Las mujeres son protagonistas de muchas historias que valen la pena ser contadas.
Cuando tenía 10 años, me gustaba vestirme como mi mamá cuando venían visitas de Buenos Aires. Ella siempre guardaba las mejores galas para salir con los clientes porteños, no sé si era porque pensaba los uruguayos no valían la pena. Papá trabajaba una semana al mes allí y el resto en Montevideo. Mirando para atrás, siempre sospeché que tenía otra familia allá. Pero era solo mi imaginación, siempre le rogaba a mamá que lo acompañara. Ella se hacía muchas veces la interesante, pero al final iba. Buenos Aires era su lugar en el mundo, a ella le hubiera gustado vivir ahí, pero papá nunca quiso.
Recuerdo la visita de un cliente que se llamaba Bernardo y su mujer Vera. A mí me trajeron una caja de bombones Baci de regalo. Me encantaba comer los bombones y leer las frases en los papelitos dentro del envoltorio.
Ese día, mi mamá se había probado muchos vestidos y dejó arriba de su cama los que descartó. Ella nunca hacía eso, dejaba todo bien ordenado y no le importaba llegar tarde. Pero ese día mi papá se paró al lado de ella, y le dijo, “apúrate, apúrate”.
También quedaron 3 pares de zapatos de taco bien alto fuera del cajón. En esa época se usaban los zapatos con punta cuadrada y taco fino. Mi hermana Carina, que tenía doce años, estaba estudiando Geografía con una compañera en nuestro dormitorio. Sus carcajadas se escuchaban desde donde yo estaba. Era un apartamento tipo chorizo, distribuido con un pasillo y puertas a lo largo.
Me llamó la atención un vestido negro de encaje. Desde chica, el negro era mi color preferido. Por supuesto, que mi mamá me decía que no era un color adecuado para mi edad y que no traía buena suerte. Para completar el atuendo, elegí un collar de perlas verdaderas regalo de Isao, ahijado de mi papá, un japonés que había trabajado en Argentina bajo su tutela.
Elegí un lápiz bien rojo para pintarme los labios. Había unos pinceles sobre la mesa de luz de mamá y una caja de sombras. Me gustaron las grises. El espejo estaba arriba de la cómoda así que me subí a una banqueta para poder verme. Tenía pintada la mejilla con lápiz de labio y la sombra se había caído. Me asusté al verme. Del susto me caí arriba de la alfombra. Lloré más por la bronca que por otra cosa. Mi hermana llegó en un minuto sin aire por la corrida. Carina no me gritó, solo me dijo que tenía que lavarme la cara y dejar todo impecable y que mis padres no iban a tardar. Mi mamá se iba a enojar mucho y me iba a poner en penitencia. En esa época, no te ponían a pensar. Te encerraban en el baño o te daban flor de cachetada.
Me cambié de ropa y dejé el vestido arriba de la cama. Solo me quedé en la mano fue con el collar de perlas. Carina no lo vio y yo me quedé jugando con él. Después me fui a la cama y me quedé dormida. Eran vacaciones de verano. Así que no iba a la escuela.
Cuando me levanté al otro día, mi madre estaba a los gritos. Yo no entendía de qué hablaba. Hirvió la leche en la olla, le sacó la nata que yo odiaba y le agregó el café y el azúcar. Puso la tostadora al fuego y tostó pan marsellés que me sirvió con manteca. Qué delicia el pan con manteca.
Sonó el teléfono. Mamá le contó a mi tía que le había desaparecido el collar de perlas verdaderas.
—Ah grité yo, mamá, yo lo tengo, me dormí con él.
—¿Cómo pudiste hacerme eso a mí, mocosa malcriada, yo que siempre te doy lo mejor, vivo para vos? ¿ y vos qué pensaste?, ese collar vale muchos dólares y fue un regalo que me hizo Isao.
Busqué el collar y se lo di. Las lágrimas corrían por mis mejillas. Para mí, había sido un juego. No entendía su enojo y ese tono agresivo me daba miedo. Mamá siempre tuvo un carácter fuerte, solo lo suavizó la vejez y la demencia senil.
Sus gritos resuenan en mi memoria. Para mí había sido jugar a ser grande y para ella valía “muchos dólares”. Mamá me dijo años más tarde que ese collar iba a ser para mí. Salvo ese día a los 8 años, nunca más pensé en el collar hasta el viernes pasado. Fui al cofre del banco. El collar de perlas estaba en un estuche azul rectangular. Me puse a llorar. Nunca más hablé con mamá de las joyas. No las vendería ni las usaría. Seguiré pagando el cofre.