Mundo Judío

La teoría conspirativa antisemita que une a izquierda, derecha y supremacistas

Por Cécile Dénot  @gordameir en twitter, la reina sionista

El pasado martes 10 de diciembre en Jersey City, Estados Unidos, dos personas armadas ingresaron a una tienda de productos kosher, abrieron fuego contra los presentes y luego se tirotearon con la policía, dejando un saldo de 6 personas muertas, entre ellas los atacantes. Uno de los asesinos, David Anderson, era un seguidor del movimiento Black Hebrew Israelites -un grupo de odio afroamericano que hace proselitismo antisemita en las calles- y había hecho decenas de publicaciones en las redes sociales contra la policía y los judíos. En una de ellas, al respecto de un video sobre el asesinato de Alton Sterling en 2016 en Baton Rouge, Luisiana, afirmaba que los judíos estaban usando a la policía para “llevar a cabo una agenda bien planificada contra los negros”.

 

Resulta importante detenerse en esta idea porque está lejos de ser una locura aislada que se le ocurrió a Anderson o que sólo piensan grupos extremistas como los Black Hebrew Israelites: el libelo antisemita acerca de que Israel entrena a la policía estadounidense para violentar civiles apareció en los años 90 en la extrema derecha de la mano del conspiracionista Lyndon Larouche, quien publicó en 1992 un folleto de 150 páginas dedicado por completo a atacar a la Liga Anti-Difamación (ADL), una ONG judía americana que lucha contra el antisemitismo. Además de acusar a la ADL de ser responsable de la drogadicción en Estados Unidos, el folleto indicaba que esta organización había “patrocinado media docena de viajes a Israel para jefes de policía locales, alguaciles y directores de seguridad pública” donde “el trato brutal del gobierno israelí a los palestinos es tomado como modelo para tratar con manifestantes”. Lejos de permanecer un discurso panfletario asociado a grupos marginales de ultraderecha, hoy esta narrativa conspirativa se abre paso en los círculos progresistas de Estados Unidos, los cuales vienen haciendo un esfuerzo creciente para vincular a los afroamericanos con los palestinos y la violencia policial con los judíos e Israel. La primer señal de peso de este fenómeno fue una campaña lanzada tras el asesinato del joven negro Michael Brown a manos de un policía en 2014 en la ciudad de Ferguson donde mediante el eslogan “cuando los veo a ellos (los palestinos) nos veo a nosotros (los afroamericanos)” se buscaba instalar que ambas comunidades tenían un destino compartido. Posteriormente, la organización Movement for Black Lives, afiliada al movimiento Black Lives Matter (el principal grupo de protesta contra el racismo policial) publicó en 2015 una Declaración de Solidaridad Negra con Palestina donde se asegura que existen “conexiones entre la situación de los palestinos y los negros (en Estados Unidos)” ya que “hemos sido testigos de la policía y los soldados de los dos países entrenándose uno al lado del otro”. Por su parte, el grupo Students for Justice in Palestine (SJP) de la Universidad de Nueva York, afirmó, también frente a la muerte de Alton Sterling, que “muchos departamentos de policía de USA entrenan con el ejército israelí” y que “las mismas fuerzas detrás del genocidio de los negros en Estados Unidos están detrás del genocidio de los palestinos” todo lo cual significa que “la liberación palestina y la liberación negra van juntas”.

Pero el momento bisagra que terminaría de consolidar esta retórica dentro de la izquierda americana ocurriría en 2017 cuando Jewish Voice for Peace (JVP, Voz Judía para la Paz), un grupo antisionista fundado en 1996, lanzó “Deadly Exchange” (Intercambio Mortal), una campaña que acusa específicamente a cinco organizaciones de la vida judía americana, a saber, la Liga Anti-Difamación (ADL), el Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí (AIPAC), el Instituto Judío para Asuntos de Seguridad Nacional (JINSA), el Comité Judío Americano (AJC) y Taglit-Birthright Israel, de conspirar deliberadamente para dañar minorías raciales. Según JVP, como estos grupos han organizado programas de entrenamiento conjunto entre policías americanos e israelíes, son cómplices de fomentar “intercambios mortales” donde los oficiales comparten consejos que “amplían la vigilancia policial discriminatoria y represiva en ambos países”, incluidos los disparos policiales fatales de afroamericanos y los “asesinatos extrajudiciales de palestinos” en el West Bank por parte de la policía israelí. Las coincidencias del progresismo actual con el discurso de los antiguos panfletos de derecha no terminan allí: en aquellos Larouche le declaró también la guerra al “al lobby judío” y, especialmente, “a la Liga Anti-Difamación” ya que, según él, busca limitar la libertad de expresión. Hoy, la izquierda antisionista acusa a esa misma organización de intentar “silenciar a las comunidades de color” y “llorar antisemitismo” cuando alguien critica a Israel. Sin ir más lejos, JVP compartió en sus redes sociales un artículo contra la ADL publicado por la American Free Press…. una publicación supremacista blanca. Más tarde lo eliminaron y pidieron disculpas, pero la sede de JVP de Washington DC publicó el mismo artículo al día siguiente. Ambos pueden haber sido errores honestos, pero son demasiadas casualidades.

Entonces, para recapitular: una organización antisionista de izquierda convirtió en campaña oficial eslóganes antisemitas conspirativos antaño de ultraderecha para instalar en la opinión pública progresista de Estados Unidos la idea de que Israel es un opresor global de minorías raciales y, en parte, la fuente de la violencia que enfrentan estos grupos. Una vez que “prende” esta narrativa, no es muy difícil comenzar a culpar a los sionistas de ser cómplices de esta opresión racial (de hecho, Naomi Dann, de JVP, afirmó que el sionismo es similar al supremacismo blanco) y sugerir que, si a uno le preocupa la brutalidad policial, es necesario odiar a Israel y denunciar a sus partidarios.

Lamentablemente, estas ideas han estado ganando terreno en las universidades estadounidenses: además de JVP y SVP, múltiples organizaciones antiisraelíes de ese país como US Campaign for Palestinian Rights, Adalah-NY, International Solidarity Movement-Palestine y American Friends Service Committee, han estado publicitando la campaña Deadly Exchange con sus miembros a través de sus sitios web y redes sociales. En la Universidad de Tufts, en Massachusetts, aparecieron en febrero pasado carteles que reproducían dibujos de cerdos vestidos con uniformes de policía donde se incluía un llamado a “Palestina libre” y a “destruir las fuerzas del apartheid israelí y los cerdos americanos que lo financian”.

Además, en varias ciudades se han formado grupos que presionan a los gobiernos municipales para que pongan fin a la participación de fuerzas locales en capacitaciones contra el terrorismo en Israel y algunos ya están cediendo: por ejemplo, Durham, Carolina del Norte, ha alineado su política policial con la agenda de Deadly Exchange. Incluso figuras de relevancia dentro de la izquierda han comenzado a repetir este discurso: las líderes de la Women’s March, Tamika Mallory y Linda Sarsour, criticaron a la ADL haciendo alusión a Deadly Exchange y Marc Lamont Hill, el docente y comentarista político de CNN recientemente despedido por antisemitismo, explicó que consideraba apropiado enfocarse en el conflicto de Medio Oriente para abordar las luchas de las minorías raciales en Estados Unidos dado que “la policía de la ciudad de Nueva York nos está matando, pero las fuerzas de seguridad israelíes la están entrenando”.

Pero, además, en los últimos años, el discurso de “Deadly Exchange” ha traspasado las fronteras americanas y ha empezado a circular en los círculos de izquierda de América latina. El 15 de diciembre de 2017, frente a los graves incidentes que se produjeron en la Ciudad de Buenos Aires a raíz del debate de una reforma previsional en el Congreso, Adolfo Pérez Esquivel, quien en 1980 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su activismo contra las dictaduras militares en la región, aseguró que el accionar de la policía en dichos eventos había sido aprendido en entrenamientos conjuntos con Israel en “territorio palestino” con ayuda de “la Mossad” (sic). Esquivel además aseguró que las fuerzas de seguridad locales “están montando un aparato represivo con las Fuerzas Armadas israelitas” (sic).

Por otra parte, Benjamín Zinevich, en una nota para el diario The Independent, afirmó que “tácticas israelíes” se han estado utilizando contra civiles chilenos en las protestas que estallaron en octubre pasado en el país transandino. Dicho artículo asegura que el ejército israelí ha desarrollado en los últimos años una táctica para “mutilar a los manifestantes palestinos en lugar de matarlos” algo que estaría replicando la policía chilena dado que, dice el autor, una mujer recibió un disparo en el muslo y un hombre otro en la pierna.

En una entrevista que le realizaron en 2015, el escritor francés Michel Houellebecq consideró que el antisemitismo no tiene que ver con el racismo ya que nadie ataca a los judíos por su apariencia o su forma de vida judía, sino que es lisa y llanamente una teoría de la conspiración: para el antisemita los judíos son personajes que actúan en las sombras, conspiran constantemente contra todo y todos salvo contra ellos mismos y son responsables de toda la infelicidad en el mundo. Así, si algo está yendo mal, es por los judíos, por los bancos judíos, por las organizaciones judías o por el Estado judío.

Este tipo de “razonamiento”, que en este caso une a figuras de ideologías tan diversas como Larouche, Pérez Esquivel, JVP, Tamika Mallory, Linda Sarsour, Benjamín Zinevich y el asesino de Jersey City, es básicamente el siguiente: la policía mata afroamericanos y reprime → la policía hace entrenamientos conjuntos con su par de Israel → Israel -o “los judíos”- les enseñó a matar afroamericanos y a reprimir. Poco importa que en realidad los programas de intercambio policial que realizan fuerzas americanas, argentinas y chilenas con Israel giren alrededor del aprendizaje de estrategias para enfrentar el terrorismo y lidiar con situaciones de emergencia con muchas bajas, áreas en las que Israel tiene experiencia. Tampoco que quienes participen en ellos sean oficiales militares o policiales de alto rango y no simple tropa que pueda llegar a estar encargada de reprimir multitudes o combatir el crimen callejero. Mucho menos que también se realicen entrenamientos con varios otros países. Ni siquiera que la opresión y el racismo que sufren los estadounidenses negros por parte de la policía y la represión y el gatillo fácil en América Latina sean fenómenos bastante anteriores a la fundación del Estado de Israel o de la toma del West Bank por parte de este. La evidencia no tiene mucha importancia para los que promueven estas campañas y libelos ya que la esencia del antisemitismo, como bien dijo Houellebecq, es justamente esa: la obsesión conspirativa de que si existe un problema entonces los judíos -hoy “sionistas”- están detrás del mismo.

Las preocupaciones sobre la brutalidad policial en los Estados Unidos, Argentina o Chile son legítimas. Sin embargo, el activismo antisraelí, con estas estrategias, busca borrar la historia de esta violencia en dichos países, muy anterior a la existencia de Israel, y exportar la culpabilidad hacia el Estado judío y sus partidarios, todo para servir a su propia agenda. Así, en lugar de promover una necesaria y honesta discusión sobre las raíces de los abusos de las fuerzas de seguridad contra las minorías, JVP y compañía “secuestran” las causas raciales y los discursos progresistas para ponerlos al servicio de su agenda antisemita. Como resultado, no hacen absolutamente nada para resolver el conflicto sino más bien lo contrario dado que desvían atención, recursos y esfuerzos que podrían estar destinados a ello a la promoción de sus intereses y hasta bloquean iniciativas que podrían mejorar la situación. Por ejemplo, algunos de los principales problemas en las fuerzas policiales americanas son la representación insuficiente de las minorías en sus filas, las prácticas discriminatorias de contratación y las acciones coercitivas, áreas en las que Israel ha logrado avances significativos, tanto en la vigilancia comunitaria como en la diversidad, a través de campañas de reclutamiento de árabes, mujeres y otros grupos. Entonces, los intercambios entre oficiales de alto rango estadounidenses con sus pares de Israel podrían ayudar a resolver estos desafíos, no a empeorarlos, por lo que los activistas de la izquierda antisionista que dedican su tiempo y esfuerzo en presionar a gobiernos municipales para prohibirlos demuestran lo poco que les importan en realidad las minorías raciales violentadas por la policía.

Antaño, algunas comunidades cristianas culpaban a los judíos de plagas, envenenamientos y asesinatos. Luego, los nazis vieron en los judíos la razón del fracaso económico alemán. Hoy, los activistas antisionistas ven una “mano judía” en la brutalidad policial. Hay tanta evidencia de que los policías que matan afroamericanos y reprimen argentinos y chilenos aprendieron a hacerlo en Israel como la hay de que los judíos usaban sangre de niños cristianos para fabricar matza. Pero para la lógica retorcida de la mente antisemita no hay límites: de hecho, SJP en una oportunidad culpó al sionismo por el aumento de la matrícula de la Universidad de Nueva York. Y el discurso prende porque, como se vio, si hay algo que los une a todos, a los supremacistas blancos, a los Black Hebrew Israelites, a la derecha y a la izquierda, es su obsesión por culpar a las sombrías fuerzas judías de todos los problemas sociales sistémicos y de gran alcance. Mientras esto siga siendo así, no sólo seguirán muriendo jóvenes negros a manos de la policía, sino que además seguirán muriendo judíos en locales kosher de Jersey City a manos de quienes los creen culpables de lo primero.

 

 

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