Queridos amigos, especialmente para los no judíos, quiero iniciar este comentario, aclarando que lo que hoy expondré, en ningún caso es la “posición oficial” del judaísmo. Sólo se trata de ideas personales, que quiero compartir, remontándome a 3500 años atrás, proyectadas a la actual situación en Medio Oriente y cómo podemos verificar que lo narrado en la Torá, simplemente es atemporal, donde lo de un ayer lejano, es válido hoy.
Finalizamos Génesis con la muerte de José y encontrándose el pueblo israelita radicado en Góshen, en lo mejor de las tierras del imperio egipcio. Son los israelitas una “tribu”que arribó a Egipto con “todas las almas de la casa de Jacob que vinieron a Egipto fueron setenta” Génesis XLVI, 27. Pasaron 430 años, según una versión, o 200 años, según otra para encontrarnos en Éxodo con “Y se levantó un nuevo rey sobre Egipto, que no conocía a José” Éxodo I, 8.
Aquí se iniciará el relato de un “Pueblo” israelita tan numeroso, que hace temer a Faraón que sea un peligro para el imperio. ¿Será esta la primera manifestación antisemita de la historia?
Sometido el pueblo israelita a una espantosa y cruel esclavitud, por una falta ni cometida ni pensada, Dios designa a Moisés para que emprenda la aparente “misión imposible” de liberar a Su pueblo, permitiéndole retornar a la tierra de Canaán, la cual El, en reiteradas oportunidades, prometió a Abraham, Isaac y Jacob, a perpetuidad. Estas son las tierras que hoy los palestinos reclaman como sus habitantes ancestrales y la UNESCO, en una muestra escalofriante de cinismo y/o ignorancia, ratifica con su voto mayoritario, al reconocer que son los palestinos los que tienen dichos derechos ancestrales, ya que el pueblo judío no guarda relación con esas tierras y con esos acontecimientos.
En el estudio de la Torá de estas últimas dos semanas, nos hemos encontrado con el relato de todo lo obrado por Hashem, con Moisés y Aarón de intermediarios, para lograr cumplir sus designios. Igualmente, nos encontramos, desde los inicios de las tratativas, que Dios “endurece el corazón de Faraón”. De inmediato, surge una interrogante fundamental, que caracterizará hasta hoy, la historia del pueblo israelita, hoy más conocidos como judíos. ¿Por qué Dios, si quiere liberar a su pueblo, endurece el corazón del opresor? Creo que la respuesta es que Hashem quiere demostrar que esa liberación, será a costa de múltiples sacrificios. Las plagas, en sus inicios, castigarán a egipcios e israelitas por igual, para luego, afectar exclusivamente a los egipcios, los opresores.
Si bien al haber sido el corazón del Faraón endurecido por mandato divino, el pecado de haber esclavizado al pueblo de Israel, por una mera sospecha que en algún momento, pudiera volcarse en su contra, no podía quedar sin castigo. Nuevamente, nos encontramos con algo que se ha perpetuado en el tiempo, desde la expulsión del pueblo israelita, luego de la destrucción del Segundo Templo, a manos de los romanos, donde quiera que sus descendientes han llegado, serán perseguidos, asesinados y vejados, sin que para ello medie actuar atribuible a los judíos. Cuando los detentores del poder, querían distraer la atención del pueblo, por los vejámenes que ellos cometían en su contra, recurrían a los judíos como chivos expiatorios. Tal como hace 3.500 años, finalmente y gracias a la voluntad divina, los judíos permanecerán dañados pero no aniquilados. Mientras TODOS los imperios que han dominado sobre la tierra, han desaparecido hasta ser, en la actualidad, parte del recuerdo histórico, el pueblo de Israel, ha sobrevivido, pese a no haber tenido una tierra que los cobijara. Esto cambió radicalmente, a partir del 14 de Mayo de 1948, con la creación del Estado de Israel. El mismo que Hamás, Al Fatah e Irán, pretenden hacerlo desaparecer.
Recordemos que el Muro de los Lamentos, en Jerusalén, es lo que queda del Segundo Templo, destruido hace 2.000 años, por los romanos, hoy aparentemente reliquia palestina, por obra y gracia de Abbas y la UNESCO. Las mezquitas musulmanas edificadas casi 600 años después, serán erigidas profanando los restos del Primer y Segundo Templo, construidos por los israelitas, en honor al Dios Único y Todo Poderoso.
En la Parashá BO, se terminan las plagas y se termina la esclavitud de los israelitas “Y los hijos de Israel partieron de Ramesés a Sucot; como seiscientos mil hombres de a pie sin contar (las mujeres) y los niños” Éxodo XII, 37.
Llegaron 70 y se fueron más de un millón. Cambio de tribu a pueblo. Cambio de conceptos y circunstancias, en busca de la añorada libertad y de la tierra prometida por Hashem a su pueblo. Deberán pasar 40 años para cumplir el sueño. Con posterioridad, deberían pasar 2.000 años para recuperar la libertad y dignidad, tanto de pueblo como de seres humanos. Se debió soportar persecuciones y expulsiones infinitas. Pogromos, quema a manos de la Inquisición, destierros y, finalmente, el Holocausto.
El pueblo de Israel sobrevivió a todo ello y hoy, pese a Hamás y Al Fatah, los Ayatolas y los antisemitas del mundo, Israel se alza como una nación pujante y ejemplar y no será la UNESCO quien hará sucumbir a quienes supimos resistir tantas calamidades, persecuciones y mentiras, demostrando que, cuando Dios “endureció del corazón de Faraón” estaba dando paso a SU PUEBLO, NO SUPERIOR SINO QUE CON MÁS OBLIGACIONES QUE EL RESTO DE LA NACIONES, recordando siempre lo dicho por Dios a nuestro patriarca Avram, la primera vez que le habló: “1) Y dijo el Eterno a Avram: Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. 2) Y haré de ti una gran nación, y yo bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás una bendición. 3) Y bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldijeren, maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” Génesis XII, 1 al 3.
Con el estudio de Bo, estamos cumpliendo un ciclo, importante tanto para el pueblo de Israel como para la humanidad toda. El vaticinio formulado a Avram, no podía fracasar. Moisés debía rescatar a los israelitas de la esclavitud egipcia, para cumplir la promesa de crear de su descendencia (de Avram) un gran pueblo, de manera que “todas las familias de la tierra” puedan ser benditas.
David ben Jaim