(Por Mauricio Slivinski-Israel)
Con motivo del descubrimiento, el domingo 18 de agosto, de la matzeiva sobre la tumba donde descansa el inolvidable Jaime Yavitz(z”l),quisiera compartir unas anécdotas que viví con él muchos años atrás.
Hace muchas lunas a sugerencia de un buen amigo me acerqué al grupo de teatro de la Kehila, que en ese momento dirigía Jaime.
Fui más que nada para ver ese otro mundo que me presentaba mi amigo, ya que yo, en esa época, no era ni fanático del teatro.
Y descubrí dos cosas: mi encanto por el teatro y conocer a un ser distinto, con una luz especial, no de focos de las tablas, pero sí con un brillo tenue que te hacía sentir a gusto.
No te enceguecía su presencia, al contrario, te hacía sentir bien.
Éramos gente simple, sin experiencia en las tablas, a quienes en el fondo nos gustaba jugar a mentir, a gritar, a reírnos, a intentar llorar y mirar fijamente a nuestro partenaire, , sin ser nosotros mismos y-¿por qué no?- mucho para descargar y hacer una linda terapia.
Al grupejo lo llamamos "El Entrepiso" obviamente por el espacio que nos dio la Kehila.
Y allí descubrí lo que era Jaime. Mi comentario no se refiere a su condición de Director de teatro, ya que lejos estaba yo de poder evaluarlo, sino como persona.
Disfrutaba mas con sus anécdotas y la forma en que las contaba que del ensayo en sí.
Tenía unos ojos maravillosos. O quizás lo central era su mirada, no lo sé...
Tenía una voz envolvente, dulce sin necesidad de gritar ni de gesticular. Sus cuentos tenían música, te daba placer escucharlo.
Solo sé que después de un fuerte día de trabajo iba con gusto al "Entrepiso" no tanto por la obra ( creo que fue El Diario de Anna Frank) sino por escucharlo a él y como contaba sus momentos de vida .
Como no sobraba la plata por cas, Jaime hasta me consiguió unos bolos para hacer ( tipo , la mesa está servida....) en el teatro, de buena gente, de buen tipo, sin reclamar nada.
Y el punto final, cuando fui a los vestuarios del Solís para la prueba de ropa "para mi actuación", me dan entre todo el conjunto un chaleco en el que noté, sobre la grifa del talle, el nombre: Alberto Candeau. ¡No lo podía creer , yo usando el mismo chaleco que Candeau!
Llevo pues conmigo para siempre la satisfacción de saber que mí me dirigió Jaim Javitz, aunque claro está que cualquier semejanza con una verdadera actuación, fue pura coincidencia. Pero sé que podré contarlo con mucho orgullo y linda nostalgia a mis nietos: a mi me dirigió Jaime Yavitz, un ser con luz especial.....