En comunidad

Una noche en Brooklyn Pizza

Por Ionatan Was. 

Fotos: Andrés Aksler

Es la segunda noche del año en Punta del Este, un jueves. Evidentemente que hay gente por todas partes: algunos buscan el ruido eterno, muy fácil de encontrar; otros en cambio quieren un poco de paz, algún refugio donde esconderse. Aunque hay lugares que tienen un poco de las dos, como Brooklyn Pizza, adentro del shopping pero a la vez afuera, y donde el rumor de las conversaciones se confunde con el chasquido de ollas y platos. Y es que está todo en un mismo lugar, no hay espacio para sospechas de ningún tipo, todo queda a la vista: las mesas, el mostrador, la cocina, el horno. Se puede ver al muchacho que lava los cubiertos una y otra vez, a la muchacha que corta en trocitos la cebolla y el tomate, al joven de más edad que adereza la muzzarella, y a aquel otro que mete el plato a calentar. Y en la caja, de gorro, la flaca figura de Levi Shemtov, la cabeza del equipo.

            A las diez y media están todas las mesas ocupadas, incluyendo una muy larga de gente habladora. Hay un par de mozas que van y vienen todo el tiempo tomando pedidos; llevan las camisetas azules y negras de la pizzería, igual que los demás empleados. Una de ellas me pregunta qué voy a comer. “Una pizza pop y una Fanta, por favor”, le digo. Luego me pongo a escuchar conversaciones ajenas y a estudiar el resto de la decoración (renovada para esta temporada): el techo levemente inclinado, tapiado de césped artificial con luces de guirnaldas de colores, una pared blanca con una inscripción enorme que dice Brooklyn Pizza. Y al fondo, y por aquello de que todo está a la vista, hay un par de lavamanos —para grandes y chicos—, y allí mismo, contra la pared, la oración del lavado de manos; y casi pegado, enmarcados muy prolijamente, las dos notas de diarios que dieron a conocer el emprendimiento: una de El Observador de hace cuatro años, y la otra de Semanario Hebreo de hace dos. ¿Habrá lugar para una tercera?

            Una hora más tarde terminé de comer. Van quedando los últimos comensales, las conversaciones se apagan, aunque siempre viene llegando alguno. No son todavía las doce, la noche de Punta todavía no empezó, pero para Brooklyn Pizza está por terminar, porque todavía allí el ámbito de la familia es la prioridad.

            Cuando está seguro de quedar algo libre de trabajo, Levi se acerca a mi mesa; se trae media pizza sin rellenar que irá comiendo muy lentamente. Hablamos algo de la familia, de presidentes, de tapas de diarios. Luego le comento:

            —Levi, te felicito por la pizza que me trajeron (muzzarella con huevos y choclo). ¡Estaba buenísima!

            —Gracias.

            —La anterior entrevista tuya en Semanario fue hace dos años. Contame un poco qué pasó en este tiempo.

            —Te cuento un poco la historia. La pizzería la abrí en diciembre de 2012, pensando en esa temporada, y desde entonces se mantuvo abierta ininterrumpidamente. La idea era generar un espacio donde la gente de la comunidad se pudiera juntar más allá de la sinagoga. En Punta del Este no hay un centro como los hay en Montevideo, por ejemplo. Y mi idea era abrir acá un centro comunitario; pero para eso se precisaba comida, y es ahí que empezamos a barajar varias ideas, hasta que decidimos preparar la comida acá en Punta del Este y Maldonado. Es así que el centro comunitario fue mutando en un restorán, que al principio se llamó Jalaví y después cambió a Brooklyn Pizza. Siempre en este mismo lugar, al costado del shopping. —Entonces justo pasó un cliente que saludó a Levi a la pasada, para luego preguntarle: ¿A cuánto me tomás el dólar? Treinta y siete, dijo Levi, que luego prosiguió: —Me gustaría nombrar a los señores José Bobre y Uri Ivanier, que me permitieron usar este espacio desde un principio, cuando era todo muy diferente, mucho menos vistoso que ahora.

            Al tiempo que explica la historia del local, Levi también saluda a los clientes, e incluso responde a las consultas de los empleados, que ante la mínima duda de cualquier asunto lo consultan. Luego aclara que no por ser kasher, Brooklyn es una pizzería más cara que las demás, y en todo caso la diferencia está en los ingredientes. “Tratamos de estar al mismo nivel que una pizzería (o restorán) normal”, resume.

            —¿Cómo te parece que cambia el éxito en el local según las variables políticas (o económicas) de la región?

            —Siempre vamos a estar afectados por lo que pasa en Argentina; te diría que el 90 por ciento de los clientes son argentinos, y apenas el otro son uruguayos, brasileños y de otros países. En este sentido, te diría que cuando asumió Macri (diciembre 2014) fue cuando mejor nos fue; la gente hacía cola para entrar. Así durante cuatro años, hasta el año pasado, que bajó un poco, por el tema del dólar y demás. De todos modos, al ser el único restorán kasher, tenemos un público asegurado más allá de cualquier circunstancia.

            —Si bien vos sos la cabeza, te debo felicitar porque te he visto acá hacer de todo: desde lavar platos, tomar pedidos, servir a los clientes, cortar queso, amasar la harina, obviamente cobrar. ¿Es así o estoy errado?

            —Una vez un amigo me dijo que tener un restorán te enseña un poco de todo: lo que es calidad, producto, manejar clientes, empleados, proveedores, hacer marketing; aprendés un poco de todo, sí. Pero no creo ser muy diferente a cualquier otro que tenga un restorán y trabaje en él.

            Levi contó que, para seleccionar el queso kasher, todos los años junto a su padre Eliezer (que en general da el visto bueno de los platos) van a la fábrica Talar. “La ‘kasherisamos’ (la fábrica) durante tres días, para elaborar una partida especial de queso, que corresponde al nivel más alto de kasher, es decir que cualquier persona que come kasher puede venir acá”. Otro trabajo que se hace es el de revisación de los ingredientes, lechuga, tomate, huevos. “Este año lo estoy haciendo yo”, dice Levi, al no haber conseguido un supervisor, y agrega: “El rabino (Eliezer) Shemtov es el que da el certificado”.  

            —Un trabajo 24/7, como se dice hoy.

            —24/6.

            —Ah, claro, 24/6, me había olvidado.

            —Fijate que yo siempre soy el que abro, enciendo los hornos, luego doce y media abrimos y así seguimos hasta la medianoche, menos los sábados que estamos hasta la una (y solo abren de noche).

            —¿Y cuándo es tu tiempo libre?

            —En shabat.

            —Te quería preguntar por esta decoración en que todo se ve, la cocina, los anafes, las pailas, se ve cómo se lavan los platos y cómo entra la masa en el horno. ¿Eso fue idea tuya o ya te fue entregado así?

            —¿A vos te gusta la idea?

            —A mí sí, así no hay engaños… Además, uno escucha el ruido de los platos, el crujir de las ollas, está bueno eso…

            —A mí en lo personal, una parte me gusta y otra no tanto. Pero es así porque así nos fue dado en su momento al principio; antes era un depósito, tuvimos que acomodarnos. Igual, creo que a la mayoría de la gente le gusta, le da otra confianza. Pero también al estar todo a la vista, tenemos que tener mucho cuidado con la limpieza y la kashrut; pero está bueno.

            —¿Dónde aprendiste a hacer pizza? Porque veo que todos te preguntan.

            —Todavía no aprendí, je. No, algo sé, igual siempre aprendo de los empleados.

            —¿Son siempre los mismos?

            —Siempre no, pero de un año a otro hay cambios mínimos, nunca cambiaron todos de golpe; son todos de la zona. A veces a uno le aparece algo mejor y deja de venir, por ejemplo. Trabajamos en equipo; y te cuento que ninguno es de la ‘cole’. Siempre hago hincapié en que haya un buen trato hacia el cliente, porque a veces no es fácil cuando hay mucha gente, en especial por los niños, pero siempre tuve buenos comentarios en este sentido.

Sobre el mostrador del local, además de la caja, se pueden observar algunos objetos, digamos, diferentes. Hay caramelos y dulces, hay sombreros con la inscripción Brooklyn Pizza, y también hay folletos de la revista Kesher. Y están las cartas con el menú, donde aparecen otras opciones como pescado, ensaladas, bastones de queso, papas fritas y de postre, helados.          

—¿Cómo lo toma tu familia este camino que has tomado, algo diferente quizás?

            —Bien. Mis padres están muy contentos; fijate que tienen un lugar kasher donde venir a comer, no solo ellos sino los invitados. A mi padre le encanta el fainá y la pizza a caballo (las dos juntas). Mis padres son muy religiosos, pero al mismo tiempo saben que cada ser humano está compuesto por sus emociones, sus pensamientos, y el padre no espera que todos los hijos sean como él. Cada uno es como es; y nunca me dijeron nada. Además, esta no es una pizzería cualquiera, sino que es de gran ayuda para la comunidad. 

 

—¿La pizzería es más un hobby o un negocio en serio?

            —El primer año vine a ayudar a mis padres con las actividades de verano, entonces parecía más un hobby. Pero después de ese año me di cuenta que podía ser un negocio, no un gran negocio, pero por lo menos no perdía plata. Además, la gente me pedía siempre que volviera al año siguiente. Así que más que un hobby, para mí es como un hijo, algo muy ligado a las emociones. Para resumir: sí es un negocio, pero no el principal, aunque una parte muy importante.

            Miro todo alrededor, una nueva jornada se termina, un comentario se impone.

—Veo que cierran a las doce, que acá es todavía temprano.      

—Igual si hay mucha gente estamos hasta la una, como pasa los sábados. Otros años que cerrábamos más tarde venían adolescentes o gente que salía del cine. Podría quedarme hasta más tarde, pero así está bien.

—Igual tu público es más bien familiar.

—Al ser un lugar para la colectividad, el público son familias, familias con muchos niños. Los jóvenes van más bien a Gorlero o a La Barra. A veces vienen niños de doce trece años, los padres les dan plata y vienen solos; yo los conozco porque fui el madrij de varios, hay mucha confianza.

—¿Pensás que podría funcionar algo así en Montevideo?

—Una vez exploré esa posibilidad, y me di cuenta que era difícil. Fijate que acá son todos argentinos, porque hay mucho más público kasher en Buenos Aires que en Montevideo. Si bien viene mucha gente —incluida no judía— que no le importa que sea kasher o no, a la mayoría sí le importa. En Montevideo hubo algún restorán así y tuvo que cerrar. Igual no lo descarto.

              Momentos después se bajó la cortina del local, y todo quedó en silencio, aunque las guirnaldas quedaron prendidas. Al día siguiente Levi estará de nuevo ahí en ese sitio, y así será hasta los últimos soles de marzo, cuando deba volver a la otra vida en Miami, hasta que venga diciembre otra vez.

 

 

 

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