Autor: Yossi Klein Halevi, Los Angeles Times,
Fuente: tumeser.com
Conla mayoría de los votos contados, las elecciones israelíes parecen inclinarse hacia el candidato centrista Benny Gantz y su partido Azul y Blanco y a alejarse del primer ministro Benjamin Netanyahu y el Likud. Aun así, parece que los líderes y partidos de Israel se verán obligados a entablar complicadas y retorcidas negociaciones para llegar a una coalición, sin que ni el bloque de derecha ni el de centro-izquierda puedan formar fácilmente una coalición, con lo que el resultado final podría no ser conocido por muchas semanas.Pero algo se puede decir: el vencedor es la democracia israelí.
El asalto contra las normas democráticas que se está extendiendo por todo el mundo aquí ha sido detenido. El escenario de pesadilla de un gobierno dominado por una coalición nacionalista-religiosa dirigida por Netanyahu, que habría incluido los elementos marginales más racistas de la sociedad israelí, ha sido evitado. Bajo la amenaza de ser acusado en tres casos de corrupción, Netanyahu había comenzado a tratar la democracia israelí como un obstáculo para sus objetivos. Trató de convertir las elecciones en un referéndum personal. Ninguna táctica parecía ser demasiado despreciable para él. Practicó el bullying a los periodistas y prácticamente calificó a los medios de comunicación como enemigos del estado. Trató al partido racista Otzma Yehudit (Poder Judío) como un socio legítimo para gobernar. Al mismo tiempo, Netanyahu trató de deslegitimar a los ciudadanos árabes de Israel – el20% de la población del país – advirtiendoreiteradamente a sus partidarios acerca de la “amenaza” de una participación masiva de votantes árabes, como si los ciudadanos que ejercen sus derechos democráticos fueran una amenaza para la democracia. Incluso trató de hacer aprobar una ley que permitiera la instalación de cámaras en los lugares de votación árabes, con el claro propósito de disuadir a los árabes de votar debido a la amenaza de la vigilancia del gobierno.
La Knesset rechazó el “proyecto de ley de cámaras”, el primer indicio de que la democracia israelí estaba defendiéndose. Y los israelíes árabes respondieron a la intimidación de Netanyahu como ciudadanos de un país libre, votando en mayor número de lo esperado, haciendo que el bloque de derecha decreciera. Amenazas incluso más explícitas a la cultura democrática de Israel vinieron de partidos a la derecha del Likud, a los que Netanyahu cortejó. Poder Judío insinuó su objetivo de expulsión masiva de palestinos. Yemina (A la Derecha) hizo campaña para quese otorgaraa la Knesset el poder de vetar las decisiones de la Corte Suprema. Prometió “ocuparse” del grupo terrorista Hamas y, al mismo tiempo, de la Corte Suprema, como si ésta también fuera una amenaza para la seguridad de Israel. (Para ser justos, una corte activista, ahora limitada, se había ganado la enemistad muchos israelíes con su liberalismo antirreligioso y su interferencia en la toma de decisiones del ejército).
En las urnas, los israelíes rechazaron la acusación radical de la derecha a las instituciones y normas democráticas. Yemina emergió de la elección como un partido menor, cuyos líderes formaron abruptamente facciones dispersas. Y Poder Judío ni siquiera cruzó el umbral electoral. El estado de derecho y la cordura moral se mantuvieron firmes.
El desafío más tangible a la democracia israelí de esta elección fue la promesa de Netanyahu de anexar partes de Cisjordania. En un último intento desesperado por obtener los votos de los partidos más pequeños a su derecha, se comprometió a extender la ley israelí a los asentamientos y anexar el Valle del Jordán, la frontera oriental de Israel, movidas que casi con seguridad destruirían cualquier pequeña posibilidad que le quedara a una solución de dos estados. El resultado sería la incorporación forzosa a la sociedad israelí de varios millones de palestinos, a quienes probablemente se les negarían los derechos de ciudadanía. Eso significaría el fin del delicado equilibrio de Israel entre sus identidades gemelas como un estado judío y un estado democrático.
Dada la aparente incapacidad de Netanyahu para formar una estrecha coalición de derecha, Israel se ha librado, por ahora, de esa amenaza apocalíptica. La ocupación de los palestinos sigue siendo un desafío a largo plazo para la credibilidad de la democracia israelí. Pero la mayoría de los israelíes se focalizan mucho más en los problemas de seguridad inmediatos del país. Podría decirse que ningún país enfrenta una amenaza tan intensa como la que los israelíes dan por sentada. Los enclaves terroristas alineados con Irán están atrincherados en casi todas las fronteras con Israel. La mayoría de los israelíes tampoco cree que exista un socio de paz creíble en el lado palestino.
Es revelador que la oposición más fuerte a la derecha no ha surgido de una izquierda también disminuida sino de un centro político vigorizado. La mayoría de los israelíes consideran que la izquierda es peligrosamente ingenua en materia de seguridad. En contraste, el Partido Azul y Blanco liderado por Gantz y otros dos excomandantes en jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel pone énfasis en la seguridad, simultáneamente con las normas democráticas. No menos que el Likud, Azul y Blanco es muy consciente de las amenazas que enfrenta el estado. El desafío existencial de Israel sigue siendo que debe evitar una mayor erosión de la seguridad a lo largo de sus tensas fronteras, manteniendo abierta la opción de un estado palestino y preservando su identidad como un estado judío y democrático. Al momento de escribir estas líneas, el sistema político se enfrenta a más preguntas que respuestas. ¿Netanyahu seguirá siendo el jefe del Likud? ¿Pueden los dos principales rivales, Azul y Blanco y el Likud, formar un gobierno de unidad nacional viable?
Por ahora, sin embargo, los israelíes y sus amigos en el extranjero merecen un momento de celebración. Esta elección fue una buena noticia para Israel y una buena noticia para el futuro de las democracias atacadas en todas partes.
Traducción: Daniel Rosenthal