Janet Rudman

Janet Rudman

Me gusta leer y escribir. Encontré en la lectura y la escritura una forma de canalizar mi esencia. Leo con la misma pasión con la que tomo café. Me gusta escribir sobre historias mínimas. He trabajado en varios proyectos editoriales uruguayos que construían identidad judía: Kesher, TuMeser, Jai y ahora formo parte del staff de SemanariohebreoJai.

Columna de opinión

Los Iom Tov de mi juventud

Cuando yo era joven, en los años 80, las sinagogas estaban en el centro de Montevideo. Recuerdo las largas caminatas de Pocitos al Centro para ir al shil.

Iba siempre con dos amigos varones, a pesar de que en shil salvo en  la NCI (arriba en la calle Rio Branco) las mujeres estaban separadas de los varones.

En el  segundo piso de la calle Rio Branco las mujeres y los hombres se sentaban juntos, el servicio religioso a  cargo de Gabriel Weil que venía año a año desde Buenos Aires. Esa sala se llenaba de bote en bote, y el debate de Iom Kipur era un clásico. Iba gente de todas las sinagogas.  Ya en esa época estaba Dubon con el coro en el segundo piso. Deberían inventar un premio  similar al Jerusalem para darle a Dubon .

La calle Canelones devenía un ir y venir de muchachos jóvenes de traje y de muchachas muy elegantes. Era un clásico para las chicas comprarse ropa especial para los jaguim.

 Yo iba con mis amigos Ale y Rafa a la Kehila y no me  importaba que las mujeres estuvieran en el segundo piso.  Ibamos  a hacer sociales y estábamos mucho más tiempo afuera que adentro.  En la Kehila, el rabino se pasaba pidiendo silencio. Mucha gente compraba todos los años el mismo asiento y se encontraba una vez al año allí para los jaguim, se contaban los últimos negocios que habían hecho y le pedían a Dios ein guites yur. Rafa  junto Ale se quedaban en la Kehila un rato y se iban a la Sinagoga de la calle Buenos Aires a la hora de Neilá porque allí estaban sus familias.Al final de la tarde, cada uno volvía con su familia.  Juntos visitábamos un shil que estaba en la calle Maldonado, dónde rezaban los ortodoxos de Montevideo. Para nosotros, la mejitza que no permitía ver nada y  los niños que corrían y gritaban, era un espectáculo digno de verse.

Amo las sinagogas sin mejitza, que las mujeres están un piso más arriba y las mujeres pueden observar al  rabino, al jazan, al coro y a los que suben a leer la torá. Tengo arriba muchos años de Kehila. Mi tía Teresa se sentaba del lado derecho subiendo la escalera en las últimas filas.  Cierro los ojos y escucho  el Avinu Malkeinu cantado por un coro masculino. El jazan venía de Buenos Aires. Al comienzo de  Neilá, la Kehila empezaba a llenarse y cerca de las seis de la tarde explotaba de gente. Esas últimas dos horas eran interminables. Yo no podía dejar de pensar en el hambre que tenía. El ayuno me ponía en contacto con mis limitaciones y mi mente iba y venía sin concentrarme en el rezo. A veces me mareaba, pero la posibilidad de cortar el ayuno me parecía algo de otro planeta. Yom Kipur era sinónimo de sinagoga, ayuno y hambre. Escuchaba al rabino con media pila que se iba descargando a medida que pasaban los minutos y existía en mi mente una cuenta regresiva que empezaba con el comienzo de Neilá y terminaba con el toque del Shofar. Siempre me emocionó escuchar la Hatikva, pero en esos momentos no sabía si lloraba por eso o por la torta de miel que estaba comiendo 10 segundos después del shofar. Esta torta había salido de una bolsita (no biodegradable) que mi tía tenía en su cartera. 

La sinagoga no tenía ascensor en esa época y la salida era un caos. La gente se agolpaba en las escaleras, se saludaban y comían leikaj que todos habían llevado. Se demoraba más de 20 minutos en bajar las escaleras. Para mí, escuchar el shofar en la Kehila con mi tía Teresa fue una tradición que conservé hasta que dejamos de ir al shil al centro. En la casa de mi mamá nos esperaba la mesa puesta rebosante de comida. El pescado se hacía de 3 formas: hervido, al horno y en escabeche. La comida era producto de largos días de deliberación y preparación enre mi madre y mi tía. Los invitados no traían comida, podían traer algún postre, pero mi madre siempre hacía postres de frutas como peras al vino tinto o manzanas asadas.

Para mi madre no había mejor regalo que elogiarle la comida de los jaguim y no había mejor mitzva que invitar siempre a quien no tenía familia o nadie que lo invitara. 

Estamos en erev Iom Kipur, y solo me resta desearles gmar jativá tová. Que sea un buen año este 5780, que a cada uno de ustedes se le cumplan sus deseos más profundos. 

Janet Rudman
(7 de Octubre de 2019 a las 23:37)

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