Nos es familiar el dicho “dos judíos tres opiniones”, que expresa graciosamente la diversidad de pareceres e ideas entre los miembros de la tribu.
Tal vez esta predisposición nos viene de lejos, como grabada en nuestro ADN colectivo.
No es por casualidad que, históricamente, el judaísmo ha alentado una proverbial “cultura del debate”, un modelo que ha perdurado a través de los siglos. La misma ha producido frutos monumentales de pensamiento y sabiduría tales como el Talmud y las obras rabínicas posteriores.
Al respecto encontramos en Pirkei Avot o Tratado de los Principios, una cita clásica:
“Toda controversia en nombre de un ideal tendrá valor permanente, pero aquella que no es de tal índole está condenada a desaparecer. Una disputa movida por un ideal fue la de Hilel con Shamai mientras que la de Kóraj y sus secuaces es la opusta”. (ver Num. Caps. 16 y 17). Avot V:20
El sabio destaca la motivación como la clave para evaluar el carácter y los resultados de la discusión. Si la misma está basada en intenciones puras y sinceras, en aras de un ideal como la justicia o la verdad (literalmente: “leshem shamaim”, en nombre del Cielo), ella conduce a la ampliación de horizontes del intelecto en función de una mejor comprensión del tema en cuestión. En este caso ideal la discusión se realiza en un ambiente de respeto y camaradería, pues cada parte reconoce que no es dueño de la verdad, que es bueno confrontar su opinión con la del otro que es tan válida como la suya y que a la postre del debate saldrá la luz.
Por el contrario, una controversia animada por afán de gloria, reputación y poder resultará finalmente efímera.
La discusión académica entre dos grandes sabios del siglo I- Hilel y Shamai y sus respectivos continuadores- representa el paradigma del debate franco, marcado por la honestidad intelectual. Su debate era esencialmente “ideológico”, unos se inclinaban hacia la severidad, los otros hacia la moderación. A pesar de la vehemencia y el apasionamiento propio de la confrontación de ideas, su relación personal no se vio afectada ni se distanciaron socialmente entre sí. Por el contrario, ellos supieron preservar la amistad y el respeto recíproco, como relata el Talmud: “Los hijos de unos no dejaron de casarse con los del otro, tal como está escrito en el libro del profeta Zacarías: “Por lo tanto amad la verdad y la paz”. Iebamot 14a.
En otro conocido pasaje el Talmud narra lo siguiente:
Durante tres años estuvieron discutiendo los discípulos de la escuela de Shamai y los de la escuela de Hilel: Cada uno de ellos opinaba que la halajá o ley debía decidirse según su respectivo punto de vista. Hasta que una voz celestial declaró que “eilu veeilu divrei Elohim jaim”, tanto unos como otros representan el sentido verdadero de las palabras del Dios viviente contenidas en la Torá. Eurubin 13 b.
En contraposición a esta imagen idílica de argumentación constructiva, emerge la figura de Kóraj, como ejemplo de divisionismo y discordia.
Kóraj era uno de los líderes levitas en el desierto, que, en lugar de valorar su posición, prefirió desafiar el liderazgo de Moisés y de Aarón e intentó rebelarse y formar un liderazgo alternativo.
Sobre el versículo: “Y tomó Kóraj” (Num. 16:1) escribe Rashi: “se tomó a sí mismo”, él quería para si el poder a expensas de otros, y no vaciló en desacreditar a los líderes de su generación para ese fin. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. Como dicen los sabios:” Quien persigue la grandeza, ésta se le escapa de las manos” Eirubin 13B.
Ellos también señalan que, aunque una de las partes de la controversia tenga motivos egoístas, la misma no tendrá valor permanente; ello ocurre únicamente cuando existe un propósito común. En el caso de Hilel y Shamai la intención de ambos era la de fortificar las bases del judaísmo, y por ello sus empeños resultaron tan fecundos.
Creo que esta enseñanza de Avot es particularmente relevante para nuestros días.
La discordia entre los diversos grupos, ortodoxos, conservadores, reformistas y seculares conspira sin duda contra la unidad del pueblo judío. La milenaria historia de la nación da cuenta de las consecuencias nefastas de este hecho en el pasado.
¿Es posible imaginarse un escenario ideal de diálogo y cooperación entre ellos a pesar de las diferencias de ideología?
Rabino Daniel Kripper
Es autor de “Virtudes Capitales”, que es un comentario sobre Pirkei Avot, ahora en edición digital y “Vivir con Mayúscula”.
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