Profesor Junior Aguirre Gorgona
El autor de esta nota es Lic. en la Enseñanza de los Estudios Sociales.
Profesor de Estudios Sociales y Educación Civica para el Ministerio de Educación Publica de Costa Rica.
Especialista en el tema de la Shoá y Genocidios Recientes por La Escuela Internacional para el Estudios del Holocusto Yad Vashem-Jerusalén.
Las imágenes fueron escabrosas, pero el camino trazado por el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica desde que asumió el poder, y hasta el pasado jueves 7 de enero, indicaban hacia donde se dirigiría su administración. Pero aun así, nada de lo que vivimos en los últimos años nos preparó para la toma del Capitolio, y peor aún, de la pauperrima, ridícula, escueta y cobarde llamada de atención que hizo el Presidente en funciones a sus seguidores que se precipitaban a boicotear la ceremonia de aceptación de la derrota del Partido Republicano.
Inmediatamente después de los hechos acaecidos y de una seguidilla de “twitts” de la cuenta personal de Trump, la red social, mas bien, los dueños de las redes sociales en las que Trump tiene cuentas activas, decidieron unilateralmente bloquearlo de forma indefinida como fue el caso de Facebook, Instagram y Twitter, porque según sus comunicados, los mensajes del Presidente “violaban nuestros estatutos”, y además, -y esto fue lo que primó por encima de lo anterior- sus mensajes significaban una “seria amenaza a la seguridad del país”, como afirmó Mark Zuckerberg, fundador y dueño de Facebook, y de otras redes afines a la misma.
Durante los cuatro años de la era Trump, hemos asistido con cierta perplejidad y asombro a las comparativas del Presidente con líderes autoritarios del siglo pasado, es común ver a Trump al lado de genocidas y criminales de guerra como Hitler, Mussolini y Stalin. Estas comparativas nos invitan a pensar si las redes modernas hubieran hecho lo mismo con estos líderes autoritarios del siglo XX; el lector da por un hecho que Twitter no dudaría en censurar a Hitler si hiciera llamados públicos en sus twitts como los que hacía en el parlamento alemán o en sus congresos en Nuremberg, llamando a aniquilar a los judíos de Europa. Y que Facebook sin pensarlo mucho, cerraría la cuenta de Stalin si ordenara o si quiera insinuace matar de hambre en su cuenta personal a millones de ucranianos de Holodomor. Pero hay algunos indiciones que nos muestran lo contrario y nos invitan a dudar de lo que pareciera obvio.
Lo paradójico de la censura a Trump no es que no se debía dar, cualquier persona con la cuota de poder que tiene el Presidente de los Estados Unidos debería ser al menos sancionada, lo que resulta contradictorio es la selectividad de a quien se le prohibe y sanciona por hacer apología a la violencia, y a quienes se le permite seguir a mansalva con los llamados directos de violencia, es decir, ¿Cuál es exactamente el criterio que utiliza Twitter para cerrar una cuenta pero otras no? Para muestras dos botones: El Presidente en ejercicio de Venezuela, Nicolás Maduro, enfrenta desde el 2014 varios cuestionamientos serios por supuestos crímenes de lesa humanidad e incitaciones a la violencia desde sus redes sociales. Por otro lado, durante años el Ayatola iraní, Seyed Alí Jameneí, ha realizado declaraciones incesantes de odio, desprecio y antisemitismo contra Israel llamando a su destruccion, -léase, apología al genocidio- y recientemente como se puede ver en su cuenta de Twitter, ha expandido bulos sobre las vacunas contra el COVID-19. Y ni que decir de las prohibiciones de libertad de expresión contra su población y los llamados de asesinato contra el escritor Salman Rushdie por considerar sus novelas como “obras blasfemas en contra del islam”. Ninguna de las cuentas anteriores ha sido al menos sancionada.
Lejos de despreciar la medida tomada contra el Presidente Trump, justificarle o suscribirme a su política violenta y chabacana, aplaudo las iniciativas de censura que se realizan desde las mismas redes sociales para proteger no solo sus propios intereses, sino la seguridad de buena parte del planeta. Pero a pesar de esto, resulta peligroso entregarles el poder total de censurar por la libre y de forma antojadiza y hasta selectiva lo que consideren un ataque a la seguridad pública y por supuesto, a sus intereses.