A mi tía la llevo conmigo a todos lados. Es como si su voz me hablara, yo me sonrío y respondo para mis adentros, muchas veces con alivio. Porque no necesito darle explicaciones. Siempre me decía que me iba a acordar de ella cuando no estuviera más. Ella fue como mi segunda madre. Durante mucho tiempo, cada vez que me pasaba algo, corría a ella.
Un día, cuando recién me casé, esperaba gente y una tarta de verduras se desparramó sobre la puerta de la cocina. Vino y la reconstruyó en un minuto. Yo estaba shockeada. Tenía 25 años y 25 invitados a cenar. Hace muchos años de esto y reconozco hoy mi falta de experiencia culinaria.
En los últimos años, cuando aún vivía en su casa, me llamaba cinco veces por día. Cada vez que la iba a visitar, me increpaba por qué no iba más seguido; si le hacía las compras, nunca quedaba satisfecha. Una vez me hizo un encargo y pretendía que comprara el pan en un lugar, el queso en otro y el pastrami en un tercero. Así ocupaba su tiempo. Recuerdo sus palabras: “Andá a comprar pastrami a Tienda Inglesa, decile que lo corten bien finito y que no tenga sal”. Agradecida a Dios estoy de que no usaba WhatsApp ni celular.
Cuando llego de un fin de semana en cualquier parte, corro al teléfono a llamarla. Me doy cuenta de que no la puedo llamar. Cada pequeño éxito laboral me retrotrae a ella; pienso en lo orgullosa que se hubiera sentido. Cada vez que doy un taller o una charla, ella está presente en mis pensamientos. .
Hace más de siete años que se fue. Siento que las dos hicimos lo mejor que pudimos. Ella no conocía otra forma de expresar el amor que la queja y el querer controlar todo lo que hacía el otro.
Todos los años venía a mi casa a hacer el guefilte fish para las fiestas judías, porque nadie lo iba a hacer como ella. En los últimos años solo le ponía los gustos, no tenía fuerza para hacerlo. Siento el golpeteo del bastón en el piso de la cocina. “Ya llegué”, decía. “Vamos a condimentar el pescado como la gente, no como lo hacés vos”. Era un regalo que yo le hacía. Cuando no vino más, pude hacer el pescado con azúcar, como me gusta a mí. Sabía que dejarle condimentar el pescado era un acto de amor incondicional.
En los últimos años hizo diez testamentos. Nunca supe si era su hobby o si pensaba que podía controlar el mundo desde el más allá.