Fuente: aishlatino.com
Por Gina Frankel
Por un instante olvidamos las condiciones precarias, los supervisores y la prisión.
Gina Frankel nació en Lodz, en una familia muy religiosa. Cuando comenzó la guerra en Polonia en 1939, ella tenía 12 años. Gina y su familia enfrentaron el terror y el hambre. Su padre falleció en el Gueto de Lodz. Gina, su madre y sus hermanas fueron transportadas a Auschwitz, donde asesinaron a la madre y a las hermanas. Gina y la única hermana que sobrevivió fueron transportadas a varios campos de concentración.
La siguiente porción del manuscrito de Gina tuvo lugar en 1944 en Bergen Belsen, durante las Altas Fiestas cuando Gina tenía 17 años.
El día de Rosh HaShaná nos sentamos juntas sobre un montón de paja en el suelo, tratando de esforzarnos para crear cierta remembranza de los servicios tradicionales. Entre nuestras otras desventajas, teníamos que rezar de la forma más discreta posible para ocultar nuestro "crimen" ante los ojos de los supervisores. Obviamente que no teníamos libros de plegarias para leer, pero como un milagro silencioso, al mirarnos a los ojos, las antiguas palabras fluían hacia nosotras.
Mientras rezaba, me embargaron los recuerdos de los servicios del pasado y el espíritu de unión que existía. Las demás deben haber tenido pensamientos similares, porque a medida que rezábamos nuestros espíritus se elevaron a la cima más elevada que habían alcanzado desde que tenía memoria. Sentía una combinación de nostalgia y éxtasis religioso. Alguien comenzó a cantar suavemente y muy pronto otras nos unimos. A medida que cantábamos nos envolvió una atmósfera de santidad, y en nuestras almas surgió una respuesta desde lo más profundo de nuestra existencia. Nuestras voces eran una plegaria suplicando ser liberadas de las cadenas de hierro que nos atrapaban, una búsqueda por encontrar el camino hacia la libertad, quizás incluso llegar a reunirnos con nuestras familias. Sobre todo rezamos pidiendo ser liberadas del permanente tormento del hambre.
Externamente nada había cambiado. Pero por dentro, nuestros corazones estaban repletos de una cálida confianza en que nuestras plegarias habían sido escuchadas.
Cuando finalmente culminaron las plegarias, externamente nada había cambiado. Seguíamos sentadas acurrucadas sobre la paja y nuestros estómagos seguían sintiendo retorcijones de hambre. Pero por dentro, nuestros corazones estaban repletos de una cálida confianza en que nuestras plegarias habían sido escuchadas, que nuestro pedido ferviente sería aceptado por nuestro Dios glorioso.
Sentí que me dominaba un cansancio absoluto, de repente me embargó el deseo imposible de estar sola conmigo misma. Me acosté y me tapé con mi manta, tratando de crear en mi mente la ilusión del aislamiento físico. Cerré los ojos y vi con claridad la imagen de nuestro hogar tal como era el día de Rosh HaShaná. No pude llorar, pero sentí un nudo que crecía en mi garganta y las lágrimas que querían salir pero eran incapaces de liberarse.
Después de eso los días progresaron lentos y monótonos, como era habitual, hasta la llegada de Iom Kipur. Este era el sagrado día de expiación y el ayuno de veinticuatro horas. Casi parecía una broma ayunar más de lo que ya estábamos ayunando. Cada una intentó observar los servicios tradicionales tan bien como se lo permitía su memoria. En la víspera de Iom Kipur, una vela ardió suavemente en el medio de nuestra barraca. Habíamos planeado rezar el servicio de Kol Nidrei. Alguien había encontrado en algún rincón una vela vieja y la había preservado con cuidado para una ocasión como esta. Era una antigua lata que ocupó el lugar de honor en el centro de la barraca. Todas nos sentamos sobre la paja en nuestros lugares acostumbrados.
Las plegarias se convirtieron en un llanto mudo, una expresión de almas torturadas en el infierno.
Tomamos las mayores precauciones para conducir nuestra reunión en secreto y evitar llamar la atención de los guardias. La pequeña llama ardiendo en la oscuridad, la luz de esa única vela, nos impresionó profundamente. Permanecimos en absoluto silencio. Nadie se movía. Parecíamos estatuas proyectando extrañas y vacilantes sombras bajo la tenue luz. Los cánticos comenzaron a elevarse desde diferentes partes de la barraca. Algunas comenzaron a entonar las plegarias que recordaban, las plegarias del servicio de la noche. La tensión que nos envolvía se volvió casi insoportable.
Nuestros corazones respondieron con tanto sentimiento que las plegarias se convirtieron en un llanto mudo, una expresión de almas torturadas en el infierno, y todas sentimos que nuestros sentimientos eran tan poderosos que sin lugar a dudas lograrían derribar los grandes portones celestiales que se debían haber abierto para dejar que se escucharan nuestras plegarias. El servicio de Kol Nidrei duró tanto tiempo como ardió la vela. Cuando finalmente la llama se apagó, todas asumimos nuestras posiciones para dormir sin agregar ni una sola palabra.
Al día siguiente a las seis de la mañana nos despertaron para la revisión matutina regular y el café. Para no llamar la atención respecto a nuestro ayuno, aceptamos como siempre nuestro café y nuestro pan. Después derramamos el café al suelo y guardamos el pan para comerlo más tarde, cuando terminara el ayuno.
En la primera oportunidad que tuvimos después de la revisión, nos volvimos a reunir en la paja, sentándonos lo más cerca que pudimos las unas de las otras. Había una gran mezcla de sentimientos debido a lo que el sagrado día de Iom Kipur significaba para nosotras. Al continuar con las plegarias, nos inundó la sensación de vacío por lo que habíamos experimentado, la añoranza por nuestras familias y una aguda repugnancia por lo espantoso que era todo lo que nos rodeaba. Nuestro ambiente nunca podría convertirse en otra cosa excepto una prisión de paredes sucias y paja húmeda. Estábamos allí sentadas como pobres ovejas cuyo pastor había desaparecido a causa de un destino terrible.
Estoy segura de que nunca el servicio de Izkor tuvo más sentimiento que ese día.
Las jóvenes que rezamos ese día en la barraca habíamos sido educadas para leer y entender las plegarias de Iom Kipur en un libro. Ahora lamentábamos profundamente no haber sido capaces de obtener ni siquiera una copia de un libro de plegarias. Sin él no era posible llevar adelante los servicios de la manera apropiada, y no podíamos evitar sentir todavía más amargura por eso. Cuando se acercaba el momento del servicio de Izkor, nos sentimos todavía más perdidas y más desesperadas sin un libro de plegarias.
En ese momento, una de las jovencitas comenzó a cantar con una voz suave y melodiosa. Al escucharla sentí un hormigueo que recorría mi columna ante sus tonos melodiosos. Como si hubieran dado una señal, todas nos unimos y cantamos juntas “idishe mame”. Estoy segura de que nunca el servicio de Izkor tuvo más sentimiento que ese día. Estábamos seguras de que el Dios de Israel vio nuestros sentimientos, sintió su profundidad, y aceptó ese Izkor improvisado. Sentimos una recompensa visible en la forma de una maravillosa calidez que inundó nuestros corazones. Durante un instante olvidamos la barraca, las condiciones precarias y los supervisores de la prisión... Pero pronto, demasiado pronto la verdad, ese resplandor espiritual se convirtió simplemente en otro recuerdo y los días en el campo de Bergen Belsen volvieron a transformarse en un letargo ininterrumpido.