Nos conocimos porque ella entraba a terapia a la hora que yo salía. Nunca supe su nombre. Las dos nos llamábamos la una a la otra “fuera de contexto”. Esto se debía a que un día nos habíamos encontrado en Zara y las dos nos sonreímos porque sabíamos que nos conocíamos pero ni idea de dónde. Cuando nos dimos cuenta, las nos reímos y nuestros acompañantes nos miraron como si estuviéramos locas de remate.
Cuando me encuentro con la recepcionista del gimnasio o el cajero del banco (cuando existían) y yo solía establecer un vínculo, fuera de su ambiente natural, me pasa que reconozco caras pero no sé de dónde.
Con fuera de contexto seguimos encontrándonos a la salida y entrada de la psicóloga siempre riendo de que no sabíamos nada una de la otra y nos decíamos
-¿Cómo estás, fuera de contexto?
- ¿Y vos?
Ya era una broma establecida. Ella tenía treinta y pico, tuve la alegría de ver crecer su panza y de verla llegar un día a terapia con su bebé en brazos. Nunca le pregunté su nombre. Era como un código secreto no hacerlo. Un día me invitó a planear una fiesta de fin de año con todas las pacientes de nuestra psicóloga. Me pareció una excelente idea. Cuando me fui, pensé que era raro organizar una despedida con alguien cuyo nombre no conocía. No llamé a mi psicóloga para pedirle su teléfono ni ella me llamó a mí. Eso quedó ahí, como cuando encontramos a alguien por la calle y le decimos “Nos vemos para tomar un café” y sabemos que nunca va a haber ni té ni café ni churros. Porque simplemente es una frase de cumplimiento.
Pero en este caso era raro, las dos nos alegrábamos tanto cuando nos veíamos, nos pasó en un hotel de Punta del Este, en un parque, una vez en el banco. Nos dejamos de ver en la terapia y en la vida.
Un día la curiosidad fue más fuerte y le pregunté a mi psicóloga por ella. Me contó que era una arquitecta muy reconocida, que le había costado mucho ser mamá y que había terminado la terapia