Miro el cartel dónde dice quiénes se murieron, tomo el ascensor y subo a la cafetería. Entro y el que atiende me pregunta si tengo vouchers. Le digo que no, yo no soy de la familia. Vine a saludar a una amiga y quiero tomar un café con una medialuna solo de queso. Me cobra y me dice que va a demorar unos minutos. Me siento en una mesa y miro el techo con esos vitrales magistrales. Tengo tantos recuerdos de esa cafetería. Muchos velorios arriba, en ese lugar. Me trae el café y la medialuna. No está muy caliente, pero no digo nada. La como y voy a saludar a I, su mamá murió hoy. I tiene tres hermanas, dos de las cuales no me banco. Yo entro, la abrazo sin decir nada. Voy a la salita dónde está el cajón, por suerte, está cerrado. Me impresionan los muertos maquillados y vestidos para lucir bien. Los velorios tienen una magia. La vida y la muerte se dan cita en el mismo lugar.
Por la vida es que llamé a C. En un rato me viene a buscar. Siempre lo llamo cuando se muere alguien querido. Nos conocemos hace muchos años, en un tiempo fuimos pareja. Con C. fuimos compañeros de trabajo de una revista que ya cerró. Los dos eramos diseñadores gráficos y compartíamos oficina. Enseguida que nos conocimos, pegamos onda y todo fluyó bárbaro hasta que conocí a F. Fue como un tsunami. Dejé a C. y me fui a vivir con F en tres meses. Todos me decían que estaba loca, pero no me arrepiento en lo más mínimo.
C. tardó años en perdonarme, pero cuando me divorcié, nos volvimos a encontrar. Me cuesta conocer gente. Después de mi separación, salí con ex compañeros de escuela, de liceo, hasta salí con uno del Club Banco República. Capaz que es por eso que pasaron cinco años y sigo sola. Me contaron muchas historias de ex compañeros que se reencontraron después de años y se enamoraron. Pero lo mío no fue así. Salí primero con D. Parecía que todo iba sobre ruedas, llegó el verano y se fue por dos meses a Cabo Polonio. Tenía treinta y cinco años, no era un pendejo. Me dijo que se iba a vivir el momento, compró una buena dosis de maruja y ahí fue. Me mandó algún mensaje que otro contándome sus aventuras. No entendía nada. Me sentía una extraterrestre. Me preguntaba qué había pasado cuando yo estaba casada. Habían pasado quince años, no tres mil.
Con C me siento como si nunca nos hubiéramos separado. Ahora ya no tenemos ese ímpetu juvenil, esa desesperación física que sentíamos el uno por el otro. Yo le atribuyo eso a nuestras edades. Yo ahora tengo 43 y él 45. Yo no tengo hijos y sé que nunca los voy a tener. Mi idea de la vida es fluir, sin pensar mucho. Estoy harta de tanta pavada que leí y escuché sobre la felicidad. Ya no hago grandes planes. Siempre los hice y la vida se encargó de desbaratarlos. Quiero ver a C. Necesito que me abrace con fuerza, que su mirada clara con esos ojos negros me transporten por un rato al paraíso. Después de eso, puede irse todo al mismísimo carajo.