Hace un mes que TuMeser está inactivo. Mientras tanto, Janet Rudman me ha cedido espacio en su portal que comparte con Jana Beris y Nicole Mitnik, Semanario Hebreo-Jai, por lo cual estoy muy agradecido. No sólo por el gesto sino por el momento en que esto ocurre: si bien no me es fácil escribir sobre el tema excluyente de lo que sucede en Israel, tampoco se trata de eludir el asunto cuando tanto pretendí llamar la atención sobre el mismo.
Nadie esperaba el punto culminante de hoy, lunes 24 de julio, en Jerusalém, cuando la Kneset votará (casi con certeza) le ley que permita ignorar las sentencias de la Suprema Corte de Justicia en base al muy subjetivo criterio de “razonabilidad”; tampoco nadie sabe qué sucederá después. Las masas emprenderán el camino de retorno a sus casas, porque en algún momento hay que volver, trabajar, y ocuparse de la vida misma. Las élites militares y financieras deberán decidir si cumplen sus amenazas, y el Gobierno deberá evaluar si con esta victoria tuvo bastante y es momento de frenar todo y realmente negociar hacia delante.
Nadie esperaba esto que ha sucedido progresivamente toda la semana, esta construcción hacia un final de Shabat surrealista en que uno y otro bando se cruzan en las escaleras mecánicas de la Estación Navon en Jerusalém y algunos atinan a saludarse: unos subiendo a Jersualém para protestar contra La Reforma, otros bajando al llano en Tel-Aviv para protestar a favor de la misma. Como escribiera en un twitt la historiadora Fania Oz-Salzberger sobre su regreso a casa compartiendo el tren con una familia religiosa inequívoca y mutuamente antagónica: ¿valía la pena el saludo simbólico entre dos mundos que están luchando por su prevalencia? El gesto idealista que muchos resaltan, todavía con resabios de juventud y movimientos juveniles, ¿qué valor tiene en un país donde pusieron en actividad el volcán?
Los sesenta y cuatro votos producto de una ingeniería electoral magistral son una mayoría indiscutible e imparable por la mera protesta, la marcha, y los ríos de tinta que escribamos quienes defendemos la causa de la democracia. Al mismo tiempo, la manifestación civil que crece parece estar al punto del desborde. No lo digo yo, escuché al respecto voces mucho más autorizadas. Israel podría deslizarse hacia una espiral irresistible de desaceleración económica, militar, y cultural. La citada “mamlajtiut” (gobernabilidad) instaurada por Ben-Gurion en 1948 y defendida por Begin hasta sus últimas consecuencias (Altalena) podría encontrar su fin en este frenesí de, por un lado ideologías, y por el otro, prepotencia. Sin disparar un solo tiro, Israel está al borde de una dicta-blanda.
En términos de “razonabilidad”, y para no desembocar en la tragedia, para no esperar hasta que alguien o algunos mueran, tal vez sea momento de, haciendo honor a los valores democráticos, mantener la protesta como signo y señal del mismo modo que mantenemos ritos y símbolos religiosos, a la vez que esperamos a la nueva oportunidad de votar, cuando sea que esto suceda. Si para entonces Israel no puede darse un gobierno de centro (-derecha), entonces es que su destino, nos guste nada, poco, o mucho, será el del país que hoy quieren imponernos por la fuerza. Si por el contrario, se consigue una coalición más amplia, ya habrá tiempo de corregir excesos y anomalías.
Del mismo modo que la Torá nos exige interpretación y actualización permanente por sus propias omisiones o por su falta de contexto, el cual hemos suplido con la permanente interpretación, la anomalía constitucional de Israel tal vez sea su mejor chance de esperanza para corregir los excesos de una coyuntura, para destruir los becerros de oro que nosotros mismos construimos, para que se erijan profetas y líderes que corrijan el rumbo. Lo que no parece “razonable” es una auto-destrucción como la que estamos presenciando.