Me cansé de los deseos de fin de año, también de los balances con saldo negativo. Todos los años agarraba una planilla excel y hacía dos columnas, en una anotaba los propósitos del año anterior y en la otra los que había cumplido.
¡Qué porquería! Y al final qué pasó? Pensar que fin de año era la peor etapa del año, que solo que servía era para engordar y repetir y repetir lo que no cumpliría, así viviera 120 años.
Este año, en cada despedida, levanté las copas al brindar y no pedí ningún deseo. Pasé la última semana del año mirando el puerto de Piriápolis como si fuera lo último que hiciese en la vida y disfruté cada segundo.
Me compré alguna botellita de Don Pasqual blanco y me senté sola en el balcón en una semi oscuridad, solo alumbrada por las luces de los barcos y gocé cada sorbo de ese vino maravilloso.
La frase “Año nuevo, vida nueva”, nunca más adecuada que para mí en este 2019. La vida no es nueva, sigo con mis kilos de más en los lugares que no los quiero tener, con mi familia, en la misma casa, pero algo cambió.
No sé cómo pasó. No medité, no fui a ningún gurú espiritual y falté a todas las sesiones de terapia de diciembre. Pero sucedió. Me harté de pensar que mi vida es una porquería y comencé a agradecer por cada atardecer, cada retuit, cada helado del Faro de Piriapolis. No postee los atardeceres en facebook sino en el alma.
Comí ceviche de brótola casero mientras miraba el mar. Si después de eso, no hago un click, ¿qué necesito para hacerlo?
Me bañé tanto rato en piscinas que mis dedos se arrugaron. Tomé una caipiriña adentro del agua. Vi los Reyes Magos a caballo pasear delante de mí. Sí, les creí, eran ellos. Me trajeron buena vibra sin hacer yoga. Es más, fui a un hotel que había una clase de yoga y no fui. Preferí estar tirada en una reposera sin hacer nada. No busqué el bienestar, vino a mí solo, como si le hubiera mandado un whatsapp a Dios y le hubiera dicho que se dejara de molestarme y fuera a molestar a otra persona. Hablé con Dios y difruté de la semana con más sol de este verano.
No leí en estos días a Frankl, solo le encontré el sentido a la vida.