En comunidad

Inspiración, por donde lo mires

Una historia de compañerismo y buena onda

También nosotros, los compañeros de la Generación 78 de la Escuela Integral Hebreo Uruguaya en Montevideo, tenemos nuestro grupo de whatsapp. Compartimos desde varios continentes, en husos horarios muy distintos, alegrías y pesares, recuerdos, anécdotas, información, comentarios variados, material serio y bromas, análisis políticos sobre Uruguay, Israel y el mundo en general. Ni el Corona virus se ha salvado en nuestro chat.

Pero hace unos días hubo un estallido muy especial, que comenzó con gran preocupación y terminó emocionándonos profundamente a todos.

Alguien subió al grupo una hoja escaneada, indicaciones del Hospital Británico para donación de sangre, o concretamente, de plaquetas, que uno de nuestros compañeros debía reponer. ¿Qué es eso? ¿Qué le pasó a Salo?

Salo Berliner, uno de los queridos compañeros de la generación-con cuyo permiso escribimos estas líneas-, que estaba en la clase “C” de las tres de nuestra edad, respondió directamente: “Estoy internado en el Británico con un tratamiento de quimioterapia. He recibido transfusiones de plaquetas para la médula y hay que reponerlas. Desde que recibí el diagnóstico, mi vida se ha trastornado. No es nada fácil”.

Creo que no exagero si comento que el estupor nos embargó a todos los que estábamos conectados. Imaginar a un compañero lidiando con una situación así, es complejo. Y más aún, cuando se trata de un compañero del que nadie tiene un mal recuerdo que compartir, ni nada malo que decir.

Salo Berliner y Anita Drobiner, de abanderados.
Salo Berliner y Anita Drobiner, de abanderados.

 

Tras el primer impacto, el segundo fue ver no sólo la lluvia de mensajes y buenos deseos que empezaron a sumarse en el grupo, sino más que nada, el espíritu con que Salo, desde la cama del hospital, contestó a absolutamente todos en forma personal. Lo esencial era alegrarnos al ver que aún en un momento tan difícil, tenía la fuerza física para hacerlo. Pero además, no menos importante, era que Salo parecía querer tranquilizarnos a todos.

Seguramente muchos de quienes lean esta nota, lleven auténticamente en su corazón, lindos recuerdos de ex compañeros de la niñez y adolescencia, con quienes no necesariamente se mantienen en contacto estrecho. Así pasa evidentemente también entre nosotros. Muchos, quizás la mayoría de los que reaccionaron a las palabras de Salo, no lo vieron mucho tiempo. La salvedad, claro, es que somos un grupo que no haraganea para hacer reuniones y cada vez que llega alguien del exterior, vuela el ritmo de los mensajes en el grupo para organizar un encuentro reencuentro en una de las casas. La batuta organizadora y coordinadora de fechas suele ser nuestro querido Ernesto Kemper, al que nombramos unánimemente “Presi” vitalicio. Salo ha ido a varios de esos encuentros, que suelen dejarnos siempre gusto a poco.

En un abrir y cerrar de ojos, surgió una idea práctica. Sandra Felder escribió que apenas Salo salga del hospital y vuelva a su casa, todos los compañeros que puedan, se turnarán para acompañarlo y llevarle comida, así él no se tiene que esforzar. “Cuenten conmigo”, dijo uno. “Pónganme en la lista”, agregó otro.”A mí también, a las órdenes”, agregó un tercero…y dijeron muchos más.

Al rato, Alicia Grunewald ya se estaba encargando de la lista. Rosina, a la que hace pocos días abrazamos con nuestro pésame por el fallecimiento de su papá, avisaba que también ella quería ser parte de la ronda.

Los que estamos físicamente fuera de Uruguay, participábamos maravillándonos de la rapidez con que comenzó a moverse eso y colmando de felicitaciones a nuestros compañeros en Montevideo.

Y allí llegó el mensaje que nos dio la idea de escribir esta nota.

“Mañana estaré en el Kotel, porque jura mi hijo menor que entró al servicio militar. Voy a poner un papel pidiendo por tu salud amigo”, escribió Luis Blejer desde Gilon, en el norte del país. Pidió a Salo el nombre de sus padres, de bendita memoria, para pedir por él tal cual se acostumbra en el judaísmo, con el nombre hebreo, y aseguró que el buen deseo llegaría al Muro sagrado. Y se nos puso a todos la piel de gallina.

Dicho y hecho. Este miércoles Luis envió la foto del papel, escrito en español y hebreo, al grupo.

Evidentemente, hizo bien en no dejar de acompañarla con otras fotos, de su hijo, guapo y sonriente, uno de los tres orgullos de Luis y su esposa Liat. Los agradecimientos y expresiones de emoción a Luis por haber colocado el papel entre esas milenarias piedras, se mezclaron con los nuevos buenos deseos a Salo, y las felicitaciones al jovencito enrolado en las Fuerzas de Defensa de Israel.

Desde varios continentes compartimos todos una vivencia singular.

Y sentí que esto es una historia de inspiración que hay que contar.

Primero, por el espíritu de nuestro compañero, que irradia buena onda, confianza, esperanza y firmeza en un momento nada fácil por cierto.

Además, por ese compañerismo que une y abraza, que acerca cuando hay necesidad. Y por esa sensación clara de que varios corazones juntos, crean algo mucho más fuerte que la suma de cada uno por separado.

Pocas horas después de la emoción por el papel en el Kotel por Salo, comenzó un intenso intercambio de fotos de nuestra niñez en la Integral.Por unas horas, haciendo unas entrevistas, me desconecté. Cuando volví al grupo, había cientos de mensajes que ya no pude seguir. Tenían todos el común denominador de los buenos recuerdos, de aquellos años en los que teníamos dos hogares, uno de los cuales era nuestra generación en la Escuela Integral.

Ojalá podamos compartirlo siempre en alegrías. La primera, la plena recuperación de Salo Berliner, nuestro querido compañero, que hoy la está luchando. Y que sabemos va a salir. Luis tenía una sugerencia concreta para que tenga confianza y la pelee: “con garra charrúa y espíritu del Kotel”. Amén.

Ana Jerozolimski
(26 Febrero 2020 , 20:48)

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