Ruben Kurin

Ruben Kurin

Soy Ruben Kurin, trabajé desde los 14, un día me di cuenta de que tenía más de 60 y pensé que necesitaba un cambio. Siempre me gustó escribir y quise dedicarle más tiempo a temas que me interesaban,  aprendí idiomas, informática, filosofía y  historia, Ahora puedo escribir y expresarme. Soy feliz porque considero que lo que no disfrutamos es tiempo perdido.   

Columna de opinión

Mi tío el malo

Un día que las cosas no andaban bien y el mundo se venía abajo,  entonces, decidí a cambiar de rumbo. 

Lo había perdido todo, me quedaba dinero  para un par de comidas y tenía techo porque el  casero amablemente me dio permiso para quedarme. 

De muchos familiares no obtuve ninguna ayuda, no sé si  fueron verdad las razones que me dieron, pero no me sirvieron los mimos  que recibí desde chico o los consejos con que recorrí los caminos de mis largos y solterísimos treinta y ocho años.

En mi  familia siempre se habló de aquel tío malo que había sido la oveja negra. 

No recuerdo que haya participado  en ninguna fiesta, velorio o evento de los que gozan o padecen los parientes aunque sean lejanos. 

Siempre se hablaba de él cuando había que sacarle el cuero a alguien,  siempre atribuyéndole los excesos cometidos hacía ya décadas,  nunca caducaban y declarándolo también culpable hasta por las enfermedades genéticas crónicas que todas las personas del clan podíamos tener incorporadas.

Ese era el tío  Javier al que se le había bautizado como el innombrable.

Mi decisión estaba tomada. 

Aunque ni siquiera lo conocía por fotos ya que las mismas fueron confiscadas por nuestra extinta abuelita, la madre de este tío. Ella se llevó  consigo a la eternidad el secreto de su paradero siguiendo la ruta de parte del dinero de la herencia familiar mal habida que el despiadado innombrable se llevó en su momento. 

Entonces yo, pensando que algo de esta fortuna  podía llegar a sacarme de aquella situación desesperada decidí  salir a su encuentro.

Se sabía que vivía en Buenos Aires y esa era la única pista firme de que disponía. 

La otra era el apellido nuestro que era impronunciable por la cantidad de consonantes y se suponía que no se lo había cambiado.

Conseguí el dinero solo para el pasaje con mi prima Gertrudis. Ella siempre estuvo enamorada de mi pero el miedo a engendrar hijos deformes nunca nos dejó concretar una relación completa aunque algo llegamos a tener cuidándonos mucho a la hora del sexo.Después se casó con el idiota de Juan quedando viuda en la luna de miel porque el estúpido se ahogó en la piscina del hotel el primer día que llegaron sin enterarse que la novia no era virgen siquiera. 

Seguimos teniendo sexo seguro por un tiempo más perdí el interés por ella y a ella se consiguió una novia. 

Pasaba a ser mi prima Gertrudis la segunda oveja negra de la familia,  yo seguí siendo su único amor masculino. 

Varias veces compartí cumpleaños cenas y  almuerzos con ella y su pareja. Era una  maravillosa persona y  nunca tuvimos que esconder nada.

Sabiendo de mi situación ambas revolvieron romper su alcancía y me prestaron todos los ahorros que tenían ellas para alguna posible emergencia médica.

Llegué a la esquina de Corrientes y Callao bajo una torrencial lluvia muy rara para la primavera porteña. Entré en el bar de la esquina en el cual paran desde épocas ancestrales los actores y los aspirantes de serlo adonde me pareció estar metido en un film en blanco y negro de la época de Tito Luciardo, Niní Marshall, las mellizas Legrand, Juan Carlos Torry y otros.

Tenía algún dato de que el tío era algo así como un productor de cine y teatro. 

Se dacia que estaba metido en la farándula pero como no se quería profundizar en su vida privada nunca se averiguó nada en concreto.

Me senté en una mesa junto a la ventana que daba a Corrientes desde adonde se veía un quiosco de revistas atendido por un chico joven y otro señor que parecía ser el dueño desde hacía  varias décadas.

El  mozo me trajo un  café con medialunas,  se me ocurrió la idea de hablar con el quiosquero mayor, invitarlo y hacerme pasar por  periodista de Uruguay.

Di unos golpecitos en el vidrio y me respondió  con un gesto de si quería un diario. Yo asentí y al instante lo invité a sentarse para que se tome algo conmigo.

Don Pedro me contó vida y obra de cada uno de los contertulios señalando con el dedo y saludando a cada uno de ellos y estos  respondían con la mano en alto y una  sincera sonrisa. 

Luego de una larga hora en que las promesas de salir en la prensa uruguaya,  surgió la gran pregunta y resulto que sí que Don Pedro conocía a mi tío el innombrable.

Como lo dije antes, ese apellido era tan imposible no recordarlo como de llegar a pronunciarlo correctamente.

Quedó en conseguirme su teléfono para la mañana siguiente y así nos despedimos con un apretón de mano, luego de pedirle al mozo de que nos sacara una foto para guardarla de recuerdo de aquella entrevista del periodista uruguayo colgándola con otras de famosos en su negocio.

El cielo al día siguiente estaba despejado y le pregunté al chico del quiosco por don Pedro. - Papá no vino pero me dejo este número de teléfono para usted.

La llamada la había atendido un señor de cierta edad quien se identificó como el mayordomo (yo seguía dentro de una película de la década de los cuarenta) el cual luego de hacerme esperar en el teléfono unos cinco minutos me dijo que mi tío me esperaba a las cuatro de la tarde en punto y allí estaba yo.

Avenida Pueyrredón esquina Alvear en pleno barrio Norte.

Puerta cancel adentro en un recinto conlustrosas paredes con pisos de mármol y dos estatuas de brazos abiertos echas en el mismo material que sosteníanen cada brazo un farol de cristal.

Entonces apareció Alfred y lo denomino así porque era tal cual el mayordomo de Batman. 

Bueno como iba diciendo Alfred me invitó a seguirlo lo cual hice observando todo a mi alrededor. 

Muy pocos muebles en un ambiente amplísimo en el cual sin dudas se hacían grandes recepciones adonde el eco me hizo escuchar una voz potente que me decía desde lo alto

-¡No sabía que aún me quedaban parientes! ¿Será que ya me estaré por morir y vendrán al reparto?

Montado en una silla eléctrica desde lo alto de la ancha escalera digna de un rey bajaba un pequeño personaje de unos sesenta años pero que envuelto en su bata de seda y el pañuelo alrededor del cuello parecía tener diez más.

Llegóaquel vehículo de una sola plaza a la planta baja y el hombrecito se lanzó sin dificultad alguna dirigiéndose a mí. 

Así, dando vueltas a mí alrededor mientras se acomodaba los lentes y comenzaba a estudiarme de arriba abajo siempre en absoluto silencio.

-Buenas tardes tío Javier dije -Shhhhh ¡no digas nada ok!me ordenaba sin más ni más mientras seguía mirándome como a un bicho raro.

Sin mediar más palabras me hizo una seña con la mano para que lo siguiera hasta que llegamos a una habitación adonde con un dedo de la misma mano me señaló un sillónLuis XVI bastante destartalado diciéndome con el mismo dedo que allí no debía sentarme e hizo lo propio indicándome adonde debía hacerlo y siguió sin emitir sonido alguno.

Entonces dijo: - Si…tenés la cara y el tipo de la familia creo que hasta te pareces a mí ¡jajaja! si, definitivamente sos familiar.

Luego de un par de horas de charla y de contarle mi  penosa situación económica ya estaba hospedado y me agasajaron  a toda pompa y con un Alfred a mi servicio que me hizo sentir tal cual Bruno Díaz.

Ya a esa hora la película había dejado de ser en blanco y negro para convertirse en un tecnicolor y cinemascope de la década de los cincuenta pero seguía siendo tan antigua como irreal.

A la hora de la cena el mismo mayordomo nos sirvió y discretamente desapareció y nosotros disfrutamos  de una placentera sobremesa en la cual el tío Javier me contó su versión de la historia de cómo había triunfado  en  la farándula a lo que le dio más importancia que a la ya olvidada por lo menos de su parte famosa pelea familiar aclarándome de que se sentía muy complacido con mi visita. 

Luego nos fuimos a dormir.

Al día siguiente la luz del sol comenzó a encandilarme. Una brisa suave hacia mover las ramas de los árboles. Mi cuerpo dolorido comenzó a buscar la posición adecuada y a la vez tratando de encontrar inútilmente la manta para taparme y así seguir durmiendo un poco más. 

Entonces caí al suelo despertándome del todo y dándome cuenta de que estaba en un banco de la plaza San Martin,  había pernoctado por no tener más plata para alquilar una cama decente y así esperar la hora de buscar el número de teléfono que me había prometido el quiosquero que todo había sido un sueño y que esta historia recién comenzaba.

 

 

 

 

 

 

Ruben Kurin
(10 de Julio de 2022 a las 11:50)

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