Entrevistas

La saga de Alejandro Landman en la Segunda Guerra Mundial

Luchando para sobrevivir

El Ing. Alejandro Landman, sobreviviente del horror que envolvió a Europa durante la Shoá, cree que logró quedar con vida tras innumerables situaciones en las que podría haber muerto, por la suerte que le acompañó, por la fuerza física que le permitió hacer cosas quizás imposibles a su entonces temprana edad, y por las fuertes ansias de seguir viviendo. 

El hoy Presidente del Centro Recordatorio del Holocausto en Uruguay comparte su historia. La publicaremos en dos entregas separadas.

Alejandro Landman (Foto: Aaron Sosa)

 

 

P: Alejandro, se acaba de conmemorar el Día Internacional de Recordación de las Víctimas de la Shoá, que la ONU fijó años atrás el 27 de enero, aniversario del cierre de Auschwitz. ¿Esta fecha tiene para ti, como sobreviviente, un significado especial?

R: Se eligió esta fecha y yo no puedo dejar de pensar que  lo de Auschwitz lo sabía todo el mundo, tanto Estados Unidos como Rusia, sabían qué era lo que estaba pasando desde hacía varios años en Auschwitz. No sé si tú sabés que hubo un caso, de un oficial polaco del ejército clandestino de Polonia que se infiltró en Auschwitz, estuvo un tiempo, escribió todo. El tipo se escapó después porque estaba todo arreglado. Se lo mandó todo al gobierno polaco en exilio, en Londres, y después llegó, personalmente, hasta Roosevelt y se lo entregó. No tiraron ninguna bomba ni nada por el estilo en Auschwitz. 

P: Sabiendo esto ¿En algún momento te dijiste, “acá no vale la pena seguir, el mundo no vale nada”? ¿O hay cosas más fuertes que eso por las que uno continúa empujando hacia adelante?

R: La vida es más fuerte. El problema es que  esas cosas pasaron siempre. Antes de la guerra, si alguno de los países hubiese dejado entrar a los judíos no habría habido seis millones de muertos… eso no empezó ahí. 

P: Junto a todo este horror, tu  también te topaste con expresiones de nobleza humana que te ayudaron a sobrevivir ¿verdad?

R: ¡Sí! Yo sobreviví gracias a una familia no judía. Él era ucraniano y ella era polaca. Ellos me salvaron porque me escondí en su casa. . Yo les conseguí el título de Justos entre las Naciones.

P: ¿Cómo fue la historia con ellos, qué hicieron?

R:  Ellos eran amigos de mi abuelo y mi abuelo se estaba escondiendo con un grupo de judíos en los bosques cerca de Buchach.  Allí no aceptaban niños. Pero ellos me llevaron a una aldea, de donde eran los padres de ella, que eran polacos, y allí estuve escondido seis meses, en esa aldea. Después me tuve que escapar, que es toda una historia larga que está en el libro, y volví a la casa de ellos y estuve allí en un altillo, durante un mes y pico hasta que entraron los rusos. A las dos semanas, el 5 de abril, los alemanes hicieron una contraofensiva y tomaron Buchach de vuelta. Los judíos se quedaron todos esperando que los rusos los evacuaran pero los alemanes llegaron primero. Y en total, de los 1.000 sobrevivientes primitivos nos salvamos cincuenta personas.

 

La vida cambió

De chico, con sus padres

 

P: Volvamos al comienzo de la guerra. ¿Cómo era tu vida en aquel momento?

R: Yo nací el 26 de julio el ‘33, así que cuando estalló la guerra recién había cumplido seis años. Mi vida era de una familia judía acomodada. Mi padre era abogado, mi madre era profesora de liceo y mis abuelos eran los hombres más ricos de Stanislawow, hoy Ivano Frankiwsk, donde vivíamos. Así que, mala vida no tenía, de los pocos años que viví antes de la guerra.

Poco antes de estallar la guerra  nosotros estábamos  de vaciones en  Yaremche, una  aldea de los Cárpatos Eso me acuerdo perfecto, que mi padre y mi tío venían siempre los fines de semana y esa vez vinieron en medio de la semana, algo inaudito que pasó, que tuvimos que volver a la ciudad, porque la guerra ya estaba por estallar. A las dos semanas estalló la guerra.

A  los quince días de empezada la guerra con Alemania, la Rusia invadió Polonia y se dividieron Polonia. Toda Galitzia, donde estábamos nosotros, pasó a ser de Rusia. La fábrica de mi abuelo, una  curtiembre muy grande, fue expropiada. Nos sacaron la mitad de nuestro apartamento y se mudó allí una familia de origen ruso. De golpe ya no teníamos cochero, ni personal de servicio, nada.

Jungando con su tío, en tiempos mejores

 

P: Y aparte del cambio radical y repentino en las condiciones de vida, ¿también llega un momento en el que decís “de ésta no salimos, nos morimos”?

R: No, no, a tanto no llegaba mi razonamiento. Tenía en ese momento sólo alg más de 6 años. Pero sí entendía, claro, que mi vida había cambiado totalmente.

 

P: . ¿En qué momento o a raíz de qué acontecimientos o a raíz de qué situación, llegaste a entender que, aparte del cambio radical en la vida, eso puede significar algo peor? 

R: Cuando los alemanes entraron en Stanislawow, que hoy es Ivano Frankiwsk, el 26 de julio del ’41, justo en mi cumpleaños, llamaron a todos los profesionales judíos que se presentaran y mi padre fue entre ellos. Mi padre era una persona muy inteligente y sabía que eso era una trampa, pero tuvo que ir. Y nunca volvió. Dijeron después que mandaron a todos a  un campo de concentración, pero al otro día los mataron a todos en un bosque a veinte kilómetros de Stanislawow. Ahí, en el año 2006, levanté allí un memorial.

 

P: O sea, cuando tu papá no volvió, ¿ahí entendiste más de qué se trataba todo eso?

R: Sí, porque mi padre se despidió de mí. Me dijo “vos tenés que ser el hombre de la casa ahora”

P: Qué fuerte…el solo imaginarlo.

R: Yo tenía ocho años. Recién cumplidos. Eso fue el 3 de agosto. Y el 12 de octubre hubo una razia. Juntaron a 20.000 judíos en el cementerio judío y mataron por lo menos 10.000, los asesinaron, así que ahí ya uno sabía lo que era.

Con su papá en Staniszlawow

 

P: ¿Cómo se salvaron tú y tu mamá de eso?

R: La portera le dijo a la policía alemana y ucraniana, “no miren, ellos los fines de semana  se van a lo de la madre”, y no sé qué más…Golpearon y golpearon pero la puerta no cedía y al final se fueron.  Por eso no fuimos llevados al cementerio. Nos salvó la portera.

 

 

La epopeya de un niño durante la guerra 

 

P: ¿Cómo explicarías que hayas logrado sobrevivir? ¿Cómo resumirías tu historia durante la guerra?

R: ¿Cómo resumiría mi historia durante la guerra? Resumiría que me gustaría ser religioso, porque así  podría creer en milagros. Pero como no lo soy, diría que  tiene que ser gracias a la buena suerte. Eso fue lo más importante. Pero creo que además, los que sobrevivimos teníamos también fuerza física, porque para todas las cosas que yo hice a los ocho, a los nueve, a los diez años, hay que tener fuerza física. Y tercero, conscientemente o inconscientemente, desarrollamos una fuerza tremenda, una voluntad de sobrevivir. Y por eso sobreviví.

P: Hubo diversas etapas en tu historia de supervivencia. La primera fue la de la portera que los salvó de ser llevados al cementerio y estar entre los 10.000 fusilados. ¿Y después?

R: Después estuvimos en el gueto, relativamente bien porque mi abuelo tenía una gran fábrica en un terreno enorme y en ese terreno había una casita para que use un ingeniero alemán que era empleado de mi abuelo, relacionado al hecho que la fábrica producía energía propia. Y aunque no lo creas, ese ingeniero se llamaba Hermann Goering.

 

P: Terrible... Gran criminal de guerra nazi, creador de la Gestapo, jefe de la Luftwaffe, la Fuerza Aérea del Tercer Reich.

R: Así es. Pues así se llamaba. Tenía un hijo de mi edad, que era nacido en Polonia pero no hablaba una palabra de polaco, hablaba sólo el alemán. Entonces, este Goering, le pedía a mi abuelo, cada vez que yo venía a la fábrica-y yo iba mucho- que jugara con el hijo de él así el hijo de él aprendía un poco polaco. Jugamos juntos. Ese niño no aprendió nada de polaco pero yo sí aprendí algo de alemán. El director de la fábrica, un ucraniano amigo de mi tío que también era ingeniero, lo nombró ingeniero principal. Y toda mi familia vivíamos en esa casita. Éramos como 12 entre mi mamá y yo, tíos y primos, en dos o tres cuartos.  Pero lo principal es que allí estábamos seguros porque no entraba nadie. Es que la estaba con guardia del ejército alemán, trabajaba para el ejército, así que ahí estábamos seguros. Esta es una etapa. Después, el gueto se terminó y bueno, había que escaparse. Entonces, la forma, la única forma de escaparse era comprando documentos polacos y yendo a otra ciudad porque en la misma ciudad no podías quedarte. 

 

P: ¿Adónde fueron?

R: Mi madre y yo fuimos a  Lemberg, Lwow, que es la capital de Galitzia. Era una ciudad grande, de 300.000 habitantes y  tenía tranvía. Mi madre quedó como empleada doméstica en una familia, sabían que era judía pero la ayudaron y yo fui a esconderme a la casa de un albañil.  Mi mamá les pagaba para que me escondan. Ahí estuve hasta junio del ‘43, ¿y sabés qué fecha? 13 de junio.

P: Como el casamiento de uno de sus nietos, hijo de su hija Evelyn. Y lo sé porque usted me mandó un emotivo video en el que usted habla precisamente en esa boda, y lo cuenta.

En el casamiento del nieto, contando sobre la simbólica coincidencia de fechas. Pronunció un emotivo discurso en hebreo.
En la jupá, junto a Evelyn, una de sus dos hijas, la mamá del novio
Los novios, aplaudiendo al abuelo Alejandro

 

R: Así es. Como el casamiento. Tuvimos que irnos de allá porque eran tiempos muy difíciles, ya que  justo estaban liquidando el gueto ahí, así que cazaban judíos por las calles como… bueno…mejor  ni hablar. Mi mamá resolvió ir a Buchach, donde estaban mis abuelos, pero era justamente el 13 de junio, igual que el día que salté del tren, igual que el día del casamiento..gran coincidencia de fechas.. Esa fue otra etapa. 

 Y la siguiente etapa, que llegamos a Buchach y mi madre no pudo encontrar a mis abuelos. A la entrada del gheto, una señora se acerca a mi madre y le dice “¿usted es hija de Anderman?”. Mamá dijo que sí y la mujer le dijo “sus padres viven, no están en el gheto, y los que se ocupan de ellos, son la familia Syneñko”. Le explicó dónde era.  Ese fue otro de los milagros. Y ahí fuimos a la casa de esos Syneñko y esa es la gente que me llevó a esa aldea que te dije, Bremiany, donde estuve seis meses. Así que son puros milagros.

Con su mamá, de niño

 

P: ¿Y qué fue lo del salto del tren?

R: Eso fue más adelante. Mi mamá estaba trabajando como doméstica en aquella casa en Lwow y yo estaba en otro lado, estábamos separados. Desde que fuimos a Buchach y en Buchach conocimos a esa gente Syneñko- que también fueron reconocidos como  Justos entre las Naciones-que fueron quienes  me llevaron a esa aldea que se llama Breamiany. Allí estuve escondido seis meses, o sea, desde junio hasta enero del ‘44, en la casa de un carpintero, con otras dos personas más, que en un suelo, digamos, excavaron especialmente y solo se podía estar acostado, salíamos de noche al taller, nosotros estábamos debajo del taller. 

 

P: ¿Pasabas todo el día acostado, sin moverte?

R: Todo el día sin moverme y sin hacer ruido, porque arriba estaba el taller donde trabajaba gente.

 

P: ¿Qué edad tenías en ese momento? ¿De qué años hablamos?

R: Era  1943. Y yo tenía 10 años.

 

P: Cuando te separaste de tu mamá, ¿tenías idea de cómo se reencontrarían?

R: No tenía idea de nada.

P: Me imagino tu mamá… Y hubo una noche en la que sino hubieras caminado, te congelabas.

R: Así es. Me dijeron que vaya a un molino que está sobre el río. Ibamos caminando y de repente la tierra cedió debajo de mis pies y me caí al agua. Hacía nada más que 20º de temperatura bajo cero y ¿qué pasa? Nos equivocamos de río porque esa aldea pasa como una proa entre dos ríos, un río grande, que es Dniester, que es un río que atraviesa media Europa y el río Strypa que pasa por Buchach. Bueno, yo me caí en ese río Strypa, y nos quedamos del otro lado del río y no pudimos volver. Caminamos toda la noche  para no congelarnos. Sí, justamente, ése es el tema. Sin saber, cuando mi madre me llevó al médico y le contó todo esto, después de la guerra, dice, “mire, se salvó, porque caminó”, porque de noche a temperatura era 30º bajo cero. 

 

(Continuará)

Ana Jerozolimski
(02 Febrero 2021 , 07:50)

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