Cuarentena me suena a cuarenta. Soy protagonista de una película de ciencia ficción con mucho papel higiénico en la despensa. También compré vino blanco, 20 paquetes de 50 gramos de frutos secos, papas chips con sal marina, camembert con pimienta, hasta me atreví a poner en el carrito queso Gruyere Conaprole. Todo eso pasó ya hace 2 semanas. El finde salí a caminar. El lunes siguiente no abrió el gimnasio y caminé por la rambla. El martes ya no salí. #MeQuedoEnCasa, este hashtag me comió la cabeza.
Por mi mente pasan mil historias que no existen. Las historias de amor de los solos y las historias de los no solos que deliran por no compartir el sofá y el smart tv.
Estoy en casa. Mi placard me habla. Es coqueto, me pide que lo ordene. No le contesto. Lo tengo silenciado como mis grupos de whatsapp. Mucha gente está en cuarentena a la espera del toque de queda. ¿Cómo será vivir una guerra? ¿La gente compra comida no perecedera, además de papel higiénico? Al mirar el informativo, mi imaginación se va a la segunda guerra y ve a la familia sentada al lado de la radio esperando el parte del día.
Extraño el gimnasio. Hablar con gente. Ayer hicimos una reunión virtual con mis compañeros de taller de escritura y la verdad es que tuve una sensación rarísima. No faltaron los comentarios de libros y de lo que mostraba la cámara detrás de cada uno. Nos vimos las caras, pero faltaba algo. Nada sustituye la presencia cara a cara. Si, ya sé, estamos en cuarentena y #MeQuedoEnCasa.
¿Seré la misma cuando todo esto termine? ¿Seré más auténtica? Nunca viví una guerra, ni siquiera una escasez de productos. Las crisis más fieras que viví fueron la del 80, cuando reventó la tablita y la del 2002. Del 80 no me acuerdo nada y del 2002 me quedó grabado el préstamo de Bush a Uruguay y la reprogramación de los plazos fijos del BROU. En esa época no existía facebook ni twitter y mucho menos instagram. ¿Se imaginan una vida sin memes ni cadenas de whatsapp? En esa época, las cadenas te las mandaban por mail.
De lunes a viernes tengo clase de gimnasia por Instagram. Me desespera hacer la clase mal y que nadie me corrija. Hago mil piruetas para ver el celular, la voz de la profesora se confunde con la música. Maldigo al corona y a Instagram que se corta y mi falta de chance de ejercitarme sola. Se trata de repetir ejercicios, para qué necesito la clase en línea, si no interactúo. Todavía no tuve clase de gimnasia con Zoom, todos pidiendo turnos para quejarse.
Lo que más me preocupa es la incertidumbre. No estoy aburrida, pero tengo miedo. No de la muerte, ni de la enfermedad, sino qué será de la civilización poscorona.