Ana Jerozolimski / Directora Semanario Hebreo JAI

Editorial

Nuevo aniversario del genocidio armenio. El mismo dolor que sentimos los judíos en Iom HaShoa.


Días atrás conmemoramos Iom HaShoa y recordamos a los 6 millones de judíos asesinados por los nazis. Este viernes  24 de abril, recordamos el genocidio armenio. En honor a las víctimas y a sus descendientes, entre ellos quienes formaron comunidades armenias en diferentes partes de su diáspora, incluyendo en Uruguay, son estas líneas.

Las publicamos el año pasado en la edición impresa del Semanario Hebreo. No han perdido ninguna validez.

Deseamos honrar la memoria de las víctimas del genocidio armenio a través de las palabras del Profesor Andrés Vartabedian, compatriota de origen armenio, docente de historia. Así escribió en su página de Facebook en el aniversario del genocidio el 24 de abril del 2018:

 

“Las víctimas acaban de entrar en los límites de su desgracia: aburren”, escribió alguna vez Albert Camus.

 

En mi adolescencia, antes de comprender el significado de los relatos de mi abuela, creo haber llegado a pensarlo también. Hoy, 24 de abril de 2018, a 103 años del inicio del Genocidio Armenio, muchos quizá puedan creer lo mismo.

Como varios de ustedes saben, soy descendiente de armenios. Y eso es un orgullo. Pero debo ser muy claro: también soy descendiente de un genocidio. Y eso, realmente, no es ningún orgullo. Mis abuelos murieron sin saber muy bien lo que esa palabra significaba. Al menos, ellos llegaron a escucharla y -quizá-, alguna vez, a pronunciarla. Millones de seres humanos jamás sabrían que lo que estaban sufriendo, y por lo que morirían, tratando de encontrar una razón, se denominaría así: genocidio.

“La guerra”, le decía mi abuela, confundiéndose con el contexto en el que se desarrolló. ¡¿Qué guerra?!, si nunca tuvieron la posibilidad de defenderse. La guerra fue la cortina de humo que utilizaron los perpetradores para intentar disfrazar y ocultar su delito.

Poseo algunos relatos en mi memoria, vagos. Mi abuelo casi no habló de ello en el dichoso período en el que coincidimos. Mi abuela repetía siempre la misma historia; o las mismas. Por lo menos, así lo recuerdo yo. Pero, ¿por qué mi abuelo no me contaba? Él también había sufrido. A medida que fui creciendo y fui incorporando otras herramientas de análisis, fui entendiendo más: el “refugio de lo intolerable” (expresión de Marcelo Viñar), para algunos, es el silencio. Quizá para mi abuela, la palabra y su reiteración exorcizaban el dolor.

Mi educación se encargó de hacer lo que ellos no podían. Me enseñó la palabra que nombra lo atroz. Me intentó explicar los porqué (también aprendí que nunca hay uno solo). Me brindó la conmemoración como un lugar importante del recuerdo. Me dio fechas y nombres. Y me enseñó que el horror también se poetiza, como lo hizo Siamantó en “Visión de muerte”.

 

 “[…] Un calor tropical se eleva sobre las bellas ciudades abrasadas...
y bajo la nieve que cae con la pesadez del mármol,
la soledad de las ruinas y los muertos tiembla.
¡Oh! Oíd el terrible chirrido de los carros
bajo el peso de los cadáveres apilados
y el orar lacrimoso de los enlutados hombres,
que se extiende desde una calleja hasta las fosas comunes.
Oíd las últimas voces del delirio
en los golpes del viento que los árboles destruye.
¡Oh! No os acerquéis, no os acerquéis, no os acerquéis,
no vayáis a acercaros a los cementerios ni al mar.
[…] Matanza, matanza, matanza.
Oíd, oíd, oíd 
el aullido desgarrador de los malditos perros
que me llega desde los valles y los cementerios…
¡Oh! Cerrad las ventanas, y también los ojos…
Matanza, matanza, matanza..."

 

Hoy día sé que el ser humano y los acontecimientos que provoca son muy complejos; que este sufrimiento terrible ha sido padecido por millones y millones de individuos a lo largo de la historia; que no todo lo terrible se denomina genocidio, y que el siglo XX y lo que llevamos de este XXI ha sido particularmente cruel al respecto.

Intento comprender: ¿Por qué tanto odio? ¿O simplemente es frío cálculo? ¿Simplemente? ¿Cuánto hay de ambos factores? ¿Dónde está el límite? ¿En qué lugar de la ecuación ubicar estos términos? Leo. Me informo. Estudio. No deja de doler. Esto no me preocupa. “La comprensión [...] no significa negar la atrocidad, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar fenómenos por analogías y generalidades tales que ya no se sientan ni el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que los acontecimientos han colocado sobre nosotros -ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sucedido de otra manera-”.

 

 

¿Quién sería yo hoy de no haber ocurrido? Nunca lo sabré. Esto hace a mi identidad.

¡Cómo no seguir aburriendo!

 

 

Hasta aquí las emotivas palabras de Andrés.

 

Leo a mi apreciado amigo, recordando siempre que nos conocimos en Jerusalem cuando él fue invitado a participar en un curso sobre enseñanza de la Shoá-cuánto simbolismo- y  siento que leo a un judío que habla de la Shoá. El mismo horror, lo inconmensurable, el silencio o el relato, según la naturaleza del sobreviviente. Y la víctima o descendiente de ella que cuenta, porque es ineludible e imperioso hacerlo, y siente la reacción cansada o aburrida de los otros, de los que no lo pueden entender porque nunca les ocurrió.
En este nuevo aniversario del genocidio armenio, abrazo a  Andrés, y a través suyo a sus antepasados y comunidad. Les deseo que del recuerdo saquen fuerzas para seguir adelante siempre, para preservar la memoria y al mismo tiempo crear, para mantener el pasado sin quedarse atascados en él, sino siempre mirando hacia un futuro mejor.

Y es esta también una oportunidad para expresar la esperanza de que el Estado de Israel reconozca formal y oficialmente lo que sabe que ocurrió, el genocidio armenio. No subestimo las razones geopolíticas por las que durante mucho tiempo Israel no lo hizo, cuando tenía relaciones muy cercanas con Turquía, el país de los perpetradores, y era una especie de ancla aislada en una región en la que nadie aceptaba a Israel de vecino. Hoy las circunstancias políticas son distintas. Sea como sea, debe haber también otras consideraciones. El pueblo armenio merece que el Estado del pueblo judío reconozca explícitamente su sufrimiento, como pronunciamiento oficial.

Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(24 de Abril de 2020)

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