Ana Jerozolimski / Directora Semanario Hebreo JAI

Editorial

Es horrible, tengo miedo


“Es horrible lo que está pasando en el país. Tengo miedo”.

Este mensaje me lo mandó una joven muy querida, centrada, moderada, siempre con una mirada criteriosa y certera a la realidad que la rodea, en todo sentido.

No estaba hablando del terrorismo que acecha constantemente tratando de matar israelíes. Y por cierto, no porque no sepa que es un peligro, aún en medio de una sociedad resiliente como la israelí. Si sólo en febrero han sido asesinados 14 israelíes en atentados terroristas, también esta joven tiene clara su amenaza.

Pero en su mensaje, se refería a otra cosa. A una situación que hace mucho no se ve. En realidad, una situación sin precedentes. La más seria crisis que vive Israel desde su independencia, afirman algunos, sin olvidar el gran estremecimiento que significó la guerra de Iom Kipur.

Mientras ella escribía, afuera, no lejos de su oficina, en un cruce central en Tel Aviv, manifestantes contra la reforma chocaban violentamente con policías. Como suele suceder, ambas partes se acusaban mutuamente por la violencia. No podemos dar testimonio presencial de ello ya que no estuvimos allí. Pero la angustia no es poca.

Por un lado, el muy polémico plan de reforma judicial, que muchos consideran una revolución contra el Estado de Derecho en Israel, contra su condición de Estado judío y democrático.

Y la sensación que los llamados al diálogo caen en saco roto.

El Primer Ministro Netanyahu sostiene que está dispuesto al diálogo, pero no acepta frenar en absoluto la tromba de la legislación que va avanzando, aunque está clarísimo que una mayoría de la población se opone, también muchos ciudadanos que lo votaron a él, diciendo que no es esto lo que se les anunció al hablar de la necesidad de reformas en el sistema judicial. Reformas por todo lo que debe ser corregido, sí. No un plan que pretende dar al gobierno poder ilimitado que nadie pueda controlar.

Por otro, la sensación que la oposición parlamentaria no se maneja debidamente. Preferimos el estilo de Beni Gantz, jefe de “Hamajané Hamamlajtí” (La unión nacional), ex ministro de Defensa en el gobierno de Yair Lapid, por sobre el del propio Lapid. Menos incendiario pero no por ello menos firme.

Tampoco nos gustan algunos exabruptos en las protestas contra la reforma, por más justificadas que sean las protestas mismas. Justificadas y necesarias. Ni algunos de sus carteles y declaraciones. Pasa en todas las manifestaciones, en todo el mundo libre: no se puede controlar a todos.

El incidente de la peluquería de Sara Netanyahu fue una reverenda estupidez absolutamente contraproducente. Miles de personas rodearon la zona de la peluquería en la que estaba la esposa del Primer Ministro cortándose el cabello en Kikár Hamediná en Tel Aviv, gritando contra ella. Más allá de las bromas que circularon sobre para qué tenía que ir a una peluquería en una zona cara de Tel Aviv si vive en Jerusalem, fue un incidente serio que estuvo de más. Sara pudo salir de la peluquería después de largo rato, tras la intervención de cientos de policías, algunos a caballo, que dispersaron a la multitud.

¿A quién se le ocurrió semejante idiotez? ¿Qué podía aportar a la lucha contra la reforma, a la imagen limpia y cuerda de la protesta? A nuestro criterio, nada. Dirán muchos que Sara también es un símbolo de la problemática del gobierno de Netanyahu, dado que interviene activamente en nombramientos e interfiere en temas de Estado. Lo dijeron testigos presenciales, no es invento nuestro. Eso también tiene un precio, ya que deja de ser totalmente una persona particular. Aun así, ese incidente alrededor de la peluquería estaba totalmente de más.

“Es horrible lo que está pasando en el país. Tengo miedo”, decía el mensaje.

Y a mí también me da miedo cuando leo a un ministro, un extremista indigno de ser parte del gobierno del Estado judío, que tanto costó construir, diciendo que “la aldea Hawara debe ser borrada, y lo debe hacer Israel”. Que el terrorista de Hawara que mató días atrás a los hermanos Halel y Yagel Yaniv merecería no tener un día más de aire , es indudable. Entre eso y “borrar” su aldea, hay una distancia sideral.

Y me subleva que el Primer Ministro, aunque tenga razón en que también la protesta democrática debe respetar ciertos límites, haya comparado a aquellos manifestantes en Tel Aviv que chocaron violentamente con la Policía –alegando cada parte que el otro tiene la culpa – con los que vandalizaron  días atrás la aldea Hawara, tomando la ley en sus manos y quemando casas y coches de palestinos no involucrados en terrorismo, porque querían vengar el doble asesinato de los hermanos Yaniv.

Cuando se anunció que Netanyahu hablaría a la nación a las 20.10, tuve por un rato la esperanza de ver nuevamente al Netanyahu responsable de antes, el que ponía el interés del país en primer lugar, aquel que fue un gran Primer Ministro durante mucho tiempo. Hoy, lamentablemente, creo que la crisis en la que está sumida Israel se debe en gran medida a que él no supo comprender que debía retirarse y no arrastrar al país a su lucha por mostrar su inocencia en los juicios de sospechas de corrupción hoy en curso. Eso está detrás del oscuro escenario actual.

Aún no es tarde.

Escucho a aquellos que dicen que habrá guerra civil, y sigo pensando que están hablando de otra galaxia. En Israel, no. Y no porque a los judíos les falte energía. Ya la han tenido milenios atrás. En Israel no, porque nadie puede darse el lujo de arriesgar así el destino del pueblo judío y su estado judío y democrático- aún – en su tierra ancestral. Nadie tiene el derecho de hacerlo.

Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(1 de Marzo de 2023)

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