Entre pecados y odios
Aunque son varios los hechos fatídicos en la historia judía que recordamos en el noveno día del mes de Av del calendario hebreo, nada más identificado con este día de duelo y ayuno que la destrucción de los dos Templos sagrados. El primero, construido por el Rey Salomón, destruido en el año 586 AC, a manos de los babilonios, y el segundo, construido por Herodes, destruido en el año 70, por los romanos.
¿Por qué?, podemos preguntar. Y la respuesta más conocida, que casi automáticamente surge cuando se pregunta por qué fue destruido el Beit HaMikdash, es “por odio gratuito”.
Pero eso fue en el segundo. ¿Y el primero? Por idolatría, incesto y derramamiento de sangre. Suena terrible. Pecados abominables. Pero entonces…¿por qué el pueblo judío recibió la oportunidad de construir un Segundo Templo después de crímenes tan horrorosos pero después de la destrucción de ese segundo Templo ya no hubo un tercero?
Me interrumpo a mí misma con una aclaración de fondo: no me cuento entre quienes sueñan con la construcción del Tercer Templo, pero sí entiendo que para judíos religiosos, ello sería señal de acercamiento a la redención y de gracia divina.
Escuché un análisis profundo del Rabino Shai Piron, ex Ministro de Educación de Israel, un judío devoto y liberal, una figura muy interesante. Explicó que los pecados antes mencionados derivan de odio por actitudes determinadas del prójimo, mientras que el “odio gratuito” no es por algo que haya sucedido sino por lo que uno es. De derecha, de izquierda, blanco, negro, religioso, laico, homosexual, heterosexual…lo que sea. Y cada uno tiene un “otro”.
Ser consciente del peligro que ello supone, no requiere tener un Templo que se pueda destruir. El Estado mismo es el Templo del pueblo judío renacido en su tierra. Paralelamente a las impresionantes expresiones de unión y solidaridad que la ciudadanía israelí sabe mostrar en numerosas ocasiones, hay una profunda división, numerosas discrepancias y-lo más preocupante- formas inaceptables de expresarlas.
O sea, discrepancias, más que legítimas. Distintas formas de ver las cosas, hasta se considera que eso es sano para cualquier sociedad normal. Pero ver en quien piensa distinto casi a un enemigo, es un camino seguro hacia el desastre.
Casi de más está decir que no se puede generalizar. Nos referimos a expresiones extremas, no al promedio de la sociedad. En Israel hay incontables iniciativas de diálogo que cruzan fronteras comunitarias y afiliaciones políticas. Pero hay también una creciente radicalización en la discusión pública, con voces en el oficialismo o quienes le apoyan, que presentan a la izquierda como traidores a la patria, y voces en la izquierda para las que toda expresión conservadora es fascista o peor aún.
Las palabras tienen mucha fuerza. La demonización del otro es un peligro. Y aquí entra la responsabilidad del liderazgo, tanto el oficial como el opositor. También la debía haber tenido el liderazgo de entonces, antes de la destrucción del Templo, que evidentemente no manejó las cosas debidamente.
Faltan poco más de dos meses para las elecciones en Israel. Es legítimo, sí, sentir que el destino del país depende de lo que pase en las urnas. Para cada campo, si gana el otro es una catástrofe. Ambos deben recordar que independientemente del resultado, la catástrofe puede comenzar ya antes….en las redes sociales, en los mensajes en los medios, en lo que se escribe y ya no se puede cancelar.
Los últimos días, en los que por un lado es asesinado un joven estudiante de yeshiva pocos días antes de cumplir 19 años, por dos terroristas palestinos, y por otro se frustra a tiempo un atentado de gran envergadura en el sur de Israel, días en los que el Servicio de Seguridad confirma que en lo que va del año fueron desbaratados a tiempo más de 300 atentados muy importantes, dejan en claro que a ojos del enemigo, somos todos iguales. No preguntan a nadie por quién vota al intentar matar.
Recordémoslo. Especialmente en Tishá BeAv.
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(10 de Agosto de 2019)
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