Por José Luis Piczenik
Difícil asimilar la infausta noticia del fallecimiento de mi querido David. Hay cosas que la razón no logra entender y solo el corazón puede explicar y cuando el llanto y el dolor son tan profundos y sinceros la mente se nubla y no logra generar conceptos claros. Pero aun en la confusión de la mente, si puede ser posible hablar desde el corazón. El corazón siempre dice la verdad, nunca se equivoca.
Es que hay determinadas personas que nunca se van. Que siempre estarán. En el gesto, en la palabra, en la actitud, en el sentimiento eternamente permanecerán presentes.
Hace 23 años te conocí como padre de una mujer excepcional que me dio lo que más quiero en esta vida, mis hijos, mis dos queridos hijos de los que fuiste no solo un abuelo ejemplar, fuiste una referencia de vida.
A partir de que te conocí tu bonhomía y generosidad dieron sentido a nuestra familia. Ese sentido que se nutrió de contenido, porque tu presencia no solo aportaba afecto que ya de por si hubiera sido suficiente sino que además en cada momento tu consejo y tu conducción familiar nos traía respeto y seguridad y veíamos en ti un líder natural adornado por una gran capacidad de percepción y sabiduría que nos llenaba permanentemente de orgullo.
No puede resultar indiferente a las charlas y conversaciones que manteníamos a nivel familiar de los hechos que nos sucedían, también eran parte de nuestro diario vivir el análisis de los sucesos comunitarios y humanos que nos rodeaban. siempre con tu opinión de respeto, tolerancia y amor al prójimo. Esos valores con los que incansablemente nos fuiste moldeando y ayudando a todos a ser mejores personas. Esa escultura que día a día fuiste desarrollando en quienes te conocieron es el mejor legado de tu presencia en este mundo. Quien hace algo por los demás tiene el mundo ganado.
A nivel comunitario tu opinión firme y convincente siempre fue escuchada en aras de una mejor decisión. Una decisión que nunca tomarías si no tuviera componentes de solidaridad y fraternidad, porque así entendías la vida. Recuerdo una de tus más firmes convicciones “Si no se mira el aspecto humano siempre la decisión es errónea”. Eras humanista y ser humanista es querer a la humanidad y a la vida.
Tu pertenencia a la colectividad judía y a la tradición sefaradí se sentía a cada momento y tu búsqueda por mantener esa identidad era permanente. Quien pierde sus orígenes está condenado a perder su identidad decías en muchas ocasiones y muchos lo aprendimos y lo intentaremos continuar. Dejaste esa semilla de valor en los que te disfrutamos y regaste la misma con el líquido de amor que pocos elegidos pueden generar.
Las personas que brillan nunca se van, ese brillo permanece en la esencia de los que siguen en la tierra. Tu objetivo fue cumplido lograste tu cometido y en cada momento seguirás presente junto a nosotros. Los que tuvimos la fortuna de conocerte te agradeceremos infinitamente tu calidad de ser humano. Nunca te olvidaremos. Te quiero mucho. ¡Hasta siempre querido David!