Por Ianai Silberstein
Fuente: tumeser.com
Pasado Pesaj, dejando atrás por este año ese pasado que obstinadamente hemos perpetuado durante generaciones celebrando una libertad que mayormente, como hoy, fue una esperanza más que una realidad, se me ocurre que un paseo virtual por Tel Aviv (como no puede ser de otra manera en estos tiempos) es una buena opción.
Digo esto porque si hay un símbolo de soberanía, libertad, emancipación, modernidad, y origen judío “puro”, eso fue la creación de la ciudad de Tel-Aviv en 1909 sobre las dunas al norte de la antiquísima y muy árabe ciudad de Iaffo. No sobre ella, sino a su lado. Al punto que la ciudad hoy es una sola y representa como ninguna el potencial de una cierta convivencia (no exenta de conflictos). Tel-Aviv/Iaffo no es sólo binacional; entrado el siglo XXI es, a su escala, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, y sin duda de Oriente Medio.
Es la ciudad de la diversidad, el desenfado, las minorías, y la innovación, la ciudad laica y la ciudad ultra-ortodoxa. Tel-Aviv da para todo. Como Israel, Tel-Aviv sigue transformándose; como Israel, guarda algunos tesoros, los rescata, y los significa. Como no puedo pensarme a futuro, prefiero volver a deambular por las calles de mi pasado, por los recuerdos, de aquella Tel-Aviv que conocí.
Pongamos como ejemplo la Plaza Dizengoff, otrora centro neurálgico de la ciudad. Cuando la conocí en 1972 había sido siempre un círculo a nivel de calle que el tráfico circunvalaba y en cuyos bancos se sentaban los mayores y sobre la cual jugaban los niños. Para 1976 se estaba transformando en una plaza elevada dando paso por debajo al creciente tráfico vehicular. Atravesarla suponía escalarla y durante años fue un espacio mucho más hostil para el ciudadano común y más propicio para tribus urbanas. No hace mucho volví a encontrarla en su dimensión más humana, pero para entonces ni Dizengoff ni su plaza eran para Tel-Aviv lo que había sido durante décadas.
Veamos el Bulevar Rostchild, mi paseo preferido, que se extiende desde el teatro Habima y el Auditorio Mann hacia Allenby y un poco más, en dirección al mar, pero perdiéndose en el cada vez más conservado y chic barrio de Neve Tzedek. Rostchild era entonces un bulevar más, que se extendía de este a oeste, pero sepultado por ciertos caprichos urbanos. En términos catalanes, los bulevares de Tel-Aviv eran Ramblas que no prosperaron. Sin embargo, hoy Rostchild resalta la arquitectura Bauhaus de Tel-Aviv como un museo al aire libre, gratuito y sombreado. Cada año un nuevo edificio es refaccionado y aporta su estética y memoria. Tel-Aviv concentra arquitectura Bauhaus como pocas ciudades en el mundo. Estaba allí en aquellos años, pero todavía la ciudad no podía darse el lujo de lucir sus joyas de la abuela. Todavía eran tiempos de generar prosperidad, no estética.
Hoy, toda Tel-Aviv está arbolada, frondosa y verde. Sí, las dunas siguen ahí, bajo suyo. Tal vez no sea un verde londinense que se aprecie cuando uno la sobrevuela (siempre demasiado rápido, es todo tan chico), pero para quienes la caminan, el verde está allí: no lujurioso, pero pragmático. En aquellos años setenta sólo la Avenida La Guardia tenía árboles que atrevidamente yo asociaba, en toda desproporción, con la Avenida 19 de Abril de Montevideo; en realidad, era un tímido ensayo de esta última.
No hace mucho caminé por la “rambla” de Tel-Aviv (en el sentido montevideano del término), un privilegio que en aquellos años setenta casi no existía. Tel-Aviv y sus hoteles estaban de espaldas al mar, se caminaba por Hayarkon o por Ben-Iehuda, que concentraba todos los negocios. Hoy sobreviven algunas viejas estructuras y los primeros hoteles de aquella época, pero la “taielet” es un paseo obligado de familias, deportistas, turistas, y por supuesto, bañistas en las atestadas playas. Cual no fue mi sorpresa al encontrar Kikar Atarim abandonado y decadente a la espera de tiempos mejores, cuando supo ser el centro de entretenimiento más innovador de aquellos años…
¿Qué decir del viejo puerto de Tel-Aviv o del adyacente Parque Yarkón? El puerto era un montón de galpones ya por entonces obsoletos y en desuso; al punto que sirvió de locación para el éxito cinematográfico “Eskimo-Limon” de Menahem Golan, que transcurría en los años cincuenta… el Parque Yarkon era un espacio acotado entre Ibn Gvirol y los barrios más interiores de Tel-Aviv y por Ramat-Aviv al norte y exclusivos nuevos barrios al sur. Hoy, el Parque se extiende desde la vieja autopista #4 hasta la desembocadura del “río” Yarkon junto al viejo, hoy renovado y rebosante “Namal Tel-Aviv”, configurando con la rambla, y hasta Yaffo e incluso Bat-Yam, un circuito aeróbico de una extensión y variedad urbana envidiable.
Quedó sepultada para siempre, aunque nunca en mis recuerdos, la vieja Estación Central de ómnibus, verdadero “hub” de Israel en aquellos y durante muchos años (caso típico de algo que existía antes de haber un concepto que lo nombre): todos debíamos pasar por allí para ir a casi cualquier lado. Lo mejor y lo peor de Israel se cruzaban en esas cuadras que no eran precisamente un “shuk” pero tampoco había nada comparable en términos occidentales. Hoy está abandonada y el área ocupada por inmigrantes ilegales de África.
En Tel-Aviv he vivido algunas de las historias más significativas de mi vida. Amores ganados y perdidos, amistades que preservé toda la vida desde aquellos cafés en la única y muy snob “Kapulsky”, o la pita con hummus en “The Cage” frente a los dormitorios estudiantiles en Ramat Aviv. Charlas sobre el césped en el Campus, encuentros en Kikar Rabin que se llamaba entonces la “Plaza de los Reyes de Israel”, caminatas hasta el Yarkon, y el trillo de “motzash” (salida del shabat) por Sderot Ben-Gurion, Dizengoff, y acaso Rostchild; o el bohemio encuentro frente al café de turno frente al viejo teatro “Cameri” en Frishman y Dizengoff.
Como cantara el inmortal Arik Einstein, que solía parar en Kassit: ¿puede ser que todo eso haya terminado? Pues para uno sí, sin duda. Pero gracias al sueño sionista, Tel-Aviv no se termina, se transforma. Ha sido una bendición verlo suceder en el correr de los años. Por eso este año 111 de la historia de la ciudad, el año que la humanidad vivió en la pandemia, este año digo más que nunca: “el año próximo, también en Tel-Aviv”.