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Las genealogías de Mago Glanzt

 En el taller de lectura de B'nai B'rith este mes hablamos de esta escritora que nos cuenta las aventuras de su familia desde Ucrania hasta el D.F. en México. Me preguntaba si es lo mismo ser judío en México que en Uruguay o Argentina, y la historia ésta tiene similitudes y diferencias. Una familia que vino de Ucrania con una canasta con libros a un país tan católico que convencen unas vecinas a las niñas para bautizarse. ¿Les parece que podría ser uruguaya esta historia? Lo dudo, recomiendo leer este libro repleto de nombres y personajes desconocidos para nosotros y algunos muy famosos. 

Margarita «Margo» Glantz Shapiro (Ciudad de México, 28 de enero de 1930) es una escritora, ensayista, crítica literaria y académica mexicana. Sus obras reflejan su compromiso con temas como el erotismo, sexualidad y cuerpo además de migración y memoria. Fue elegida en 1995 miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y tomó posesión el 21 de noviembre de 1996. ​ En 2004 le fue otorgado el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el ámbito de Lingüística y Literatura.

La vida no fue fácil para los Glantz, que tuvieron que cambiar una y otra vez de casa. Del centro se mudaron a la colonia Condesa y de ahí al pueblo de Tacuba, lugar donde transcurrió gran parte de la infancia de Margo. Años después regresaron a la Condesa, justo cuando Margo ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Si en lo exterior siempre estuvo bajo el signo de la trashumancia, ¿cómo era en la intimidad la familia de Margo? Como ella misma ha explicado,sus padres se mantuvieron siempre fieles a sus tradiciones, pero supieron conjugarlas con un enorme interés por la cultura mexicana, interés que sembraron en sus hijas desde el principio.

Después de aprender español, Jacobo Glantz se puso en contacto con poetas y artistas mexicanos. Estuvo cerca del movimiento muralista, fue muy amigo de Diego Rivera.

El interés de sus padres por la literatura determinó la vocación de Margo. Desde pequeña leía toda clase de libros: poesía, mitología o relatos de grandes viajeros, descubridores o científicos. Cuando cumplió catorce años entró a una organización sionista que tenía una biblioteca circulante. Ahí leyó a Dos Passos, a Faulkner, a gran parte de la literatura norteamericana contemporánea; también a Kafka (La metamorfosis, en la traducción de Borges), a Hermann Hesse y a Thomas Mann, entre otros. También leyó literatura francesa, a los griegos y a los autores latinos. Así que su decisión de estudiar Letras Inglesas era un hecho previsible.

Las genealogías

Antes del primer capítulo, la narradora cuenta que no sólo no estudió hebreo, como su padre, ni estudió la Biblia, ni el Talmud, no sólo no nació en Rusia, no sólo no es varón sino que tampoco fue al jeder, ni le pertenecen las ordenanzas de las fiestas religiosas, ni recuerda a su madre llevar el tcholnt a la panadería el viernes por la tarde para que se mantuviera tibio. Es decir, no es rusa, ni varón, ni religiosa, ni erudita, ni sigue los preceptos dietéticos pero, al igual que Zargani niño, cuenta que conoció «los bellos jales que se ofrecían en una panadería con letras hebreas orgullosas de una mercancía trenzada que se ha agregado a nuestros panes 

 Desde un comienzo Las genealogías une inextricablemente materia biográfica y palabra escrita. Ya la frase inicial del libro anuncia: «Todos, seamos nobles o no, tenemos nuestras genealogías. Yo desciendo del Génesis, no por soberbia sino por necesidad» Antiquísima genealogía, por lo tanto, tan antigua que se pierde en la creación del mundo pero que simultáneamente la instala en la tradición cultural judía, que ancla en ese libro su origen pero también su ética, así como una serie de prácticas que rigen la vida de este pueblo. 

La comida judía y los hábitos gastronómicos son en buena medida el núcleo en torno al cual construye el relato de infancia y las memorias familiares, un movimiento que la escritura despliega mientras registra la ingesta de comida ruso judía en los encuentros que mantiene con Jacobo y Luci Glantz durante meses y que serán la base de Las genealogías.

 Entre la confianza y la duda Glantz declara su propósito: la posibilidad incierta de fijar el recuerdo, de delimitar lo que alguna vez han sido esas vidas presididas por la errancia; una errancia que si se inicia con el gran viaje que lleva de Europa a América, prosigue en la ciudad de México por la continua mudanza entre distintos barrios y profesiones.

Inicio del libro

 “Prendo la grabadora (con todos los agravantes, asegura mi padre) e inicio una grabación histórica, o al menos me lo parece y a algunos amigos. Quizá fije el recuerdo”

Cuenta Glantz, todavía en el párrafo inicial, que la madre le ofrece blintzes con crema -recordemos que se trata de la primera reunión y que las referencias a la comida reaparecerán en todos los encuentros de lo que se convertirá en una «escena habitual» que cruza comida, conversación y recuerdos- e inmediatamente después de traducir blintzes por crepas, escribe entre paréntesis «(el queso lo hace sobre todo ahora que ya no tiene un restaurant que atender y mi padre hace poesía "muy interesante")»

Porque no sabe idish o no sabe lo suficiente como para poder dar clases a los niños judíos en esa supuesta lengua franca en el exilio, Luci Glantz comienza a vender strudl. Es decir, que la venta de comida judía se presenta como un oficio sustitutivo al de la enseñanza, la venta de comida se ejerce porque se carece de lengua para ejercer el magisterio, aunque han llegado a México provistos no de ropa sino de una canasta de libros -según dice-. Pero, mientras vende el strudl, que prepara en un horno precario, aprende el idisch culto, un aprendizaje que se realiza por la intermediación del ruso, idioma al que Jacobo Glantz traduce los autores de esta lengua poco conocida y que serán el puente para la escritura y la integración comunitaria. Paradójicamente, y desde la perspectiva del recuerdo materno, es la falta de español y la compasión que esa indigencia provoca en los mexicanos lo que le permite formar una clientela y ganarse la vida.

Las genealogías la persistencia del tema del alimento ligado al habla y a la escritura no es ni casual ni inocente. Pienso que, en buena medida, la insistencia en esta relación excede la singularidad de las biografías narradas y se debe al lugar que el cuerpo ocupa en la poética de Glantz, a su obsesión declarada por fragmentos del cuerpo que estaría en el origen de su escritura. Me refiero a los cabellos, los pies, pero también a los dientes que comen el pan, que mastican las lenguas y que son juguetonamente arrancados por el padre cuando oficia de dentista.

Como en el relato de vida de cualquier inmigrante, en las biografías que nos ocupan, la lengua se presenta, en un primer momento, asociada a un sentimiento de pérdida. Jacobo y Luci Glantz han dejado atrás el ruso, su idioma materno, un bien perdido con el que en adelante tendrán que convivir y cuya falta intentarán sortear por medio de dos movimientos paralelos: aprender idish porque «la comunidad mexicana era muy joven y sólo hablaba yidish», es decir, todavía no había hecho suyo el castellano, y acercarse a otros inmigrantes rusos, judíos o no12, con los que construyen un nosotros frente al otro mexicano. Llama la atención que se junten con otros rusos no judíos.

 El primer capítulo es pródigo en ejemplos del tránsito paterno entre las lenguas, que se instaura ya en el diálogo sobre su infancia y dicta, desde el comienzo, el tono menor que preside el relato. Ante la pregunta de Glantz por su niñez rusa, el padre responde: «-Jugaba, comía y les buscaba el pupik -(ombligo), aclara Glantz- a las niñas. Nadie me ombligaba» (1997: 22). «¿Qué edad tenías», insiste Glantz impertérrita, «-La edad media», responde impasible el padre.

 En Las genealogías la ficción se torna un elemento imprescindible y explícito para la construcción de los personajes, que apenas están esbozados en el discurso de la narradora. Tampoco la evocación del pasado familiar abunda en descripciones más o menos verosímiles que reconstruyan la vida en Rusia, sino que consciente de lo ineludible de la ficción. De este modo, afirma que «Para entender la fisonomía de mi abuelo paterno basta con leer a Bashevis Singer [...]» (); en cambio, su abuelo materno, de barba colorada, se parece a los personajes de Babel. En este caso la comparación se vale directamente de las palabras del autor, «hombre sencillo y sin picardías» escribe Glantz, citando al escritor ruso.

 El hecho que la madre de Glantz trabaje y se haga cargo de la parte práctica de la vida familiar, mientras el padre descansa sobre su trabajo y se dedica a escribir poesía, puede leerse como una versión, como un desplazamiento, o una «traducción imperfecta»  de la innumerable cantidad de personajes masculinos que en la literatura de Singer se dedican pura y exclusivamente a los estudios, mientras sobre sus mujeres recae el peso de la actividad económica. 

Los vínculos de los judíos con la palabra

Para los judíos, la noción de patria no está solamente a un lugar físico (Israel) sino que también para nuestro pueblo se constituye como tal en el exilio, es decir, en el pasaje del desierto, como recurrentemente leemos, el proyecto de recuperación de la memoria biográfica de dos inmigrantes judíos que Las genealogías plasma se enlazaría a una tradición mayor, en la que el concepto de patria se articula en el vínculo de los judíos con la palabra, en particular con la palabra escrita, lo que haría de ellos un pueblo «portador» de una verdad nómade que no se apoya en la certeza del suelo.

El viaje está en el centro del relato. Todos viajan, todos se mudan, todos huyen dentro de Rusia; y alguna vez huyen dentro de México, como le sucede al padre, quien luego del ataque sufrido a manos de los Camisas Doradas se refugia unos meses en Estados Unidos, de donde vuelve sin la barba de chivo que lo asemejaba a Trotsky y lo volvía proclive a las persecuciones. Es el viaje, entonces, el viaje entre las lenguas, el viaje entre la boca y la mano que escribe, el viaje que trae y lleva a Rusia aquello que, en buena medida, impulsa y da forma a este relato que se desplaza de unas vidas habladas en ruso y en idish a unas memorias escritas en castellano.

 Lo que el libro de Margo Glantz va narrando es, repito, esa progresiva laicización. Es interesante, en ese sentido, la narración del viaje del padre de Margo Glantz a Moscú y su acercamiento, dado que era poeta, a los poetas revolucionarios y comunistas. Por el lado de su madre, a su vez, la narración de sus estudios de medicina, que es lo que quiere ser. El viaje a México cancela realidades y abre otras, la madre de Glantz no puede continuar sus estudios ni ejercer, pues una amiga le robó sus papeles. Entonces empieza a hacer otras cosas. Lo mismo el padre, que de escribir en ruso pasa a escribir en idish.

Para entender la fisonomía y la psicología de mi abuelo paterno basta con leer a Bashevis Singer; mientras, digamos que su vida transcurría como debe de ser, entre nacimientos de hijos, trabajos del campo y ceremonias religiosas y, algunas veces excepcionales, solía caer en trances filosóficos: se trataba de una filosofía muy simple, casi confuciana.

El tiempo para los judíos

 “Los judíos dice en alguna parte Bashevis Singer no registran su historia, carecen del sentido cronológico. Parece como si, instintivamente, supieran que el tiempo y el espacio son mera ilusión Esa sensación de un tiempo largo, gelatinoso, contraído y dispuesto a resumirse en un tema con múltiples variaciones y cadenze, coincide con la vida de mis padres y con las conversaciones repetitivas de las que sale de repente una chispa que ilumina algún  hecho descuadrado por la cronología ideal que la historia nos quiere hacer tragar. El tiempo es un espacio caligrafiado y repetido sin cesar en las constantes letanías con que el judío religioso se ocupa de medir su vida"

" Y también su muerte. Entonces hay que decir kaddish, santificar el nombre de Dios y recordar al que se ha muerto, todos sentados en el suelo, sin zapatos, para acercarse a la tierra y acompañar al que se ha ido"

Isaac babel

"Siempre nos andamos quejando de nuestra herencia judeocristiana y de la tendencia a los masoquismos y por consiguiente a los quejidos, por eso, para contradecirla, me gusta Isaac Babel, ese amigo de mi padre “de estatura mediana, con los lentes gruesos que cuando leía metía los ojos muy adentro de las páginas”.

Babel le confesaba a un amigo que escribir le era muy difícil: “Una vez dije que me estaba volviendo viejo debido a mi asma, esa extraña enfermedad alojada en mi frágil cuerpo cuando era niño. Pero mentía. Cuando escribo un cuento trabajo como si tuviera que excavar yo solo, con mi pala y mi cubeta, todo el Monte Everest. Cuando no puedo lograr una frase tengo espasmos cardiacos”.

Jacobo Glantz

Mi padre era vivaz, de ojos pequeños y azules, pícaros, los dejaba ver tras sus anteojos redondos, enmarcados en oro; los conservo, junto a los de mi madre, estos confeccionados en grueso carey, y su forma es cuadrada. Mi padre llevó barba largo tiempo, una barba puntiaguda y risueña. También bastones, le gustaba comprarlos con puños de oro, de plata, de marfil, cabeza de perro, de perico o de elegante estampa.

Cuando era yo muy niña mi padre usaba barba; parecía un Trotski joven. A Trotski lo mataron, y si acompañaba yo a mi padre por la calle la gente decía:

“Mira, ahí van Trotski y su hija”. A mí me daba miedo y no quería salir con él.

 Antes de morir, Diego Rivera le dijo a mi papá: “Cada vez te pareces más a aquel”. Mis padres coinciden en que el ruso de Rivera era imperfecto pero muy sugestivo a pesar del mal acento.

"Me detengo: miro alrededor y observo esta galería de cuadros de una exposición en que se ha convertido mi relato y enseguida asoman otras figuras de los labios de mis padres. Ahora es un premio Nobel, Isaac Bashevis Singer, a quien mi padre vio varias veces en Nueva York, cuando vivía en el Bronx, cerca de otro amigo poeta. Fue a su casa varias veces y siempre pensó que era reservado, callado, hostil.

 Estas jóvenes sintieron lástima por nosotras, les parecíamos dos niñas angelicales y tuvieron miedo de que muriéramos sin conocer el Paraíso: nos volvieron cristianas. Nos bautizó un padre de la iglesia de Popotla que tenía las manos casi negras y muy enmarañadas, vestía una sotana cafe y nos bendecía con grandes sonrisas y nos daba a besar su peluda diestra. Desde entonces no solo sueño con Dracula sino también con King Kong al que le dedico mi libro sobre el cabello. Nuestro bautizo fue seguido de una primera comunión organizada por la familia Sodi Pallares que vivía por la colonia de Santa Maria la Ribera en una casa porfiriana con emplomados y lámparas estilo Tiffany. El desayuno de primera comunión fue servido con tamales, atole, Quo Vadis? Y Fabiola, y misales encuadernados en piel blanca con un bello crucifijo dorado"

Paso por el cristianismo

 "Cada domingo nos confesábamos y comulgábamos y volvíamos al cine Popotla a ver los episodios de Flash Gordon. Por eso mi cristianismo se mezcla con los héroes de los comics y con los episodios seriados por donde deambulan La Sombra, Fabiola, Dracula y King Kong. Es seguramente un cristianismo maravilloso. …Mi rápido paso por el cristianismo me dejo un habito marcado de lecturas y una preferencia especial por las torturas".

Conclusiones

La historia de Jacobo Glanzt contada por su hija Margo merece ser contada porque no fue un ucraniano más, conoció a los principales representantes de la cultura tanto judíos como mexicanos.

 El libro está hecho de recuerdos cuyo hilo conductor es la comida, no se habla nada de religión. Tan así que llama la atención el tema de la conversión al cristianismo.

 

Janet Rudman
(08 Noviembre 2022 , 15:12)

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Texto y fotos: Ariel Jerozolimski

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