Ricardo López Göttig

Ricardo López Göttig

Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1966. Es Doctor en Historia (Universidad Karlova de Praga, República Checa), profesor en la Universidad ORT Uruguay y en la Universidad de Belgrano (Buenos Aires), consejero académico de CADAL (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina). Sus artículos de opinión se publican en El País (Madrid), Infobae, La Nación, Perfil y El Cronista (Buenos Aires).

Columna de opinión

De terraplanismos y otras conspiraciones

Ha ganado en visibilidad el activo grupo que sostiene que la Tierra es plana, contra todas las evidencias empíricas y científicas que se acumulan día a día.

No sólo rechazan los conocimientos de la física, astronomía y geografía contemporáneas, sino que además niegan la existencia de los satélites, los viajes al espacio, los vuelos transpolares y hasta de la mismísima Australia… Resultado de una vasta conspiración pergeñada por la NASA, científicos como Eratóstenes, Copérnico y Newton fueron instrumentos dóciles de esa agencia espacial, siglos antes de que fuera creado el mencionado organismo de investigación espacial en 1958... El encubrimiento de que la Tierra es plana es el resultado de una gigantesca operación orquestada por el gobierno de los Estados Unidos –algunos le suman al sionismo-, pero desconocemos porqué los soviéticos/rusos, la República Popular China e incluso los gobiernos de Corea del Norte o Irán no han puesto en evidencia la existencia de tal “conspiración” –e incluso colaboran con ella-, cuya finalidad resulta un enigma en sí mismo. Fueron los soviéticos, y no los estadounidenses, los que lanzaron a orbitar el primer satélite, el Sputnik, en enviar el primer ser vivo al espacio –la perra Laika- y en tener el primer astronauta, Iuri Gagarin. Y a pesar de que la URSS llevó la delantera en la carrera espacial hasta las misiones Apolo, la gran culpable del “encubrimiento” es la NASA.

Como toda teoría conspirativa –terraplanismo, Tierra hueca, la colisión inminente con un planeta gigante llamado Nibiru, la negación del alunizaje de las misiones Apolo, los reptilianos, el movimiento antivacunas, o las de carácter político antisemita como los llamados “Protocolos de los Sabios de Sión” o el “Plan Andinia”- simplifica una visión del mundo: los portadores de esa “verdad” oculta y resistida se sienten especiales en un mundo que se empeña en no comprenderlos y ridiculizarlos. También coloca a buenos y malos en lugares bien separados y netamente definidos, una visión maniquea que reniega de la complejidad del universo material y simbólico en el que vivimos. De acuerdo a este tipo de mentalidad, todo tiene una explicación por la manipulación de poderes ocultos, desde una erupción volcánica hasta el precio del pan.

Algunas de estas teorías conspirativas pueden parecer inofensivas y hasta entretenidas, pero lo preocupante es que proliferen y ganen cada vez más adeptos, sobre todo cuando involucran peligros para la vida y la integridad de las personas. Sabemos que las teorías conspirativas en lo político han desembocado en persecuciones y muerte, que las que apuntan contra la ciencia médica contribuyen a propagar patologías. Es probable que los adeptos de cualquiera de estas teorías, al ver cómo se desmorona, se enrolen rápidamente en otra, conformando un tipo particular de visión del mundo. Las redes sociales, como toda herramienta, puede servir para difundir el estado actual del conocimiento científico como para propagar los disparates más hilarantes: la gran cuestión es qué herramientas de pensamiento crítico y reflexión disponen los niños y adolescentes para distinguir entre uno y otro.

La tarea es mayúscula para las familias, las instituciones educativas formales y los medios de comunicación, ya que en un mundo cada vez más complejo y que requiere tanto habilidades duras y blandas, sería de una negligencia enorme dejar que estas teorías conspirativas quedaran sin respuesta. Porque es imperioso, en un mundo cada vez más poblado y con desafíos que trascienden las fronteras de los estados nacionales, como el cambio climático, el terrorismo, los ciberdelitos y el crimen transnacional, tener mejores ciudadanos con capacidad crítica y reflexiva, educados y capaces de razonamientos complejos, para que la civilización humana no sucumba por el peso de sus propios errores y horrores. Yuval Harari señala que, por primera vez en la historia de la humanidad, corremos el riesgo de que una porción de nuestros congéneres pase a ser “irrelevante” por su falta de educación, arrumbado en un rincón. Es, entonces, la calidad de la educación lo que debe colocarse en el centro de la agenda de discusión pública, para que nadie quede atrás. La democracia es diálogo, comencemos esta profunda y necesaria conversación.

Ricardo López Göttig
(14 de Mayo de 2019 a las 19:33)

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