En comunidad

Celebración, emoción y reflexión

Dr. Washington Abdala, Embajador de Uruguay en la OEA

Las fechas en las que celebramos acontecimientos son fechas que imponen un momento de emoción y otro de reflexión.

Los que celebramos somos los que vemos el transitar del tiempo por detrás de la causa que defendemos. Somos gente con convicciones profundas. Claro, la tarea de hacer nacer un “semanario”, acaso una voz ya con perspectiva histórica, que nos haga sentir identificados en lo que somos es un momento de regocijo. Es vernos frente al espejo  a nosotros mismos, y allí está el Semanario Hebreo para  hacer sentir nuestra voz cuando merece ser oída (“nuestra” me siento de la casa). 

Los que reflexionamos, justamente por las causas que defendemos, esos, sin embargo no siempre estamos completos, sabemos que se ha avanzado mucho pero aún no podemos estar en paz sabiendo que Israel vive con amenazas feroces, y menos aún que no se alcanzó, en buena parte del planeta, un retraimiento del fenómeno terrorista de clara naturaleza antisemita. Esta es la evidencia empírica.

Es cierto, no todos los atentados que irrumpen y advertimos en los medios de comunicación son de naturaleza antisemita, pero muchos sí lo son, y muchos tienen como fuente inspiradora una lectura radical y extrema del Islam que no se debería compadecer con los preceptos que esta religión-cultura tiene para con la mayoría de sus fieles. Hay un Islam violento que el Islam pacífico (el verdadero) no ha logrado contener. Y hay países que en este menester han estado incidiendo de forma inquietante sumados a la coautoría de intelectuales-agitadores que en el ambulatorio justifican lo que luego en la tribuna se ocupan de negar. 

Digamos la verdad porque de lo contrario nos estamos engañando. Los pacifistas no pueden legitimar la violencia iracunda de los que odian y el asunto es de una complejidad tan feroz que no ambienta miradas simples. La defensa del Estado de Israel es y será motivo de análisis profundos que no se pueden reducir a miradas binarias y maniqueas. 

Este semanario nunca dejó de debatir sobre estos asuntos, lo ha hecho con el tono que requiere semejante empresa. Y lo ha hecho con “ecuanimidad” que eso es lo que se le exige al periodista, al analista y al pensador.

No se debe exigir jamás “objetividad” porque el mismo hecho se analiza de formas distintas según el lugar filosófico, existencial y político en que cada uno se encuentre. 

No se trata tampoco se producir un discurso militante, que todo lo justifica en aras de la causa que defendemos, no, eso es dogmatismo y eso jamás se ha visto en las páginas del Semanario Hebreo, cargadas de voces disonantes, siempre prestas al matiz, al análisis agudo, a conocer la verdad, nuestra verdad por cierto, y a confrontar los hechos con los hechos mismos y los relatos con quienes los verbalizaban.

Ya soy de una generación que va ingresando en el invierno de sus vidas, tengo claro que es tiempo de empujar a los que están en el verano para que lleguen a la primavera con la madurez que se debe para entender el presente. Eso me permite advertir con más paz interior los hombres que conocí.

En una oportunidad por los años 1980 el Dr. Enrique Tarigo me hizo una referencia de José Jerozolimski. Me dijo que lo fuera a ver y que le hiciera una nota sobre el momento de Israel para el diario el Día (escribía en ese diario pero venía de los semanarios batllistas). Yo era un estudiante de la facultad de derecho, en un período cerrado de la misma y sabía poco de Israel. Con la ignorancia proverbial de todo mequetrefe en ese tramo etario, me encontré con un hombre serio, que rápidamente advirtió que estaba ante alguien poco nutrido de la información imprescindible, y aquel encuentro que debía ser una entrevista (yo iba con esos grabadores gigantes marca Sanyo) se transformó en una clase previa, dictada con buena voluntad, para luego ambientar una entrevista que tuviera sentido. Por alguna razón recuerdo la ropa de Jerosolimsky, camisa blanca, pantalón azul y zapatos negros. Austero, sobrio y mesurado. Su decir era claro, su forma de comunicar era asertiva, con cierto tono de elocuencia y firmeza no exagerado, una voz sutil, y con la velocidad adecuada para la comprensión de un ignorante como era el caso del suscrito. Lo vi navegando entre papeles, atendiendo llamadas de aquellos teléfonos de línea que cuando sonaban el ring parecía que te perforaba el cerebro, y en medio de ese barullo iba emergiendo su semanario. El caos no era caos, era su orden. Luego la vida me permitió entender esa lógica. Era notorio que la mimetización entre él y su semanario era absoluta. Eso se llama pasión, entrega y dedicación plena a lo que se debe hacer. Solo los grandes hombres tienen poseen ese talante, Jerozolimski tenía claro el tamaño del desafío que enfrentaba, sabía que hablaba para adentro de la colectividad y para afuera de la misma. 

Al principio se me hacía arduo entender todo lo que se publicaba allí, pero como yo trabajaba en otros semanarios y diarios, al final había cierta comunión entre todos los que estábamos en esos asuntos. Y luego la vida, los afectos, la curiosidad intelectual y el destino me ubicó en un lugar emocional y político privilegiado para entender lo que significó y significa el Semanario Hebreo.

Ana, su hija, se enojará por lo que voy a escribir. Lo lamento, ya estoy en edad de permitirme ciertas libertades. Su padre estaría orgulloso al verla batallar, siendo además una periodista completa, culta, intensa, con sentido global de la escena y con el humanismo que tiene semejante profesión que solo vale si se la desarrolla para el otro y con los otros. 

El otro día le sentí una entrevista que le hicieron a Ana en una radio uruguaya. Con proverbial naturalidad logra contar desde un atentado salvaje hasta la visita de Natalia Oreiro a Israel. Todo en el tono justo, precisa, quirúrgica y sensata. Eso lo logra la periodista de alma, la que se interesa por todo, la que tiene el motor del conocer para levantarse día a día y cambiar de escenarios, protagonistas e interlocutores. Es un orgullo para todos los que la apreciamos verla en su plenitud intelectual, haciendo gala de sus conocimientos y regalándolos -con esa generosidad que la caracteriza- su cultura, su mirada siempre entusiasta y motivante.

Las gentes somos nuestro trabajo, nuestro trabajo, el que sea, nos define según el amor que le dispensamos al mismo, y eso se advierte en el semanario: es un producto hecho con amor hacia los que lo recibimos. Estamos agradecidos por ello, al padre fundador y a su hija, fiel escudera de los valores a defender, todo mi afecto y admiración.

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