“Terminó la guerra, volvemos a la rutina”, se está diciendo. Casi pongo “a la normalidad”…pero la normalidad en Israel es empujar siempre hacia adelante, apostar por la vida con mucha energía, sabiendo que de fondo, siempre hay que estar pronto para que el fanático de turno que logre actuar, nos sorprenda.
Tras diez días atascados en Nueva York, volvimos a Israel el lunes de mañana. El reencuentro con nuestros nietos fue en el refugio. Nuestro hijo mayor nos fue a recoger al aeropuerto Ben Gurion, y nos sentimos aliviados de que no sonara la alarma cuando estábamos en ruta. Pero en el momento que llegamos a la puerta del estacionamiento, sonó en nuestros celulares la alerta temprana con la que el Frente de Retaguardia Civil avisa que se detectó el lanzamiento de misiles desde Irán hacia Israel y que en los próximos minutos, de acuerdo a las coordenadas que se registren, sonarán las alarmas en las zonas en peligro. Alcanzamos a entrar al estacionamiento, poner el coche en su lugar y subir rápido a casa, dejando las valijas para después. Teníamos unos minutos de gracia. Cuando entramos a casa, rápido, nuestra nuera y nuestros nietos, además de las dos perras, ya estaban en el refugio. Surrealista que allí nos hayamos dado los primeros abrazos.
En esa habitación blindada dentro de nuestro departamento, nuestros hijos y nietos pasaron muchas horas. El consuelo de los mayores era que como muchas de las alarmas habían sido de noche, los niños no se habían despertado. Nuestro nieto mayor, de 6 años, le dijo un día a su papá que está contento que hay alarmas porque eso “nos cuida”.
Genial para la anécdota, pero tener que vivir eso, no es normal.
Este miércoles de mañana, cuando cada uno volvió a su casa y yo me puse a ordenar las distintas piezas por las que había pasado el hermoso torbellino de los nietos, abrí el armario del refugio. Vi adentro una bolsa con saladitos para tener algo que dar a los niños si la estadía en el refugio se prolonga. Y agua mineral. Y un bolso de primeros auxilios. Y me puse a llorar de sólo imaginar qué pasa por la cabeza y el corazón de padres jóvenes que tienen que prepararse para cualquier eventualidad en medio de una guerra, con hijos chicos a los que quieren ver crecer siempre seguros y a salvo de todo mal.
Nuestro hijo mayor y su familia volvieron a su casa. Se habían mudado a la nuestra aunque tienen refugio dentro de la suya, porque la zona en la que viven había sido más golpeada por los misiles y sentían que su propio edificio temblaba con cada explosión, aunque no fuera muy cercana. Nuestra ciudad, sufrió menos. Pocas horas después de estar de vuelta en su casa, mandaron fotos.
La entrada al jardín de infantes de nuestro nieto, había sido decorada con globos azules y blancos y banderas de Israel.
En una calle cercana, en un sitio donde hay una obra edilicia, alguien colgó un cartel (La foto del cartel es la que abre esta nota.): “Vamos a sobreponernos. Aquí construiremos y nos desarrollaremos. Juntos venceremos. Am Israel Jai Vekaiám (El pueblo de Israel vive y existe)”.
Amén.