Por Rabino Shemtov
Cuentan de un asteroide que venía rumbo al planeta tierra cuyo impacto iba a provocar grandes inundaciones y ciudades enteras iban a encontrarse bajo agua. Según los pronósticos, quedaban apenas diez días hasta el golpe. Todos los líderes y opinólogos salieron con sus consejos. “¡Arrepiéntanse antes de que sea tarde!” clamaban algunos. ¡Aprovechen la oportunidad para disfrutar de aquello para lo cual no tenían tiempo!” dijeron otros. El Rabino principal de la ciudad más grande convocó a todos los integrantes de su comunidad y les dijo: “Estimados hermanos y hermanas: ¡Tenemos apenas diez días para aprender a vivir bajo agua!”
Hay muchas voces diferentes que uno escucha estos días a raíz de la pandemia. Voces de cordura y tranquilidad, voces de ansiedad y pánico, voces que buscan “explicar” a qué se debe semejante castigo, voces prácticas que dan consejos en cuanto a cómo aprovechar el tiempo en cuarentena, etc.
En mayor o menor grado reina una gran incertidumbre.
La incertidumbre que reina en todos los niveles de la vida a raíz del coronavirus es sin precedente. Las calles desiertas. Las escuelas, shoppings, cines y estadios vacíos. Hasta las sinagogas, también, se ven obligadas a cerrar sus puertas por ahora. Y no es para menos. ¿Cómo puede uno saber si la persona con quien está hablando no está infectada? ¿Cómo puede uno mismo saber si no está infectado, dado que puede demorar semanas hasta que los síntomas se manifiesten? ¿Cómo sé quién tocó la manija de esa puerta? No es una cuestión de paranoia, sino de prudencia. Dicen por ahí que cualquier medida que se tome antes de una pandemia parecerá exagerada; cualquier medida que se tome después parecerá insuficiente.
Confío en que cuando salga publicado este número de Késher, el coronavirus será un capítulo cerrado de la historia, habiéndose descubierto la manera de prevenir y/o curarlo, completando así su ciclo.
No soy médico como para opinar en cuanto a qué medidas hay que tomar más allá de lo que indican las autoridades gubernamentales de cada país. Tampoco soy autoridad espiritual de la talla de poder interpretar a qué se debe semejante “sacudón”. La formación que tuve como también mi experiencia de vida personal me llevan a buscar en cada experiencia alguna enseñanza. Lo mismo busco en esta experiencia que nos toca a todos. Sería una pena si no extrajéramos lecciones que nos sigan sirviendo en la vida cotidiana aun mucho después de que el coronavirus sea una memoria distante.
Comparto aquí algunas de las lecciones que saqué en limpio.
1. Agradecimiento. Todos los días agradecemos a Di-s por las cosas de la vida que nos funcionan a tal punto que a veces no prestamos mucha atención a lo que estamos diciendo. Las tomamos por sentado. Sin duda, después que pase la pandemia, sabremos valorar las cosas sencillas de la vida como por ejemplo poder abrir la puerta de casa o de la heladera sin necesidad de desinfectar la manija antes de tocarla o desinfectar las manos después. Y ¿poder hablar con la gente cara a cara?
2. El valor del individuo. Hay quienes ven en la pandemia una muestra de cuán impotentes somos los seres humanos. “Pensamos que controlamos todo y ahora vemos que no es así.” Yo saqué una conclusión opuesta y —a mi entender— mucho más importante: el poder del individuo. Fue por la conducta de una sola persona que la humanidad entera se ve afectada. De hecho, Maimónides[1] nos alertó de ese equilibrio frágil del mundo hace siglos, basándose en el Talmud[2] que nos dijo lo mismo hace milenios: Uno siempre debe verse a sí mismo como también al mundo entero equilibrado entre el bien y el mal. Con una sola buena acción [palabra o pensamiento] puede cambiar su equilibrio y consecuentemente el del mundo entero para bien y traer para sí y para ellos redención y salvación. El Rebe solía citar dicho dictamen para enfatizar el valor de cada pensamiento palabra y acción de cada ser humano. Durante milenios parecía ser una exageración decir que una sola persona puede impactar al mundo entero. Hoy ya vemos que no es ninguna exageración. Conclusión: Si una sola persona puede tener un efecto negativo en absolutamente toda la humanidad, cuánto más cuando de algo positivo se trata.
3. El valor de la opinión experta. Una de las cosas más buscadas, más allá de máscaras y gel, es la palabra experta. No es momento para mucha “democracia”. No podemos “votar” qué es lo que la mayoría de la gente quiere o no hacer. No podemos permitir al infectado salir a pasear entre la gente dado que “es su vida y puede hacer con ella lo que se le antoje”. El derecho a diagnosticar y determinar las medidas a tomar tanto para protegerse uno como para proteger a los demás está en manos de los expertos en la materia. Puede haber diferencias entre los expertos, pero quien no es experto no se atrevería a contradecirlos. Máximo puede preguntar y pedir aclaraciones sobre sus posturas. No todas las “verdades” son verdades y no todas las verdades son relativas. Lo mismo sucede en cuanto al judaísmo: hay códigos, protocolos y expertos quienes tienen el derecho a opinar y el derecho a discutir entre ellos mismo. El que no tiene la formación adecuada tiene dos opciones: estudiar como para poder tener la capacidad de opinar o confiar en los que ya lo hicieron.
4. No sobreestimarse. Una de las preocupaciones predominantes durante la pandemia es saber de qué manera se transmite el virus y por ende cómo evitar la contaminación y cómo cortar su propagación. Hay que acudir a expertos ya que es algo que uno no puede ver con el ojo. Lo mismo sucede en cuanto a muchas normas en el judaísmo como las de pureza e impureza y Kashrut. Decir que son normas irrelevantes dado que no son visibles, ya es un argumento que no es de recibo. Los que pensaron así en cuanto al coronavirus, creyéndose libres de contaminación por no ver ningún síntoma, aunque no haya brotado nada y nunca lo hará, seguramente lograron infectar a otros y dieron una buena mano para que se propague. Lección: no juzgues las cosas únicamente en base a lo que tu puedes ver con el ojo físico.
5. No subestimarse. Suele suceder que cuando uno se esfuerza para hacer un acto de bien, se cuestiona en cuanto al efecto que pudo haber tenido al no ver resultados inmediatos. El coronavirus nos enseña que un pequeño contacto puede tener un gran impacto, aunque uno lo ve recién más tarde. Hay que hacer el máximo esfuerzo para hacer el bien y luego rezar a Di-s para que corone a nuestros esfuerzos con éxito.
Con los mejores deseos por Pésaj Kasher Vesaméaj, lograr liberarnos de toda contaminación física y espiritual,
Eliezer Shemtov
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1. Mishné Torá, Teshuvá 3:4
2. Kidushin 40b