Ana Jerozolimski / Directora Semanario Hebreo JAI

Editorial

Israel vive días difíciles. Y no sólo por la pandemia.


Las raíces de los malos números del  Coronavirus en Israel en la segunda ola van más allá de la pandemia misma. La mala situación actual se debe a una combinación de factores: falta de estrategia seria y ordenada para salir del cierre en la primera vuelta, salida apurada y sin criterio responsable , falta de solidaridad social y por sobre todo, una profunda crisis de desconfianza en el gobierno. De esto último, deriva todo lo demás. 

Uno de los problemas principales es la amplia desobediencia de las órdenes impartidas en gran parte del público haredi, o sea ultraortodoxo. No las manifestaciones, como ha alegado el Primer Ministro Netanyahu. 

Los haredim (ultraortodoxos) son la mayoría de los contagiados confirmados. Si bien parte de la explicación radica en las características de su vida en comunidad, de las familias numerosas en una misma casa y la dificultad de aislar a los contagiados a tiempo antes de que contagien a muchos más, gran parte del problema es su decisión explícita de no acatar las normas. Algunos, para no poner en riesgo el estudio de la Torá, otros para no desvirtuar la forma de vida religiosa y la centralidad del gran rabino de cada grupo y otros porque se oponen a las órdenes del Estado. Actuar como una isla que no es parte del país, asegurando que su forma de vida es sagrada, aunque ello ponga en peligro a los demás, es inadmisible. Cabe recordar que luego, todos deben ser atendidos en los mismos hospitales.

El gobierno

Afirmar que los gobernantes no dan buen ejemplo no absuelve a nadie de la obligación de cumplir con su parte para impedir que el virus se propague. Pero es ineludible analizar que el manejo errático, zigzagueante y político de la pandemia por parte del Primer Ministro Biniamin Netanyahu, ha transmitido un muy mal mensaje a la población. Esto, reiteramos, no justifica la desobediencia de las instrucciones impartidas.  Si uno se contagia, no podrá decirle al virus  que la culpa la tiene fulano o mengano. Pero el ambiente en el que todo esto ocurre, es parte de la explicación.

El propio Primer Ministro dijo que muchas veces escuchó opiniones de expertos profesionales en distintos temas pero al final tomó una decisión contraria a lo que recomendaban. Esto, aunque en pandemia, la opinión de los epidemiólogos debe ser central. No se tomó a tiempo medidas que eran claves en localidades ultraortodoxas rojas, por presión de los partidos religiosos. Y por otro lado, se actuó con obsesión para tratar de limitar las manifestaciones, aunque epidemiológicamente no hay punto de comparación entre ambas cosas. 

Pintar a los manifestantes como “anarquistas” y “extrema izquierda” no le agrega puntos  dignos al Primer Ministro. De esas frases salen los carteles opuestos a los manifestantes que dicen “izquierdistas traidores”. De más está decir que así como es legítimo protestar, es legítimo discrepar con los manifestantes. Pero crear un ambiente en el que el concepto de “izquierda” parece sinónimo de traición o de ilegitimidad, es lo que lleva a los varios casos del último sábado de ciudadanos que estaban con banderas o carteles en algún cruce carretero  o alguna plaza, y fueron súbitamente atacados por personas que llegaron y los golpearon. Esto no pasa en un vacío.

Los manifestantes 

La semana pasada fue aprobada una serie de restricciones a las aglomeraciones en general, con énfasis en las manifestaciones, y a los dos días Netanyahu ya quería que se apruebe que eso se mantendría también al terminar el cierre. Y empezó a hablar de cierre o serias restricciones por medio año o hasta un año. Preocupante.

La reacción en el terreno fue precisamente la contraria. Al percibirse claramente que la consideración en la limitación a las manifestaciones era política y no epidemiológica, hubo un estallido impresionante. Dado que no se podía ir de a miles a la calle Balfour donde está la residencia del Primer Ministro , ya que ahora está prohibido manifestar a más de 1 km de donde uno reside, estallaron espontáneamente manifestaciones de protesta en por lo menos 350 focos a lo largo y ancho de Israel. Se estima que por lo menos 150 mil ciudadanos participaron en las mismas. 

En la enorme mayoría de los casos, se respetaron las reglas y todo transcurrió normalmente. En algunos puntos de Tel Aviv, hubo choques muy violentos con la Policía. Casi de más está decir, que las partes se acusan mutuamente por lo sucedido. Lo más preocupante es lo que dijo el ex Inspector General de la Policía Moshe Karadi, hoy ya retirado, citado en el periódico Yediot Ahronot : “Parecería que la Policía actúa más por miedo al nivel político que por miedo a la ley”. 

Moshe Karadi, cuando era Inspector General de la Policía (Foto: Ariel Jerozolimski)

 

Karadi encabeza el Foro de los más altos oficiales de la Policía que ya están jubilados. Agregó: “Cuando el público siente que decisiones operativas de la Policía están relacionadas a la voluntad del poder político, sea o no cierto, se daña la confianza en el cuerpo policial. Los delincuentes no obedecen a la ley ni se ven disuadidos por la Policía. Pero cuando eso ocurre con población normativa, y ocurre ampliamente, me inspira gran preocupación”.

De fondo, está el nombre del Ministro de Seguridad Interna Amir Ohana, considerado un fiel defensor del Primer Ministro Netanyahu, acusado en la opinión pública de ordenar a la Policía dispersar con firmeza las manifestaciones. Él, claro está, sostiene que lo único que ordena es cumplir con la ley. 

Agregamos otro comentario. Consideramos que por el cierre que afecta a todos, también los manifestantes deberían abstenerse de aglomerarse y esperar a semanas más tranquilas para volver a protestar.

 

El problema central: el desacato ultraortodoxo

Lo absolutamente seguro es la presencia desproporcionada de efectivos policiales en la dispersión de algunas de las manifestaciones en Tel Aviv-aún si no todos cumplieron las reglas de distanciamiento y máscaras- en comparación con lo poco que se ha hecho para poner fin a las flagrantes violaciones continuas de dichas reglas en  parte del sector ultraortodoxo. 

Se sabe claramente de sinagogas que permanecen abiertas contrariamente a lo ordenado, de yeshivot (institutos de estudios bíblicos superiores)  que continúan funcionando con cientos de alumnos estudiando pegados prácticamente unos a otros, se sabe de las enormes sucot  (las cabañas que se erigen en la fiesta del mismo nombre que se celebra esta semana en recuerdo de las viviendas temporarias en las que el pueblo hebreo vivió durante los 40 años de travesía en el desierto al salir de Egipto) y el desacato masivo de las limitaciones, pero la intervención policial ha sido mínima. Y cuando el domingo de noche llegaron al fin numerosos efectivos policiales al barrio Mea Shearim de Jerusalem y a la ciudad de Bnei Brak a cerrar lugares en los que había aglomeraciones peligrosas, fueron atacados a pedradas y de otras formas por habitantes locales. Luego hubo numerosas denuncias de habitantes en dichas zonas sobre violencia policial. Cada caso deberá ser investigado.

Pero aunque rechazamos todo incidente de violencia policial fuera de lugar, el problema de fondo es que durante mucho tiempo, décadas, se actuó con exagerada permisividad respecto a parte del sector ultraortodoxo que parece vivir en un país aparte. Recalcamos que no generalizamos, y no sólo sobre su actitud en la pandemia. Hay sectores que respetan en forma absoluta. Y en cuanto a la vida en general, hay por cierto quienes trabajan, algunos que hacen el servicio militar (en muy pequeños números en comparación con el resto de la población)  y aportan a la sociedad, además de numerosas iniciativas solidarias y voluntarias de ciudadanos del sector haredi que aportan a la sociedad en general. Pero gran parte de dicho sector actúa de otra forma y eso impone una carga enorme al resto de la población. Todo, por el hecho que hay partidos ultraortodoxos en la política, en la coalición. Esa es la fuente de muchos males.

Y ahora, cuando en tiempos de pandemia es notorio que el creer que pueden vivir sin tomar en cuenta que son parte de una sociedad, tiene resultados letales.

 

Entre diversidad y cismas

Tratamos de describir lo que ha estado ocurriendo estos días, y sentimos un nudo en la garganta. 

No es secreto que la población es heterogénea.  Es legítimo que haya diferentes formas de pensar, de encarar la vida y de ver al país. Pero para  que la sociedad funcione debidamente, es imperioso que todos sean solidarios. Y lo más urgente es que el gobierno cambie de rumbo, que actúe de modo que inspire confianza en la población.

Tras varios casos de asesores de Netanyahu que violaron la cuarentena en la que debían estar sin que el Primer Ministro diga nada, al menos no públicamente, se agregó un nuevo ejemplo, reportado este lunes: la Ministra Guila Gamlilel del Likud, que ya ayer se informó contrajo Covid-19, se contagió al parecer en Iom Kipur, al haber ido a rezar en una sinagoga en Tiberíades en la que el rabino es su suegro. Ella vive en Tel Aviv, ubicadapor cierto a mucho más de un kilómetro de Tiberíades, distancia que debía respetar.

Ella aún no ha comentado la información.Lo claro es que así no se puede seguir.

Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(5 de Octubre de 2020)

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