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Periodismo activista: activismo a secas I

Fuente: https://www.camera-esp.org/

Por Marcelo Wio

“… la ley, en democracia, garantiza a los ciudadanos la libertad de expresión; no les garantiza la infalibilidad, el talento, la competencia, la probidad ni la inteligencia; ni la verificación de los hechos que corre a cargo del periodista y no del legislador. Pero cuando un periodista es criticado por su falta de exactitud o de honradez, la profesión ruge fingiendo creer que se ataca al principio mismo de la libertad de expresión y que se pretende «amordazar a la prensa». El colega no ha ejercido, se oye decir, más que su «oficio de informador»”, Jean-Fraçois Revel (El conocimiento inútil)

Poco o nada se ha dicho verdaderamente, con ánimo de sincera enmienda, acerca del activismo que parasita los medios de comunicación en español; ni, obviamente, sobre sus consecuencias más que evidentes. Es singularmente llamativo este cuasi silencio, en la práctica, cuando tanto se ha hablado – mayormente diciendo insuficiencias: obviedades, trilladas expresiones de consternación – sobre las denominadas “fake news” y el descrédito de los medios de comunicación tradicionales. Eso sí, cuando estos temas han sido mencionados, se lo ha hecho como si, en un caso, tales prácticas sucedieran allende sus competencias y, en el otro, como si tal realidad fuese producto de un desvarío, una confusión de la audiencia.

Así pues, escasamente se ha mencionado del fenómeno que señalaba en primer lugar – si es que se ha hecho. Con lo cual, no se ha abordado la cuestión de por qué son incompatibles el activismo o proselitismo ideológicos – es decir, la práctica sistemática de seleccionar los hechos favorables a las convicciones, y a rechazar el resto – y el ejercicio del periodismo. Es decir, la imposibilidad de conciliar el papel informador con el de propagandista, de agitador. Acaso, tal aproximación desde los propios medios y profesionales se ha esquivado precisamente para evitar la respuesta. Pero ésta se empeña igualmente en emerger – “por sus frutos los conoceréis”.

En este sentido, el conflicto árabe-israelí revela acaso como ningún otro la irrupción del partidismo, o activismo, en el periodismo – al que explota como herramienta para la difusión de su producto disimulado engañosamente como información. Y lo hace porque no sólo parecen los periodistas gozar de libertad para mostrar su posicionamiento sin que afecte a su consideración profesional, sino, acaso, sobre todo, porque dicho conflicto tiene un elemento singular que permite mucho juego: es decir, que permite que diversas ideologías lo adopten como un escenario para visibilizarse, para captar adeptos y financiación. Según Elad Segev y Menahem Blondheim (Online news about Israel and Palestine), el “enfoque final del elemento ‘quién’ parece estar en el carácter judío de (la mayoría) de los israelíes [lo que parece ser un punto central]… Del mismo modo, la compleja y trágica relación entre judíos y cristianos a lo largo de los últimos dos milenios es demasiado obvia y está demasiado bien documentada…”. Un campo fácil para un activismo en particular: el que pone en entredicho el derecho del estado judío a existir. Pero no sólo para aquel, sino para los que abonan el regreso de viejas tesis: colonialistas contra colonizadores, Occidente contra Oriente.

“El conflicto palestino-israelí permite a los occidentales centrarse en estos cautivadores protagonistas cuando se enfrentan entre sí, y les permite elegir a sus santos y pecadores… con cierto desapego. De hecho, nuestras conclusiones muestran que la atención al conflicto es mucho mayor entre los occidentales -países europeos y Estados Unidos- que entre los asiáticos”, comentaban los autores.

Pero volvamos al activismo que, no sólo ha infiltrado al periodismo, sino que se ha hecho fuerte en él por el trillado, aunque efectivo, método ya preexistente en los medios de vincular la moralidad con su propia opinión – con su “bajada de línea”, como se dice en Argentina, y que resulta más apropiado para denominar una práctica que va más allá de la expresión de un mero parecer: en su ejercicio hay la voluntad de unificar pensamientos. O, más bien, creencias. Las de la audiencia, claro.

Para empezar a delinear los motivos que hacen incompatibles el activismo y la labor informativa, Thomas Patterson y Wolfgang Donsbach (News Decisions: Journalists as Partisan Actors), señalaban un punto harto relevante: las opiniones de los periodistas afectan a la interpretación de los hechos, y sus predisposiciones partidistas afectan a las decisiones que toman, desde las historias que seleccionan hasta los titulares que escriben.

¿Por qué lo hacen?

Matthew Levendusky señalaba en su trabajo Why Do Partisan Media Polarize Viewers?, que si bien el razonamiento humano se funda básicamente en dos clases de objetivos, de precisión (el deseo de alcanzar la conclusión correcta) y direccional (el deseo de alcanzar la conclusión preferida, la que apoya las creencias existentes); los objetivos direccionales tienen un efecto especialmente fuerte: “Procesamos la información para que encaje con nuestras creencias existentes. Cuando los ciudadanos escuchan una noticia sobre [Israel, por ejemplo], simplemente al oír su nombre, sus actitudes y sentimientos hacia [ese país] pasan a un primer plano, incluso sin ser consciente de ello. Estos pensamientos y sentimientos hacia [dicho país] conforman entonces la forma en que los ciudadanos interpretan las pruebas aportadas en la noticia”.

En este sentido, apuntaba el propio Levendusky, los medios partidistas – o los periodistas activistas -, intensifican este razonamiento motivado debido a la presentación sesgada de las noticias. Y lo hacen, explicaba, por dos razones: en primer lugar, debido a la transmisión o publicación de mensajes unilaterales y pro actitudinales, que sus audiencias aceptarán acríticamente. Además, en ausencia de cualquier mensaje rival o contrapuesto (oh, la omisión), esta tendencia general de aceptar información pro actitudinal se fortalece porque, justamente, adolece de un contrargumento, con lo que dicha información parecerá, implícitamente, más robusta e incluso más persuasiva.

En segundo lugar, los medios y profesionales partidistas presentan las noticias como una lucha entre bandos con claras referencias a sus posicionamientos, y, claro, a su ideología – de la que Jean-François Revel decía (El conocimiento inútil) que es “mecanismo de defensa contra la información; un pretexto para sustraerse a la moral haciendo el mal o aprobándolo con buena conciencia, y un medio para prescindir del criterio de la experiencia”. “Esto prepara (priming) el partidismo de los ciudadanos, reforzando el grado en que ven el [conflicto, a Israel, a través de las aberrantes dioptrías antisraelíes montadas en un vistoso (virtuoso) marco pro-palestino, pro-derechos humanos, pro-moral]… La imposición (priming) de este tipo de identidad destacada (salient) aumenta los objetivos direccionales de los espectadores: incrementa su deseo de llegar a una conclusión acorde con su afiliación partidista…”, ampliaba.

Incompatibilidad: información y manipulación


Alguna vez, en algún evento del movimiento BDS en una ciudad española, algún panel se tituló “Periodismo activista” o algo por el estilo – y contó con la participación de algún que otro corresponsal de la prensa española en Israel. El evento y los participantes no vienen al caso, como sí el hecho de que el título del panel – un oxímoron, por cierto, que se entiende mejor si uno utiliza los términos “propagandista informativo” – no se escondiera tras algún eufemismo de los que abundan. Mas, ya entonces se había aceptado, o se estaba enseñando a aceptar, al menos en el marco del conflicto árabe-israelí, tal contradicción (de la que el BDS, y el activismo a su alrededor, son tan afectos, acaso más por ser esta ineludible, que por ser estratégica).

Pero no basta una contradicción entre términos para explicar una incompatibilidad fundamental. Así pues, es ilustrativo, a la par de harto interesante, traer a colación lo que revelaban Nina Strohminger y David Melnikoff en su artículo Breaking reality’s constraints on motivated cognition. Los académicos indicaban que recientes investigaciones han demostrado que la promoción o defensa (advocacy) de objetivos de una causa – el activismo, en definitiva – cambia las creencias de forma automática e incontrolable: “Una vez que el objetivo de abogar por una causa se ha establecido, no se puede evitar que sesgue las creencias del defensor. […] Los objetivos del partidario alteran los juicios como otros objetivos son incapaces de hacerlo, […] lo que sugiere que este sesgo no se puede desaprender.

En resumen, el sesgo partidista no está limitado por los factores que generalmente pueden impedir que los objetivos cambien las creencias de los individuos”.

De esta manera, los investigadores concluían que este tipo de objetivos (los partidistas, los propios del activismo) pueden inducir a creencias falsas incluso cuando la evidencia en contra de estas es incuestionable.

Por otra parte, David Tewksbury, Jennifer Jones, Matthew Peske, Ashlea Raymond, y William Vig (The interaction of news and advocate frames: manipulating audience perceptions of a local public policy issue) afirmaban que los operadores políticos buscan de manera activa controlar cómo un asunto o un candidato es descrito, retratado, en los medios. Y señalaban que los marcos de los que se valen son modos específicos y cuidadosamente construidos para interpretar un hecho, de forma tal que pueden ser pensados como argumentos persuasivos.

La cuestión, es que, en este caso, no son esfuerzos externos por domeñar la información, sino que son los propios periodistas quienes “utilizan las normas periodísticas como vehículos para sus marcos”. El engaño es acabado: el control del asunto del que se da cuenta es prácticamente absoluto; el medio, el periodista, decide qué se dice, quién dice y cómo se hace.

Y es que, ya se por sí, los medios son, como sostenía Michael Karlberg (News and conflicts: how adversarial news frames limit public understanding of environmental issues), “una ‘fuerza política y cultural omnipresente’ [porque] las experiencias de los ciudadanos sobre muchos asuntos [sobre todo, por ejemplo, los internacionales] están mediadas en gran parte por los medios de comunicación…”. Es decir, el activista está en el lugar ideal para realizar su tarea; que no es otra que la propaganda – quizás, sobre todo para aquellos que se adjudican para sí la imagen de defensores morales de los débiles e inocentes, de promotores de la justicia, de la paz; porque su activismo va en envuelto de un prestigio que les permite atravesar más acabadamente los filtros de la audiencia, y porque son quienes deciden, en definitiva, quién es el débil, qué causa es justa, noble. Sitio a medida. Causa a medida.

Pero, volviendo a los medios como “fuerza política y cultural omnipresente”, este punto se entiende mejor con Toshio Takeshita (Exploring the media’s roles in defining reality: From issue-agenda setting to attribute-agenda setting), quien explicaba que, precisamente, “una de las principales funciones de los medios de comunicación es mediar entre ‘el mundo exterior’ y ‘las imágenes que tenemos en la cabeza’. [Es más,] los medios de comunicación proporcionan a su vez información que es un componente importante de nuestras ‘imágenes’ – Lippmann también lo denominó pseudoambiente”. Y añadía que “determinar a qué prestar atención y qué ignorar entre una serie de cuestiones existentes significa determinar la perspectiva que se aplica para ver el mundo político en su conjunto”.

A su vez, debido a que la información de los medios puede ser compartida por todo el mundo, Takeshi sostenía que puede ser utilizada como una moneda de intercambio social. Y es que, como sostenía Ikutaro Shimizu – citado por el propio Takeshita -, en una sociedad moderna el público tiene que depender de la copia provista por los medios. La cuestión es que es casi imposible que el común de la gente coteje la copia contra la realidad. Si la copia reflejara el original de manera completamente fiel, no habría problema; pero esto es muy poco probable: de forma que la copia ya ayudará a que la gente se adapte o entienda racionalmente al ambiente.

A esta altura parecería de Perogrullo el motivo por el cual los términos de la contradicción “periodismo activista” son mutuamente excluyentes. Menos para quienes lo practican y lo toleran, claro – quizás porque sus lealtades a la “causa”, a la ideología, a los intereses, sean cual sean; y, sí, a los prejuicios, se anteponen a la profesión, a la precisión, a la realidad. A fin de cuentas, como explicaban Doron Shultziner y Yelena Stukalin (Distorting the News? The Mechanisms of Partisan Media Bias and Its Effects on News Production), “el sesgo partidista de los medios de comunicación [y el de sus profesionales, evidentemente]… es un sesgo político o ideológico que inclina las noticias de manera que favorece, critica, enfatiza o ignora a ciertos actores políticos, políticas, eventos o temas”.

Con lo que, es de esperar, parafraseando a Levendusky, que la presentación de los hechos realizada por periodistas activistas – activistas que utilizan el amparo del periodismo o, directamente, activistas a secas, pues es esta la faceta que guía su labor, su finalidad – generará niveles más marcados de polarización actitudinal.

Algo previsible cuando el activismo implica un sesgo y cuando este se aplica, según Shultziner y Stukalin, seleccionando artículos según su tipo de contenido y administrando la discreción editorial para enfatizar o restar importancia a los artículos según su contenido. En otras palabras, y citando a Caroline Fisher (The advocacy continuum: Towards a theory of advocacy in journalism), seleccionando qué historias serán cubiertas y cuáles no; cuánto lugar se les dará a las distintas voces, y decidiendo si la cobertura será favorable o no (según cómo se enmarque, cómo se definan los actores).

En resumen, está bien identificado cómo el activismo sesga las noticias. Es decir, por qué son incompatibles las actividades del activista con la función del periodista. Pero quizás pueda resumirse en el poder de etiquetar que en definitiva tienen los medios de comunicación: es decir, de definir a un personaje, a un país, una situación, de manera que esa síntesis forzosamente inexacta, usurpe la realidad, suplantándola.

E. Tory Higgins y William Rholes advertían precisamente en “Saying is Believing”: Effects of Message Modification on Memory and Liking for the Person Described que etiquetar (o encasillar) “asigna un significado al estímulo al conectarlo con la categoría cognitiva designada por la etiqueta. Una vez que un comunicador ha etiquetado un estímulo, la etiqueta pasa a formar parte de la información recordada sobre el estímulo, y es probable que el estímulo se reconstruya en el recuerdo para que sea coherente con las características de la categoría designada por la misma”.

Ahí radica, como en ningún otro aspecto, precisamente la ventaja del activista y el propagandista – que requieren ya de por sí de lo somero, de lo aparente -, porque hegemonizar la definición (el hecho de denominar) supone decidir cómo existirá determinado asunto o sujeto ante el público: con un término, con un concepto (por más peregrino que sea) reducido a vocablo, es posible fijar un hecho, a un sujeto, a un pueblo, a una ilusoria “explicación”; es decir, es posible colocarlo instantáneamente en una categoría mental puntual que lo extrae del ambiente, del contexto común, para ser colocado en una ficción restringida. De ahí la dificultad que luego presenta el desmontar esa mínima pero tenaz pseudo-estructura: porque la realidad no está hecha de mínimas simulaciones, de compartimentos estancos, y, por tanto, no puede ser abreviada en una palabra, en un conjunto de un único elemento.

A esto cabe añadir lo que explicaba Victor Klemperer (The language of the Third Reich): cuanto más emocional es un discurso – y, acaso, podría precisarse, el marco donde el término en cuestión se inserta, o del que forma parte indisoluble, casi como coagulador de la narración -, menos se dirige este al intelecto. Porque, en definitiva, es un lenguaje – rebajado, amputado: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, decía Ludwig Wittgenstein – que piensa por el lector: el adjetivo en lugar del argumento.

Recordatorio: De agendas y marcos o cómo se sesga la información
Tewksbury y sus colegas apuntaban – como ya se señalara, por otra parte, en artículos precedentes de CAMERA en Español – que los marcos suministrados (y creados) por los periodistas proporcionan al público las herramientas básicas para organizar y comprender la nueva información. Robert Entman (Framing Bias: Media in the Distribution of Power) explicaba el concepto de enmarcar (framing) como el proceso de selección de algunos elementos de la realidad percibida y el montaje de una narrativa que destaque las conexiones entre ellos para promover una interpretación particular.

Así, Sei-Hill Kim, Dietram Scheufele y Jams Shanahan (Think about it this way: attribute agenda-setting function of the press and the public’s evaluation of a local issue) ampliaban diciendo que el encuadre asume que son las “diferencias terminológicas o semánticas” en la forma de describir un tema, más que la relevancia del tema en sí, las que evocan las respuestas de la audiencia. “En otras palabras, diferentes descripciones de la ‘misma’ cuestión serán interpretadas de forma diferente por diferentes miembros de la audiencia”. sintetizaban.

El marco, continuaban entonces Tewksbury et al., “establece una vía asociativa entre un tema dado y un conjunto específico de conceptos. Al activar o sugerir algunas ideas en detrimento de otras, las noticias pueden fomentar determinadas líneas de pensamiento sobre los fenómenos políticos y llevar a la audiencia a llegar a conclusiones más o menos predecibles”.

El titular es sin lugar a duda un elemento central para enmarcar un tema. De hecho, Tewksbury et al. citaban a Pan y a Kosicki, quienes sostenían que el titular, ya de entrada, “reduce el abanico de posibles interpretaciones e invoca ideas y conceptos concretos incluso antes de que la persona haya empezado a leer la historia. Los titulares preparan el escenario para la forma en que se lee la historia y establecen el marco de referencia desde el que se perciben los hechos de la historia”.
Toshio Takeshita recuperaba las cuatro funciones del marco (o agenda de atributos) de Robert Entman: (1) definición del problema, (2) atribución de causas, (3) valoraciones o juicios morales y (4) proposición de soluciones. Takeshita advertía que la definición del problema significa la descripción de lo que hace un agente causal con qué efectos; la atribución de causas, por su parte, la especificación de las fuerzas que crean el problema, los juicios morales denotan las evaluaciones sobre los agentes causales y sus efectos.

Es posible entrever por qué es tan atractivo el periodismo para un activismo como aquel que, por intermediación de una causa, propugna o bien la eliminación de un estado o la completa alteración de su carácter (lo que, en el caso de marras, supone a la larga su desaparición).

Sei-Hill Kim y sus colegas advertían otro aspecto que hace sumamente conveniente el periodismo para el activismo: los medios de comunicación, al enfatizar ciertos atributos de un tema, nos dicen “cómo pensar en” ese tema, así como “en qué pensar”. De acuerdo con Wayne Wanta, Guy Golan y Cheolhan Lee (Agenda setting and international news: media influence on public perceptions of foreign nations) que esto sucede a través de la agenda de atributos que los medios le proveen al público.

Estos autores ahondaban remarcando que el enfoque “pasó de la cobertura de los objetos a la cobertura de los atributos de esos objetos. Mientras que la cobertura del objeto sigue influyendo en la importancia percibida de ese objeto… el establecimiento de la agenda de segundo nivel implica que los atributos vinculados al objeto en los medios de comunicación son vinculados mentalmente al objeto por el público”. De manera que el establecimiento de la agenda de segundo nivel [transmisión de atributos] sugiere que la cobertura de los medios de comunicación influye en nuestra forma de pensar”.

A este respecto, identificaban dos dimensiones de atributos: “Atributos sustantivos se refieren a la información sobre las cualidades de los [sujetos, países]. Los atributos afectivos se refieren a comentarios positivos, neutros o negativos sobre [sujetos, países]”.

Estas atribuciones, son, siguiendo a Kimberly Gross, Lisa D’Ambrosio (Framing Emotional Response), en términos generales, las ideas que la gente desarrolla sobre las causas de las cosas y del por qué las cosas ocurren como lo hacen. Las atribuciones afectan al tipo de políticas, de acciones, medidas, que uno considera necesarias para abordar ese problema dado.

Robert Entman concluía que la definición de sesgo de contenido se resume en: patrones consistentes en el encuadre de la comunicación mediada que promueven la influencia de un lado.

Continuará
En la próxima parte se intentará una aproximación a la razón por la cual Israel es una básicamente fijación para los medios de comunicación, y cómo estos enmarcan, a partir de esa cobertura obsesiva, a dicho estado (y el conflicto árabe-israelí) dentro de una artificiosa dicotomía moral.

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