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Dos mujeres y la pandemia

El fotógrafo y escritor Gustavo Varela mezcla la relidad y la ficción. 

Adriana

Horacio no había tomado aún el primer café de la mañana, apenas llegó a su oficina en la revista,sonó el teléfono. Era Adriana. Al escuchar el hola, ¿cómo está mi editor?,  reconoció enseguida la voz. Tres años antes, ella escribía una columna mensual para la revista, tenía cuarenta y dos años, estaba casada con un abogado bastante mayor que ella y no tenían hijos. El abogado dirigía, con otros profesionales, un estudio que representaba a varias empresas multinacionales  y le permitía una vida holgadamente cómoda entre Carrasco y Punta del Este. 

Adriana había terminado la carrera de Comunicación y no necesitaba trabajar, publicó un libro de cuentos y colaboraba  mensualmente con la revista.  Pero, después de su divorcio, sin la protección económica de su marido, tuvo que decidirse a trabajar.Empezó en la inmobiliaria de una amiga. El sueldo no era mucho, pero le alcanzaba para subsistir en un pequeño apartamento que había heredado de su madre.

—Adriana, mi columnista estrella, ¿cómo estás?, me parece raro, ¡cuánto hace que no te escucho!

—Después del divorcio no estoy muy bien que digamos, por suerte me quedó el apartamento de mi madre, por lo menos tengo dónde vivir.

—Y,  ¿cómo te va en la inmobiliaria de tu amiga?

— En mayo, por el parate de la pandemia, la inmobiliaria cerró, sin miras de volver a abrir, despidieron a todos. Yo estoy viviendo con el seguro de paro, pero me quedan solo tres meses Necesito hacer algo. Mirá, yo sé que esto es malo para todos pero contigo tengo confianza como para pedirte ayuda. Dame algo para hacer, lo que sea, una columna, una colaboración aunque sea chiquita, te ayudo a digitalizar los archivos, te limpio la oficina.

 

—Pará, pará, vos sos capaz de encontrar algo mucho mejor. Acá estamos con los números en rojo, ya habráste.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ce raro eue le demos una nota de garros archivoscomo poara pedirtees o tenásás visto la escasez de avisos. Los que antes nos pedían por favor que le vendiéramos una página, ahora llaman para que le demos una nota de garrón.

—Bueno, yo te hago esas notas si querés.

—Mirá Adriana, venite en la semana que viene, a ver si se me ocurre inventar algo, vos sabés que te quiero, pero no es solamente por eso que te quiero dar una mano: es un verdadero desperdicio que no estés escribiendo.

—Yo también te quiero, nos vemosla semana que viene.

Cuando Adriana llegó , una semana después, Horacio estaba la esperando con una buena noticia.

—Quiero que hagas dos o tres crónicas que tengan que ver con la pandemia, confío en vos, no me copies las estadísticas ni  lo que dijo este o aquel ministro. Quiero tu creatividad, quiero que escribas como sabés. No mires informativos y no leas la prensa, quiero que te metas, que investigues, que metas los pies en el barro y me cuentes lo que nadie ha contado. Sé que esto del Covid 19 tiene muchas puntas y hay que aprovechar que Uruguay está en el ojo de otros países. SI hacés lo que vos sabés hacer, hasta me animo a vender esas notas para afuera. Apenas tengas algo, aunque sea un proyecto, venite y lo vemos juntos.

Francisca

Diez días después, Adriana entró en la redacción de la revista con una sonrisa. Apenas la vio, Horacio fue a recibirla con un abrazo. Ella le dio un beso y le dijo gracias, no sabés lo bien que me hizo volver a escribir.

—¿Me trajiste algo?

—Sí, me dijiste que no leyera la prensa y te hice casoa medias, solo leí algo de lo internacional, en El País de Madrid, una columna espectacular de Pérez Reverteque asegura que nos mostraron pocos muertos y por eso no hay demasiado acatamiento a las medidas de prevención.

Creo que tengo algo, estuve adentro de un hospital, en un CTI, ahí se ve,realmente, lo que esta puta pandemia está haciendo.

— ¿Cómo que estuviste en un CTI, te colaste o te pasó algo?

—No me pasó nada, una amiga meconectó con una enfermera del Sanatorio del Banco de Seguros. Tuvimos ya dos encuentros, me contó mucho de lo que les pasa, de lo que sienten y del agotamiento. Todavía tengo que desgravar un montón, pero creo que vale la pena.

Nos sentamos en un bar de General Flores y Larrañaga, charlamos como tres horas. Ella tiene un hijo de seis años al que no vio por casi dos meses. Hacía turnos dobles y prefirió dormir en el sanatorio para no arriesgar ni a suparejani a su hijo. Como el Sanatorio no tiene CTI, utilizan el del Hospital Policial. A ella la mandaron allí un par de veces. La segunda vez,una compañera dio positivo y Francisca tuvo que estar en cuarentena. 

Lo que más le afectó fue no poder ver a su hijo, pero los viejos, los mayores, le partían el alma. Ella lograba ponerse en contacto con la familia, los llamaba desde su celular, y se lo poníacerca para que escucharan la voz de sus hijos y les mostraba los dibujos que mandaban sus nietos.Estaban solos, uno llegó a emergencia con algunos síntomas, lo aislaron, no dejaron que su hijo se quedara y estuvo veintisiete días así, totalmente solo, sin saber por qué estaba ahí. 

Está todo el mundo sobrepasado, a una señora le dieron el alta y estuvo seis horas en una silla de ruedas en un pasillo. Se olvidaron de avisar a la familia para que la fueran a buscar.

Está convencida de que la depresión mata más que el Covid. Sufría junto con ellos, sabía que no podrían despedirse de sus familiares, dejaron de verlos el día de la internación sin saber por cuánto tiempo o si podrían recuperarse y volver a verlos.

Los que llegan están muertos de miedo.

Ella, igual que todos allí adentro, está agotada, trabaja a veces más de quince horas, porque siempre hay compañeros en cuarentena y falta gente. Quince horas con gorro, guantes, lentes, mascarilla, bata y botas. La primera vez que nos vimos, me mostró las marcas rojas de los lentes y la mascarilla en la nariz y en los ojos. 

Le pregunté cual había sido el peor momento. Me respondió enseguida: el día en que murió un paciente del CTI:

—Lloré mucho —me dijo— había sido un día difícil, a veces los pacientes te insultan, te gritan. Con ese señor, que tenía ochenta y cuatro años, estuve como una semana, se llamaba Luis como mi padre. Yo le hablaba, trataba de darle ánimo, pero casi no me escuchaba, estaba muy mal. Lo peor fue desconectar el respirador, ya había fallecido pero me sentí horrible, me parecía que yo lo estaba matando. Se me juntó todo, el cansancio, no ver a mi hijo, hasta pensé que me había equivocado, que mi vocación no era esta. La angustia era muy fuerte. Nosotros lo llamamos el síndrome del Covid, a muchos nos pasa, hasta llegué a pedirle antidepresivos al médico de guardia, no aguantaba más. Pero al otro día ya estaba otra vez en la locura de cada día.

El segundo encuentro con Francisca fue en la cafetería del hospital, le había pedido para ver el CTI por dentro. Después de rogarle y asegurarle que  no haría fotos, me dijo que el día siguiente el médico de guardia me dejaría mirar,pero solamente desde afuera. Tenía que ir temprano para pasar por todos los protocolos. Yo ya tenía un test negativo de la semana anterior, eso era indispensable, pero tuve que ponerme ropa estéril, gorro, bata, guantes, mascarilla, lentes. Ahí comprendí lo que debe ser estar tantas horas así. En el área del CTI está bastante frío, igual todo eso no te deja respirar. Solo miré por los vidrios de la puerta, es sobrecogedor saber que esos pacientes  que ves ahí es muy probable que mueran a corto plazo.

Esta semana termino de desgravar todo lo que me falta, con Francisca hablamos mucho, ya somos amigas, me habló de su familia, ella es de Rosario. De la relación con sus padres cuando vino a estudiar a Montevideo, de su vocación, de su hijo, de cómo se pierde el sentido del humor en estos días dentro del hospital.

 —Antes —me dijo— nos preocupaban igual que ahora los pacientes, pero podíamos reírnos , la pasábamos bien. Ahora tenemos miedo y el miedo no nos deja reír, es horrible no saber cuándo te vas a contagiar y si te vas a  salvar.

Tengo mucho material, la semana que viene te traigo todo y después vemos por dónde sigo. Lo voy a escribir en primera persona, como si fuera un diario de Francisca y después trataré de encontrar un médico dispuesto. También tengo los datos de los familiares de la señora a la que le dieron el alta y no avisaron y del señor que murió en el CTI, del que me habló ella, pero todavía no me he animado a llamarlos.

 

 

 

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