Ianai Silberstein

Ianai Silberstein

 1957, casado, dos hijos. Jubilado. Egresado en Teoría Literaria y Literatura Inglesa de la Universidad de Tel-Aviv en 1980. Participante de los Seminarios para líderes comunitarios del Shalom Hartman Institute en Jerusalém desde 2009. Integrante del Consejo de la EIHU entre 1997 y 2006. Miembro de la Comisión Directiva de la NCI desde 2003. Presidente de NCI de 2006 a 2009 y de 2021 a 2023. Creador del programa radial “radiomaná” entre 2004 y 2009. Creador del blog TuMeser on-line desde 2009. Escritor. Charlista.

Columna de opinión

Israel: de derechas

Fuente: tumeser.com

Hace más de cuarenta años José Sacristán decía muy suelto de cuerpo, en “Solos en la Madrugada”: “sea usted de derechas.” Esa frase, que marcó una época, me ha quedado para siempre como el mayor portento del sarcasmo y la ironía feroz. Caía el franquismo, España se debatía entre “una que muere y otra que bosteza” (parafraseo a Antonio Machado en su “Españolito”) y venía este flaco de voz inconfundible a zamparnos con aquel desparpajo tan anacrónico por entonces, “sea usted de derechas”. Todo esto viene a cuento porque Israel es hoy un país “de derechas”.

Desde el año 2000 con la 2ª Intifada este sino y este signo político ha sido sellado y rubricado, acaso por muchos años por venir. En ocasión de escuchar el pasado lunes 24 de marzo al Profesor Alberto Spectorovsky en el marco de una conferencia organizada por los Amigos de la Universidad de Tel-Aviv en Punta del Este, si había alguna duda, el académico la despejó. Las elecciones del próximo 17 de marzo serán entre dos derechas: una con Netanyahu y otra sin él. Likud y Azul&Blanco sumados pueden tener mayoría absoluta y cómoda en la Kneset. Un gobierno de unidad nacional entre estos dos grandes conglomerados políticos (unas 65 a 70 bancas entre ambos, más o menos) podría prescindir de todas las minorías y concentrarse en lo que las mayorías han votado: economía liberal y pujante, seguridad y potencia militar, y valores nacionales (rayando en nacionalistas) sin caer en los extremos de la religión ultra-ortodoxa. Esa es la foto de Israel hoy.

¿O no? Porque si esa es la foto, y si no podemos encontrar en el baúl de los recuerdos las viejas fotos de pioneros socialistas, o las del viejo Tel-Aviv del Bauhaus original, o las de Jerusalém vista sólo desde el Oeste, si no podemos rescatar esa memoria, la foto de hoy resulta problemática para muchos. Jerusalém está unificada, Tel-Aviv es un oasis de liberalismo y derechos de la minoría que se nos ocurra, el kibutz ha desaparecido en su versión original, y el moshav ha devenido “country” al mejor estilo rioplatense. Parafraseando a Isaías en su prédica respecto al ayuno, “¿es ese el Israel que habrá de agradarme?”

Evidentemente, aunque sea mucho menos notorio en América Latina que en América del Norte, este Israel “de derechas” nos gusta mucho menos que el Israel más pobre, más frágil, y más socialista y paternal que heredamos de Ben-Gurión y terminó de morir con Shimon Peres. Los herederos de aquellos no son más que actores testimoniales, querubines de la consciencia moral que no inciden en el destino del Estado que sus antecesores fundaron. Israel sufrió un quiebre con el comienzo del nuevo siglo y el paradigma del futuro es muy otro. ¿Cómo viviremos los judíos de la diáspora con ese nuevo Israel, o con el Israel que devendrá?

El Profesor Spectorovsky también confirmó que un cisma entre los judíos e Israel no sólo era posible sino que de hecho estaba sucediendo en muchos niveles del judaísmo organizado. Hizo referencia al judaísmo liberal neoyorkino como un ejemplo de perplejidad y desorientación respecto al derrotero que ha tomado el Estado de Israel en los últimos diez años. La preocupación del judío norteamericano liberal está más con el destino palestino que con el destino judío, cuando en los hechos, la causa palestina ha dejado de estar entre las prioridades de los estados árabes temerosos de Irán, para quienes Israel es un aliado secreto y jamás oficialmente admitido.

Ante esta nueva realidad, cabe preguntarse (y de hecho fue la pregunta que hicimos) si existe la posibilidad de un judaísmo sin Israel, o llevándolo a términos de ciencia política, un judaísmo sin Sionismo, cuando éste se ha convertido en el nuevo gran foco antisemita. Si un personaje como Sanders, judío idishista y acérrimo crítico de las políticas de Israel, puede convertirse en presidente de los EEUU, por qué no pensar que habrá algunos millones de judíos para quienes el destino de Israel, sus opciones y sus políticas, hasta tanto su existencia no esté amenazada seriamente, no será parte de su lista de causas judías. Si un académico neoyorkino de primera línea, judío, liberal, y sionista, pudo decir públicamente que “Israel es un fenómeno digno de ser observado”, sin generar otro compromiso que el de mero observador, qué resta por decir por parte de judíos menos ilustrados e igualmente liberales.

Soy de los que cree que un judaísmo divorciado de Israel (en el sentido literal de divorcio: caminos separados) es un judaísmo fallido. No sólo porque en algún momento Israel podrá ser llamado a jugar su rol de protector y rescatista en una situación de crisis, sino porque la Historia no puede ir hacia atrás. La concreción de la soberanía judía en la tierra de Israel es mucho más que una promesa bíblica; es, junto con la llegada del mesías (y muchos judíos ven ambos fenómenos como inseparables), una noción de promesa y esperanza que ha sostenido la identidad durante miles de años. “El año que viene en Jerusalém”, que algunos quieren darse el lujo de eliminar de algunos rituales vistos los conflictos en torno a esta ciudad, no en vano es la máxima que cierra muchos de nuestros textos. Que hoy Jerusalém esté bajo control judío no quita un ápice del valor profundo de la cita.

El judaísmo por cierto ha existido dos mil años sin vivir en su tierra y sin soberanía. De hecho, el judaísmo “moderno” se funda en el exilio babilónico y el posterior regreso a Judea en 538 AEC. Hasta la rebelión de Bar-Kojba en 135 EC hubo infructuosos intentos de soberanía frente a los imperios de turno (Alejandrino y Romano); esos intentos son los que celebramos hoy más que nunca en su sentido nacionalista y heroico en Januca o Lag Baomer. Pero la tradición rabínica decidió un camino de sumisión y adaptabilidad que sostuvo el judaísmo hasta nuestros días. La posibilidad de un Israel judío y soberano es producto del Sionismo pragmático y secular de Herzl.

El intelectual George Steiner (1929-2020) sostenía que la existencia de Israel ponía en riesgo algunos de los más altos y nobles valores judíos. Sostener un Estado supone compromisos, concesiones, y cierto grado de injusticia social, inherentes a cualquier sistema socio-político. Al mismo tiempo, los rabinos David Hartman Z’L y su hijo Donniel Hartman, que hicieron aliá en los tempranos años setenta, han sostenido que el mayor desafío del Estado de Israel es vivir a la altura de los estándares judíos de justicia social, humanismo, y valores éticos y morales. Generar el espacio público judío y soberano es sin duda el mayor desafío que se ha impuesto el judaísmo desde la destrucción del 2º Templo de Jerusalém, que terminó de cambiar la religión y la naturaleza del pueblo para siempre.

Si el año 70 EC marca el desafío más importante del judaísmo en dos mil años, el siglo XX, y el siglo XXI con más razón, nos presentan el mayor desafío no ya de los próximos dos mil años, pero por qué no de los primeros cien de existencia de Israel como Estado. Cuando los imperios ya no se sostienen sólo en grandes territorios o ejércitos multitudinarios, ¿por qué no pensar que Israel tendrá un rol a jugar en su región y en el mundo? Todo parece apuntar a ello. Tal vez por eso Israel sea hoy “de derechas”. Tal vez sea producto de la tradición de autonomía y soberanía construida desde las primeras olas de aliá. Tal vez sea producto del verdadero y nunca tan bien usado término de “melting pot” de culturas que hoy constituyen Israel; con la salvedad de que estás no se funden unas en otras sino que mantienen su perfil y con él su fuerza electiva en un sistema democrático.

Yo apoyo a Israel sea cual sea el régimen que lo gobierne, sea cual sea su Primer Ministro, su gabinete, su Ministro de Cultura o Educación. Porque sé con certeza que en los caminos secundarios, entre los poblados más chicos y las ciudades en desarrollo, entre Tel-Aviv y Jerusalém o al sur de Beer-Sheva o al norte de Haifa, todavía vive, canta, escribe, y se construye aquel Israel de los pioneros cuyos ideales convirtieron en realidad una utopía milenaria. Ya no tienen fuerza política electoral, pero tienen fuerza de opinión pública. Más aún en tiempos de redes sociales. Si Israel es un país “de derechas”, no demasiado lejos está el Israel solidario y humanista que todos amamos. Basta con leer “Semanario Hebreo” cada semana para saberlo.

Creo que es buena cosa que los judíos de la diáspora escuchemos de tanto en tanto la cruda verdad geo-política del país que potencialmente será nuestro país el día que así lo decidamos. Si tenemos ese potencial, esa opción, no podemos condenar su existencia ni sus valores por coyunturas históricas o personajes de turno. Israel es un “proyecto”, parafraseando al intelectual neoyorkino, mucho mayor que su enunciado místico. Es estructural a ser judío. El relato anti-sionista es tan fatal como la ausencia de relato judío. Todo relato tergiversado conduce a un solo destino: la extinción.

Ianai Silberstein
(27 de Febrero de 2020 a las 14:25)

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