezcla de cosas, aunque te quedó la nostalgia del kibutz, ¿sentís que has tenido una buena vida?

R: Tuvimos de todo. Los primeros años fueron muy difíciles. Mi señora llegó a la conclusión de que ella tenía que salir a trabajar, no teníamos otra solución económica, el sueldo en Conaprole en aquella época era mediocre, hasta como ayudante, que era mejor que peón. Ella decidió y fue a hacer un curso de enfermería, y como no era uruguaya, es argentina, no la aceptaban en salud pública. La aceptaron en el ejército a un curso de defensa civil.  Estuvo dos años haciendo el curso, también se recibió con honores y en el primer puesto. Y era sargenta (risas). La aceptaron enseguida en el Casmu, porque mi hermana mayor, que también está acá, trabajaba en el Casmu. Eso solucionó, en parte, esa situación económica, pero la vida trabajando no fue fácil para ella. De yapa, quedó embarazada y tuvo un varón, diez años menos que la más chica.

P: Así que ustedes tienen tres hijos.

R: Así es. Ella siguió trabajando, a mí me aumentaron el sueldo, me mejoraron el trabajo, tenía viáticos, así que la situación económica era decorosa.

P: En general, si mirás hacia atrás, aunque hay dificultades, ¿creés que tuviste una buena vida?

R: No puedo decir que tuve una mala vida, pero probablemente no tuvimos la visión necesaria para mejorarla. No tenía vivienda propia, logramos tener una vivienda fija solo integrándonos a una cooperativa de ayuda mutua, estuvimos ahí 26 años.

P: A nivel de familia y amigos, ¿dirías que lograste felicidad?

R: Si, logré felicidad, pero habría querido dar a mis hijas una vida más holgada. A mi hijo por suerte pude darle una mano porque ya estábamos jubilados . Se recibió de médico. Mi hija más chica es docente en la UTU. La mayor ya está jubilada. También tengo 6 nietos y 5 bisnietos.

P: ¿Se ven mucho?

R: Tenemos una buena relación, vienen a vernos periódicamente, salvo mi hijo que vive en Iquique, Chile, que llega más esporádicamente.

La vida en el Hogar

P: Manolo, el Hogar es una institución querida y muy apreciada en la colectividad. Yo quisiera preguntarte cómo te sentís tú aquí en lo personal.

R: Cuando decidimos venir al Hogar justo estaba mi hijo de visita, entonces se lo planteamos y él nos dijo: “Nunca van a estar mejor que en su propia casa”. Una gran verdad. No podíamos seguir en casa. No podíamos seguir ahí. Yo había tenido un cáncer de tiroides, luego una pancreatitis, de la pancreatitis vine directamente acá. Es el lugar que necesitamos y estamos acá y tratamos de disfrutarlo.  

P: Se da mucha importancia al cuidado de los abuelos, vienen voluntarios de los movimientos juveniles, de las escuelas, a acompañarlo ¿verdad?

R: Así es. No estamos solos. No digo que es un paraíso porque ser anciano no es hermoso.  Pero acá tengo actividades, manualidades, hago cosas, participo. Tenemos noticias de Israel y de la colectividad. Hago teatro  hace años y he interpretado toda clase de personajes. Es interesante.

P: Es una gran cosa que estés acá con tu esposa. ¿Cómo está ella?

R: Ella está enferma. Tuvo varios problemas lamentablemente. Llegó a perder la memoria, pero reconoce. Tiene 86 años.

P: ¿Si yo te deseo hasta los 120…está bien?

R: Espero que no… ya hoy es difícil para mí.

P: ¿Pero te gusta la vida?

R: Me gusta la vida, pero no le tengo miedo al fallecimiento. Cuando venga, adio.

R: P: Muchas gracias Manolo. Yo te deseo lo mejor. A ti y a tu esposa, y todos los abuelos del Hogar.

R: Muchas gracias.

 

Ana Jerozolimski
(18 Agosto 2019 , 16:24)

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