Elegir dónde mirarnos es una elección. Los espejos nunca nos devuelven la realidad real (valga la redundancia, si la hay) sino la que queremos ver.
Todos conocemos la sensación de vernos filmados, en tercera, cuarta, o enésima dimensión, en contraste con la imagen propia que vemos en nuestros espejos. Del mismo modo que conocemos la alienación que nos produce escuchar nuestra propia voz. Por lo tanto cada uno elige dónde reconocerse. Yo elijo mi biblioteca.
Cuando pienso en términos de mudanza no pienso en ropa, zapatos, o utensilios de cocina, vajilla… a lo sumo, alguna taza específica, un florero de cerámica hecho por mi amigo de la infancia, y poco más. Cuando pienso en mudarme pienso en mi biblioteca: yo la desarmo, y la armo. No hablo del mueble, el contenedor; hablo de los libros. Los miro uno a uno, cuando salen y cuando vuelven a los anaqueles. Intento agruparlos según ciertos criterios, que muchas veces cambian de estante en estante. Dialogo con ellos, me recuerdan épocas, personas, y vivencias. Aun aquellos que todavía no he leído, representan mis sueños y aspiraciones.
Hace pocos días me propusieron una consigna en relación a libros judíos, por qué los leí, y qué significaron para mí. Me hizo pensar no en uno sino en todos mis libros. Me hizo pensar en términos de mudanza: qué llevo conmigo, qué queda atrás, qué releo, qué libro no he vuelto a abrir y sin embargo tiene su lugar en mi biblioteca. No es original, pero los libros me reflejan. No son yo, ni yo soy ellos, pero en todo caso son mi metonimia, o si soy más pretencioso, mi metáfora. Mi biblioteca me connota.
Por eso entre todo el bullicio de una mudanza, entre la búsqueda de los nuevos espacios y posturas, accesos y salidas, entorno e intimidad, mi biblioteca es un anclaje. Me paro frente a ella y me reconozco: todo ha cambiado, pero aquí estoy yo. Acaso el cambio esté reflejado en qué libros están a la altura de mis ojos, cuáles empujo a los últimos estantes, o a los más bajos. Cuales agrupo por tema y cuales por estética editorial. Cuales son de consulta; si, todavía consulto libros.
Los libros me reflejan aún sin leerlos o haberlos leído nunca. Me reflejan porque los elegí. Porque los leí o porque pienso que me gustaría leerlos. Me hablan de mis vidas anteriores y me prometen nuevas vidas. Porque me dicen lo que yo no supe decir hasta entonces. Pero sobre todo, los libros me cuentan mi historia, son momentos de mi vida. Todo lo remoto se hace presente con sólo mirarlos. Paso frente a ellos, y a mi tarea. Están a mi espalda, me cubren, me respaldan, me cobijan.
Mis libros son los que puedo agrupar en una mirada, en un espacio, acotados. Los otros encuentran su lugar pero ya no son “mis” libros. Cada tanto, rescato alguno de otras bibliotecas y los hago míos. O son, simplemente, la biblioteca del otro que también me cuenta historias: la de mis padres, la de mis hijos, la de algún amigo. Cuando un libro pierde su propiedad reflexiva, lo aparto. Ya no soy yo, ya me inquieta, ya me sobra.
Ex Libris no es meramente propiedad o posesión, es surgir de entre las páginas. Uno y sus libros. Con eso tengo bastante para contar mi historia.