En el 15° aniversario de la muerte de Yasser Arafat, es oportuno recordarlo
El asesino de Rabin, Igal Amir, consiguió su objetivo. Al matar al Primer Ministro, echó a andar una dinámica que terminó finalmente con el estancamiento en el proceso de paz.
Pero sería muy simplista deducir de ello que la responsabilidad central del fin de las negociaciones fue del lado israelí.
De más está decir que el asesinato, además de haber sido un trauma para la sociedad israelí, fue evidentemente también un duro golpe para el proceso de paz. Pero los problemas habían comenzado antes. Y al analizar si el retroceso se debió a que en 1996, meses después del asesinato, fue elegido como Primer Ministro por primera vez Biniamin Netanyahu, cabe recordar que él también negoció con Arafat. Recordamos claramente la rueda de prensa en la que participamos, días antes de un planeado encuentro de Netanyahu con Arafat, en la que comentó que darle la mano no es lo que más le alegra, pero que respetaría todos los acuerdos firmados y continuaría buscando soluciones.
Es más: fue Netanyahu quien implementó la retirada israelí justamente de Hebron, la ciudad en la que se halla la Tumba de los Patriarcas. El grueso de la ciudad fue evacuado por Tzahal, que permaneció en una pequeña parte, los enclaves judíos, y el resto, fue entregado a la Autoridad Palestina.
Cuando Rabin fue asesinado, no fue una situación idílica la que arruinó Igal Amir. Arafat, socio en el proceso de paz, era un interlocutor complejo, y pocos años después, quedó muy claro que nunca había realmente renunciado al terrorismo.
Numerosos israelíes lo veían como un obstáculo a la paz. No sólo el otrora Primer Ministro Ariel Sharon decía que era “parte del problema, no de la solución”. También gente de izquierda que no votó a Sharon y que discrepaba con su política y su estilo, tenía serias críticas para con el líder palestino. Ello se debía al apoyo práctico e ideológico por parte de Arafat a los atentados suicidas en Israel, a pesar de las condenas oficiales de la Autoridad Palestina tras los mismos, así como en el rechazo por parte del “rais” de las propuestas que le presentara en julio del 2000 en la cumbre de Camp David el entonces Premier laborista israelí Ehud Barak.
“Arafat nos decepcionó, no cumplió su promesa”- nos dijo personalmente Dalia Rabin, hija del asesinado Primer Ministro, que conoció personalmente al líder palestino y se sintió casi traicionada “porque prometió a mi padre no recurrir más a la violencia para resolver diferencias con Israel, pero no mantuvo su palabra”.
Es notoria y natural la diferencia entre la percepción israelí de Arafat, y la palestina.
Para la mayor parte del pueblo palestino, Arfafat era el único líder al que conocían. En gran medida, claro, porque él no permitió que surja otro. Para muchos, era “el padre de la nación”. Y con ello, no analizaban que su camino los llevó a los titulares, pero no les condujo a un futuro mejor.
Para Israel, Yaasser Arafat fue el enemigo, la personalización del conflicto entre Israel y los palestinos, derivado sin embargo del más amplio, entre Israel y el mundo árabe que no quiso aceptar el nacimiento de un Estado judío.
Su pueblo lo vio siempre como quien luchó por su libertad. Nosotros, sin olvidar la importancia de la imagen que un líder tiene a los ojos de su gente y de la sensación de causa que les da, no podemos hacerlo sin recordar, primero, por qué caminos Yasser Arafat libró su lucha, de qué forma lanzó su “revolución”. Formó el grupo “Al-Fataj”- que fue luego el núcleo básico de la OLP- cuando los territorios de Cisjordania y Gaza-cuya “liberación” es presentada como la justificación para los ataques contra Israel- no estaban ocupados por el ejército israelí, sino se hallaban en manos árabes. Cisjordania estaba en poder del Reino Hachemita de Jordania y la Franja de Gaza, ocupada por Egipto. La causa original pues de la formación de lo que se convirtió en la OLP, ya reflejaba la intención real.
Muchas citas podrán hallar en la prensa mundial quienes deseen presentar a Arafat como figura palestina moderada y dispuesta a negociaciones y concesiones. Hablaba a menudo de la paz, de su disposición al diálogo y de la condena necesaria al terrorismo. Pero durante décadas, sus prácticas fueron otras.
Los blancos elegidos por los diferentes grupos de la OLP a lo largo de los años, eran casi exclusivamente civiles, ciudadanos israelíes, judíos y extranjeros en el país y en el exterior. Así fue en los atentados de junio de 1974 en Naharia y en marzo de 1975 en el hotel Savoy de Tel Aviv, en el ataque de setiembre de 1985 en Larnaca, Chipre, en el ataque en la carretera costera en marzo de 1978,en el que murieron 35 civiles y 80 resultaron heridos, en diciembre de 1980 cuando la explosión en el hotel “Norfolk” , de propiedad judía, en Kenya, con 16 civiles muertos y 90 heridos, en la explosión de una bomba en la sinagoga de la calle Copernic en París en octubre de 1980, en ataques a pasajeros de El-Al en Estambul en agosto de 1976, en el asesinato de 26 civiles (diez de ellos israelíes) en el ataque de mayo de 1972 en el Aeropuerto Internacional Ben Gurion, con otros 76civiles heridos (35 de ellos israelíes), en la irrupción a la escuela de Maalot en mayo de 1974 con 24 civiles muertos (en su mayoría alumnos) y casi 70 heridos.Y muchos más.Muchos.DEmasiados.
Todo ésto y mucho más, fue responsabilidad de la OLP encabezada por Yasser Arafat. También hoy, cuando hasta sentimos lástima al ver que una figura vista por su pueblo como líder máximo se vaya con un deterioro tal de salud, hay que recordarlo.
También, es verdad, hay que recordar que en determinado momento, Arafat cambió de rumbo. Optó por el mutuo reconocimiento con Israel, estuvo dispuesto a iniciar el diálogo y comenzó un proceso de reconciliación, que cabe suponer era para él tan difícil como para Israel. Pero desde el principio, hubo problemas. Con su llegada misma a la Franja de Gaza, trajo escondidos en su coche, a palestinos requeridos por Israel a los que no se les permitía la entrada a los territorios. El entonces Primer Ministro Itzjak Rabin se enteró y Arafat, finalmente, tuvo que sacarlos de Gaza.
Desde un principio hubo complicaciones, motivos para una profunda desconfianza. También del lado palestino sintieron que las cosas no iban adecuadamente, que no funcionaban bien, que Israel no cumplía lo pactado. En general, eran los atentados o el incumplimiento de compromisos por parte de la Autoridad palestina, lo que detenía nuevos avances. Pero el gran problema es que contrariamente a lo prometido, Arafat no dejó el recurso de la violencia de lado y esa amenaza siempre latente, volvió a convertirse en realidad. Ya en 1996, mucho antes del estallido de la intifada, policías palestinos abrieron fuego contra soldados israelíes, al estallar los aquí llamados “mehumot hakotel”, o sea “los disturbios del Muro”, en referencia a los incidentes violentos que comenzaron a raíz de la apertura de un túnel hasmoneo que era continuación subterránea del Muro de los Lamentos, que los líderes palestinos presentaron como un intento de desestabilizar los cimientos de la mezquita de Al-Aksa.
Fueron muchas las ocasiones en las que quedó claro que la violencia no había sido dejada de lado. Israel acusó a Arafat de no tomar medida alguna para frenar los numerosos atentados suicidas que los grupos radicales islámicos-y luego no sólo ellos sino también los Mártires de Al-Aksa de al Fataj-perpretraban contra blancos civiles y militares en Israel. No mueve un dedo, dijeron en el mejor de los casos. Ayuda y financia atentados, acusaron en un peor escenario. Lo indiscutible es que Arafat creó una atmósfera en la que los atentados suicidas eran legítimos, presentados como señal de heroísmo de los palestinos, contra el ocupante. Lo escuchamos en la Muqataa,el cuartel en el que finalmente fue sepultado, en Ramallah, coreando entusiasta , en perfecta rima en árabe, frases sobre “millones de mártires en camino a Jerusalem”. El legado fue nefasto y lamentable. Seguro, para Israel. A nuestro criterio, también para su pueblo.
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(11 de Noviembre de 2019)
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